Desnudez
Por Cairo Elio
Dibujo por Lino Divas
1. Hay una foto de Nadia Bautista que siempre que la comparto a otras personas genera cierta maravilla. A simple vista es de lo más austera, la luz es pareja en toda la imagen, como si no se hiciera ninguna fuerza para destacar algo. Solo hay dos elementos, un pedestal y una mujer desnuda, exactamente igual a tantísimas obras de arte. Benjamin decía que la belleza está íntimamente relacionada con el secreto, con un velo que auspicia la cosa, pero la cosa se mantiene oculta. Si esta imagen resulta bella entonces, aquí la desnudez trae consigo un secreto.
Quiero pensar en este desnudo por ahora, y luego en otros dos que me resultan un tesoro contemporáneo, junto al texto de Desnudez de Agamben. Desde el primer acto de desnudez contado por el Génesis, Agamben realiza una serie de reflexiones que intentaré hilvanar con el trabajo de tres artistas: Nadia Bautista, Kenny Lemes y Emma Wondra.
“Adán y Eva después del pecado, se percataron por primera vez que estaban desnudos”, así comienza el génesis y también Desnudez. «Quizá estaban cubiertos con un manto de gracia y tan solo no lo habían notado, pero siguiendo la reflexión de Agamben “La única cosa segura es que al principio Adán y Eva estaban desnudos y no sentían vergüenza.”
Miro la imagen de Nadia y me remite específicamente a ese momento, a aquella desnudez edénica, donde la ausencia de vestidos pasa desapercibida por un velo de gracia. Una desnudez sin vergüenza, esta imagen estaría más bien ligada al nudismo naturista, que remite a una reconciliación con la naturaleza, y el cuerpo desnudo recupera su gracia.
La importancia de la imagen que realizó Bautista de cierta manera reside en la modelo, porque si bien existen muchísimas imágenes de un desnudo sereno, la mayoría de aquellas mujeres tienen una cruel distancia con la mujer que vemos en esta imagen. Es muy fácil ubicar en un lugar edénico del cuerpo desnudo a una mujer que cumple con la normativa de la belleza, que no presenta allí un conflicto. No digo que sea tampoco una nimiedad para una mujer delgada desnudarse, pero lejos está de ser la misma acción para un cuerpo que escapa a las convenciones. Entonces Bautista nos muestra en un pedestal una mujer gorda y además tatuada. La reconciliación con el cuerpo es en este caso puntualmente acerca de la gordofobia, esta imagen apunta a una utopía verdaderamente posible para algunes y para otres más lejana, una desnudez gorda vestida de gracia.
2. Del árbol del conocimiento del bien y el mal, el único contenido aprendido nos dirá Agamben, es la desnudez. Podemos entender que antes habían vivido sin ropa pero bajo un velo de gracia. Agustín reflexiona al respecto que “este cuerpo estaba revestido de la gracia como de un vestido y, por eso, así como no conocía la enfermedad y la muerte, tampoco conocía la libido”. De esta manera, la desnudez aparece a partir de la libido; la vestimenta y su ausencia se vuelven un acontecimiento. Aún teniendo vestimentas se puede experimentar la desnudez, ya que implica una fuerza de la libido, una tensión con el cuerpo del otro o incluso el propio, la desnudez es infinita y nunca puede saciar la mirada a la que se ofrece. Incluso esa tensión aumenta cuando la desnudez es un acontecimiento no terminado, cuando quedan ropas por desprender, secretos por revelar. La desnudez es una puesta al desnudo, una acción inconclusa.
Si la imagen de Bautista ofrecía una desnudez total, que al final quedaba bajo el velo de gracia, Wondra nos ofrecerá, al contrario, imágenes donde modelos están en situación, en el medio de un acto de desnudez. Miro esta imagen de Emma Wondra, donde los velos aparecen físicamente. Dos telas: una blanca y una roja; pareciera indicarnos que se han corrido y han abandonado al cuerpo, nos permiten observar aquella desnudez, la persona aparece entre ellos sosteniéndose el pelo con una mano y posando suavemente la otra sobre sus genitales cubiertos con ropa interior. Por detrás de elle podemos notar que está en un jardín, debajo de sí hay una tela blanca donde puede recostarse. Hay en la imagen más telas que cuerpo, se podría decir que allí aumenta la tensión. Un deseo ambiguo entre desnudar y tapar, la libido está encarnada en quien no mira al espectador, observa su propia mano buscando correr y atravesar su última prenda. Si observamos la pose en esta imagen, notamos que es más incómoda que en la fotografía de Bautista. Mientras que la primer modelo podría quedarse en esa pose por horas, en esta segunda imagen entendemos que su cuerpo está en medio de una acción, no puede permanecer allí más de unos segundos, lo cual nos da la pista que su ropa puede ser quitada de un momento a otro, o bien, los velos pueden, a fuerza de un viento podrían tapar el cuerpo e impedirnos la visión.
