El despiole como conocimiento

por Juan Laxagueborde

Quienes hacen esta obra son mujeres coladas en el barroco. Sometieron a la materia y fueron sometidas por lo que vuelve de su fuerza. Colarse es la única condición que pone el barroco para darle permiso a sus partícipes. La forma bíblica despreocupada con la que narran sin parar lo que no puede parar, deja una estela con forma de paredón donde se escribe esta frase -vaya a saberse de la mano de qué filosofía del siglo XXI sin nombre aún: no hay lógica de la metáfora en los objetos, no hay función porque la única función es ir a parar al fondo cocoliche de la memoria del espectador. Ese largo grafiti indica que los géneros están para extenderlos a otras maneras, como el caso de la danza, o de la dramaturgia expresionista o del pastiche o de la música incidental más ensoñada que industrial. Sin querer apilé todo eso para decir que Arcadia trata de todo eso junto. Todas las cosas juntas de lo que hubo, hay y habrá formarán alguna vez el juicio sobre los orígenes de lo que somos. Arcadia humildemente se encolumna tras esa epopeya.

En la forma de Arcadia vive la igualdad entre las palabras, las personas y las cosas, una igualdad en litigio, incompleta, para siempre en estado de despliegue. Al principio las personajes aceptan y juegan con la impertinencia desordenada de los objetos. Después tratan de estructurarlos por el capricho de la decoración, esa verdad totalmente relativa. Después hablan y hablan sobre de qué van a hablar, se preparan para la conversación y el que escucha desde la platea dice para si “que no paren, que no paren, esto es la perfecta imaginación conceptual”. Despuès, de tanto darle a la razón se entumecen, se convierten en clowns alienadas. Perón decía: “si quiere que algo no se resuelva, forme una comisión”, o sea un grupo que ame el reunionismo, clasifique y planee. A estas personas de la escena el planeamiento las obtura, las conduce a la tragedia. Lucas Marti dice en una canción que los clowns están condenados a escuchar. Desde ese momento en que se taran la debacle se va estratificando lentamente, un poco están por tocar fondo y otro poco están por empezar de nuevo. La obra puede empezar y terminar en cualquier parte, trata de la palabra revolución no tanto como corte sino como vuelta al origen. Es cósmica entonces. Es una continuidad. Aunque pasa algo raro: una persona del público es echada de la sala (del teatro del rito donde vive el mito) y es entonces la que se sacrifica por todos para que la historia continúe, pero también la que se lleva algo a otro lado. La que ve algo que nadie puede ver, literalmente. La persona que tiene que irse es la que enciende el rumor en los teatros exteriores al teatro. Es que atrás de las bambalinas hay otros escenarios, se llaman sociedad, ciudad, vida cotidiana o calvario público.

Los objetos manifiestan el estado de situación de las personas. En Arcadia a través de un revoltijo de colchones, maderas inservibles, cascos, alfombras, escaleras, sillas de jardín, bolsas estampadas… Arcadia no necesita sino de su propio disparate para desarrollar los temas fundamentales sobre el ciclo de la materia, que por supuesto nos incluye. Saben las mujeres de la escena que los huecos no se llenan y que los abismos tienen abismos a su vez. Es por eso, y porque piensan junto lo junto, que son eximias barrocas en ropa cómoda. En el mito actualizado de Arcadia se trata de buscar un poco de alegría inocente que haga trastabillar al mundo. Ese mundo que las personas poco interesantes -las personas con poder- definen como un lugar en el que, ante todo, “hay que llegar”. No se sabe a dónde, pero estamos atravesados por la doctrina del llegar. Por el contrario, el disfrute sin progreso tiene mala prensa. Frente a eso se abren los telones de Arcadia. Los mitos están para que estemos en lugares sin necesidad de movimiento y todo el movimiento de Arcadia recurre a darle manija a la cabeza para que se active el sueño de conocer sin viajar, de proponer un saber para nosotros realmente libre. Eso es el barroco también.

 

Arcadia es el cuarto trabajo en colaboración de las coreógrafas Bárbara Hang y Ana Laura Lozza

funciones: jueves y viernes > 21h
última función: viernes 28 de abril > 21h

Sala B, Centro Cultural General San Martín

Interpretes Alina Marinelli, Camila Malenchini, Natalí Faloni, Bárbara Hang
Música y sonido Guillermina Etkin
Colaboración musical Franco Antonelli
Imagen y video Natalia Labaké
Espacio y luz Matías Sendón
Asistencia de iluminación Sebastián Francia
Asistencia general Florencia Carrizo