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Por Nicolás Maidana

Dibujo por Lux Lindner

Ocurrió en el año 2019 y fue como si las imágenes me abofetearan desde el fondo de un agujero negro. Se trataba de un folleto pegado en la cartelera del hospital en donde trabajo, en el cual se anunciaba la presentación de una compañía de teatro que estaba de gira por la ciudad. Debajo de los nombres de los actores, había una foto de la directora, Malory Parsons.

Las islas, las malditas islas retornaban a mi vida como en un vórtice del infierno.

En aquella época éramos jóvenes, todo lo que se puede ser joven en un páramo olvidado por la mano de dios. Nos vestíamos con atuendos punks y nuestros días se malgastaban fumando la poca marihuana proveniente de las embarcaciones sudamericanas.

En las islas éramos considerados rebeldes incorregibles y la asamblea de mayores nos había acusado de actos vandálicos en muchas oportunidades. Yo y mi grupo de amigos odiábamos a todo el mundo; la gente que nos rodeaba era para nosotros, poco más que un grupo de pescadores ignorantes. Yo profesaba el culto a Dylan Thomas, Malory se volvía loca por Jorge Luis Borges. Ambos amábamos a Stephen King.

El famoso poema de Borges sobre la guerra nos causaba estremecimiento, aunque también gracia. Una vez lo leímos en voz alta en el Globe, para provocar a los borrachos. Recibimos insultos y nos tiraron con jarras de cerámica. Todavía se me nota la cicatriz detrás de la oreja.

Malory no llamaba a las islas por su verdadero nombre, sino que se burlaba llamándolas “Eso”; como el título de la película que habíamos visto en VHS cuando éramos adolescentes. “Eso” de Stephen King. Vivíamos en “Eso”. Dilapidábamos nuestra juventud en “Eso”. Hablábamos todo el tiempo de escapar… Malory más que nadie. Sufríamos viendo como nuestra juventud se dilapidaba en aquella isla prisión. Hasta que un día, allá por el año 1999 llegaron los argentinos.

Nunca habíamos visto a ninguno. A veces se corría el rumor de que alguno de ellos había asistido al cementerio de Darwin. Pero, para nosotros eran como fantasmas, seres mitológicos de otra época. Aparecieron de la nada, simulando ser turistas. Serían unos seis o siete, nos llamaron la atención sus modos exagerados y expansivos. Una noche, nos invitaron a tomar algo y conversar. Se presentaron como documentalistas y entre cerveza y cerveza nos propusieron ayudarlos a filmar una película. Nos ofrecieron algo de dinero, pero sobre todo hablaron de un método, el “Dogma 95” que estaba de moda por aquellos años en Europa. O al menos eso nos dijeron.

Aburridos como estábamos, no dudamos en aceptar, nuestra excitación pudo más que las sospechas que teníamos. Les presentamos gente, los ayudamos a organizar las filmaciones, les mostramos los lugares más adecuados. Les brindamos nuestra confianza. Decían que iban a filmar todas las situaciones con varias cámaras escondidas, porque eso les dictaba el “método”. Trajeron a una actriz inglesa, Camila.

Recuerdo que uno de ellos, de cabeza calva, se burlaba como una hiena excitada de todo lo que veía. También había otro más parco, que llevaba una camarita diminuta para todos lados, sin dejar de farfullar en un mal inglés.

Al preguntarles de que se trataba la película, cuál era el argumento, hacían silencio o cambiaban de tema. Cuando finalizó el rodaje, se fueron como llegaron; sin mostrarnos nada, bajo la promesa de que volverían cuando la película estuviera terminada. Pero jamás los volvimos a ver. Nosotros continuamos con nuestras aburridas existencias durante unos meses. Hasta que llegaron las noticias.

La película se había estrenado en Argentina y fue un fracaso de crítica y público. Pero el impacto que causó en nuestro territorio fue profundo y se convirtió en una vergüenza para nuestro pueblo. Los argentinos nos habían engañado. Nos ocultaron todo el tiempo lo que, en realidad, estaban haciendo.

 Me da vergüenza contar el argumento, que nunca conocimos sino hasta el momento de ver la película, pero lo voy a hacer para que quede registro de lo que pienso, ahora que todo esto me parece tan lejano. La película llevó el nombre injurioso de Fuckland.

Se trataba de un argentino que volvía a las islas muchos años después de la guerra, para engañar a mujeres locales, procrear con ellas y así volver a poblar nuestras islas con sangre argentina. Así de simple, así de humillante.

Con el paso del tiempo, sin embargo, pienso que lo que más me dolió fue lo que pasó una noche, algunos días antes de concluir el rodaje. Al salir del Globe, con varias cervezas en la sangre, observe a Malory yéndose con el argentino de cabeza calva. No tuve mejor idea que seguirlos. Al volver a mi casa esa noche, comencé a llorar.

Después de un tiempo, salieron a la luz los nombres de los que habíamos participado en aquella humillación. A partir de esas revelaciones, la gente comenzó a hacernos la vida imposible. Se cruzaban con nosotros y bajaban la cabeza, murmuraban a nuestras espaldas. A cada susurro resentido que yo escuchaba en algún rincón del Globe, respondía con el dedo en alto inventado por Sid Vicious.

A lo largo de los meses que siguieron, mi relación con Malory comenzó a degradarse. Ambos nos culpábamos por lo que había pasado. Aunque yo jamás le revelé lo que había visto aquella noche, lo que sucedió con el argentino. Lo que le vi hacerle.

Una noche de desesperación y soledad fui a su casa a buscarla, me acuerdo que nevaba. Atendió el padre, que insultándome me cerró la puerta en las narices; a mi no me importó nada y grité su nombre. Después regresé a mi casa, que quedaba a pocas cuadras y antes de entrar, una bola de nieve me golpeó la cabeza. Se trataba de Malory. Le imploré que nos fuéramos a Inglaterra, que comencemos de cero. Pero ella ya había tomado una decisión. La volvería a ver solo una o dos veces más.

Lo ultimo que supe de ella es que al final, cumplió su fantasía de escapar hacia la tierra de Borges. Amigos en común me dijeron que se dedicó a estudiar teatro en Buenos Aires. Después no supimos más nada. Yo viajé a Londres y me inscribí en la facultad de medicina. Con el tiempo conseguí trabajo en Bristol, una localidad más pequeña y silenciosa. Su paisaje me recuerda, en algunos momentos del año, al clima glacial de las Falklands y eso, de manera sorpresiva, no me desagrada.

Lo que sigue a continuación es el enlace de aquel esperpento en el que participé cuando era joven. Solo lo hago para dejar constancia, para que las futuras generaciones no cometan nuestro error. Es un objeto ignominioso, que no tendría que haber salido a la luz del día.

www.youtube.com/watch?v=aw6HaAc9EcA

Del blog personal, ya clausurado, de Barnaby McGraw, nacido en las Islas Malvinas, médico cirujano del Hospital central de Bristol.