El pasado argentino

por Camila Fabbri

dibujo por Marcelo Pombo

Olivia Funes Lastra nació en Nueva Zelanda en 1995 y a sus dos años, se radicó en Argentina, Buenos Aires. En la segunda presidencia del Dr. Carlos Saúl Menem, cuando Gabriela Sabatini se retiró del tenis y cuando el índice de desempleo escalaba de formas abismales (como ahora). Se formó  es una escuela pública francesa que se llama  École Nationale Supérieure d’Arts de Paris-Cergy, en la ciudad de Cergy, a unos 30 kilometros de Paris, y en el Programa de artistas de la Universidad Di tella. 

Olivia es artista visual y vive actualmente en Francia, pero la argentinidad en ella es algo que se destaca, como un colgante de brillos. La conocí en Madrid mientras llevábamos a cabo la residencia artística de Casa Velázquez, a fines del 2023. Ella ya estaba trabajando en su obra instalativa Era un lugar azul. Era la artista que desplegaba grandes extensiones de papel o tela en el jardín de la Casa, y las coloreaba con aerosol, vistiendo una máscara para protegerse de los gases. Sobre los papeles, redactaba fragmentos que habia seleccionado antes sobre la obra de la filósofa española María Zambrano -exiliada durante cuarenta años por el gobierno franquista, entre Europa y Latinoamérica-.

Durante su estadía de un año en Casa Velazquez, Olivia creó alrededor de cien pinturas o como ella las llama ¨pintar con la escritura¨ con su lengua materna, el castellano,  el que casi no usaba hacía diez años, radicada ya en París, Francia. Una vez que terminó la Residencia, Olivia guardó su obra junto a sus pertenencias  porque, como ella menciona también ¨es una pintura nómada gracias al uso de la tela¨  la puede llevar en una valija – o en varias-  adonde quiera que vaya, como una titiritera o una artesana que traslada su mercadería.  

Esta obra fue expuesta bajo el nombre Au-delà de la mer, une rivière   en la Bienal de Lyon en 2024 y un tiempo después en el Centro Cultural Las Cigarreras,  en Alicante, España, como ¨Más allá del mar, un río¨.  Durante esas muestras, Olivia invitó a la gente a leer textos que ella misma ofrecía,  en sus lenguas maternas  que no eran  las que usaban habitualmente -algo así como auto-exiliados sin motivos dramáticos-. A leer rodeados de telas escritas en idiomas , también,  y esas voces sonoras de alguna manera,  activaban o despertaban a la (sic Olivia)  ¨arquitectura del recuerdo¨. En paredes, techo, suelo, y donde fuera que pudiera crecer, como una enredadera con carácter. 

Después de esa instancia, que le dejó otro tipo de experiencias y conclusiones , Olivia cargó parte de sus telas  y viajó a Argentina, su tierra natal a la que no volvía hacía tiempo, y planeó su muestra en Buenos Aires con el curador, escritor y artista visual Javier Soria Vázques, en Ungallery, ubicada en el barrio de La Boca, en Buenos Aires. Este espacio/ galón supo ser una especie de taller mecánico de barcos -lo cual hace sentido, dada la ubicación- por eso tiene casi el tamaño de un hangar, los techos están altísimos. Y su destino posterior fue un local de venta de antiguedades, en donde también se restauraban muebles y esos elementos del pasado se apilaban entre sí. El pasado del espacio también hizo mella en la idea de la puesta actual. El recuerdo como murmullo. 

 La propuesta esta vez era la misma pero un poco más ambiciosa, dado el tamaño de la galería también.  Las palabras estarían desplegadas  en paredes cubiertas de tela, de papel, pintado de azul (sic Olivia) ¨ Yo los habia pensado como un torrente de agua que inunda la sala, y que transporta el recuerdo. Pienso que la escritura se despliega sobre este papel como una escritura líquida, no lineal,  líneas errantes que se entrecruzan, que se dispersan, que se vuelven ilegibles. Que quizás,  pueden tener un vínculo con la noción de crisis, como algo en movimiento, con el material muy liquido que uso para pintar: pigmentos, pinturas liquidas, anilinas…¨ Y este recurso se repite sobre el suelo,  en cajas, cajitas, en palabras  sonoras grabadas a viva voz por la misma Olivia,  incluso visuales,  gracias a un pequeño proyector que dejaba ver parte del proceso sobre una de las telas.  Las palabras brotan en un espacio repleto de ellas, se chocan entre sí en el intento de  recrear el recuerdo de un pasado al que no se vuelve pero que ha sido constitutivo: para Olivia, la Argentina. ¿Su más firme juventud, su adolescencia, la infancia tal vez?  ¿la música que escuchaba o que llegaba porque sí, la familia, los colores de la Ciudad, los olores, el ruido del tráfico, la crisis? Todo esto se lo adjudico yo, pero mirar una obra también se trata de eso, ¿no? 

Esos  recuerdos  en movimiento fueron  apareciendo con más fuerza en la artista que está a punto de cumplir treinta años. El pasado argentino diseminado en una instalación gigantesca, en frases, oraciones, relatos o fotografías que muy íntimamente, traccionan imágenes que alguna vez pensó,  quedarían atrás para siempre.  Lo asombroso de este ejercicio del recuerdo, o quizás más bien del reencuentro con quién era una antes de haber vivido afuera, es ese reconstituirse en el hoy. ¿La lengua materna es solo un dato curioso o es acaso lo que sigue conformando  la personalidad y también, el imaginario más íntimo? Entonces, ¿estábamos hechos de todo eso que pretendimos olvidar sin querer? ¿Con qué fuerza vuelve el origen, una y otra vez, incluso estando en un punto remoto del mapa? 

Era un lugar azul en Ungallery es una experiencia de asombro. Es asomarse a mirar qué hay dentro de la cabeza de la artista, que pareciera ser de color azul, con retazos de otros un poco más eléctricos.  Asomarse a mirar esa experiencia por la que atraviesa, con su valija a cuestas, de las fronteras en las que desea ubicarse y a las que elige pertenecer. Recostarse en el suelo un rato a mirar qué palabras se arman y cuáles han quedado recortadas porque sí, porque todo no se puede. Apagar las luces y dejar que la constelación narrativa nos de, al menos un rato, la paz que merecemos.