En este caso donde la desnudez es un acto pleno que concierne a la libido y a la experiencia del pecado, donde el cuerpo animal queda desprovisto del espiritual, la imagen ingresa directamente al campo del deseo. Y en el campo del deseo nos encontramos con el mismo problema que hablamos respecto a la vergüenza, aquí nos encontramos con un corrimiento normativo, el género de quien posa frente a nosotres no puede ser definido de forma binaria, la heterosexualidad en esta imagen pareciera disolverse. Mientras es inevitable que esta imagen represente el placer sexual coqueteando con el espectador, es al mismo tiempo una tajada en el telón del deseo heterosexual. Un cuerpo que se desea a sí mismo y un espectador que desea a aquel a quien no puede identificar como un opuesto. Emma Wondra logra en esta imagen una suerte de justicia erótica, permitiendo el ingreso de una identidad no binaria al campo del deseo. Desear y ser deseado, en un sistema heterosexual, habitando un cuerpo que se corre de las fronteras hombre-mujer, resulta problemático y muchas veces hasta imposible. La imagen devuelve al mundo la posibilidad del deseo.
3. Tembloroso, cuando ya todos los ropajes han sido derribados, el cuerpo queda sin ningún misterio, como diciendo ya no hay nada más que esto, una imagen que se presenta completa pero que sigue siendo imposible de agarrar. Aún queda la pose, el movimiento, es imposible desmantelar al otro de todos los velos. Así se presenta l* model* en la imagen que realiza Kenny Lemes, con una tela en el piso caída como el rastro de aquello que la habría tapado, las sábanas corridas y también las paredes de su habitación, que se descascaran mostrando toda su fragilidad. L* retratad* mira a quien l* mira, relajad* y a la vez como si esperara que algo suceda, podría quedarse así un buen rato, está desprovista de ropa pero la tela que está caída descansa igual que ell*. No hay urgencia de vestirse, ni de mostrar ya nada más. El espectador también reposa, aquí no hay una situación de vergüenza en la desnudez, hay rastros de una libido en las sábanas corridas pero ya no está presente aquella tensión. Está desnud* pero a la vez la pose, el movimiento de su cuerpo la viste. Su piel brilla y aquí no hay más que un desmantelamiento de las oposiciones entre pecado y paraiso. Esta imagen es el retorno a un edén abandonado, la vuelta a una vida en armonía con el cuerpo, no uno cubierto de un velo de gracia, ni en armonía con la naturaleza. Un edén en armonía con el propio caos que implica ser un humano. Si seguimos las palabras de Agamben, Kenny nos presenta una verdadera crítica de la tradición del desnudo, no en la literatura, sino en la imagen fotográfica.
Una investigación que pretenda medirse en serio con el problema de la desnudez debería, por lo tanto, ante todo remontarse arqueológicamente más allá de la oposición teológica desnudez/vestido, naturaleza/gracia, pero no para alcanzar un estado original precedente a la escisión, sino para comprender y neutralizar el dispositivo que la produjo.
Lemes no solo desmantela el dispositivo de la desnudez en sus binarios, sino que también al igual que Wondra y Bautista, permite el ingreso de una humanidad no hegemónica al terreno de la belleza y el deseo, la heterosexualidad nuevamente desarmada, al espectador solo le queda olvidar por un rato las normas del género, y descansar su mirada en el brillo de aquella piel radiante, marrona.
4. En estas relaciones entre fotografías contemporánea y el texto de Agamben, lo que quiero resaltar es la posibilidad de leer estas imágenes más allá de un circulo queer de producción y recepción. Porque lo queer no es solo fértil para su propia comunidad, también le ofrece al mundo una mirada crítica que pasea entre el pesimismo y la utopía, dejando de producir siempre los mismos imaginarios y apostando por formas más amables en la representación de los cuerpos.