Pensar lo que viene
Durante cuatro años tuvimos que hacer pequeños movimientos para sentirnos mejor. Después de que “nos hicieran creer” que no éramos dignos de muchas cosas empezamos a conformarnos cada vez con menos: ya no tomamos dos cervezas, sino una; no prendemos las estufas eléctricas cada vez que tenemos frío, sino cuando sabemos que vamos a poder pagar la factura de la luz; ni siquiera fuimos a pasear por los museos, porque los que antes eran públicos ahora no son completamente gratuitos. Perdimos plata, aguante, energía, trabajos y posibilidades. Desde diciembre de 2015 y hasta ahora ser feliz fue un desafío. Disfrutar, otro más. ¿Cómo pensar en un futuro si apenas hay tiempo para soportar el presente?
En un ensayo publicado este mes en la revista Anfibia (publicación que pertenece a la Universidad de San Martín) por el Colectivo Juguetes Perdidos, que investiga hace más de 10 años la precariedad y sus formas de vida y de muerte, se plantea lo difícil que fue pensar en el mañana y en el disfrute en estos últimos cuatro años con la aparición de “la vida mula”. “Uno de los rasgos centrales de la vida mula ajustada es el cansancio. Mayorías cansadas por la intensificación de la movilización de la vida y la ‘belicosidad’ de lo cotidiano; por sostener una vida –anímica y materialmente– sin dejar ningún elemento librado al azar”, dice el ensayo del Colectivo Juguetes Perdidos.
En ese contexto de precariedad íntima el Centro Cultural Haroldo Conti preparó una segunda edición del Festival Futuros. El contexto en el que esto sucede es el siguiente: el Conti (mejor dicho, el Estado) le debe 4 millones de pesos a 270 artistas que se trabajaron durante 2018 en el espacio y que son casi el 80 por ciento de los artistas que estuvieron en distintas actividades durante el año pasado. Las autoridades no hacen nada para saldar la deuda y el presupuesto este año para el Centro Cultural Conti fue de cero pesos.
A pesar de eso, ocupar los espacios es resistir y resistir significa evitar que el espacio se achique o se vacíe. Es por eso que el Festival Futuros, que duró un mes y juntó a distintos artistas y colectivos, planteó la duda de si es posible que exista un futuro habitable en un contexto donde el capitalismo salvaje sigue imponiendo las reglas del mundo de las finanzas, al mismo tiempo que plantea como modelo ideal estructuras heteropatriarcales.
La crisis condiciona las identidades, las vidas se desorganizan: dudamos del contexto que nos rodea, de los afectos y de nosotros mismos. La ex ESMA carga con una historia densa, en relación a la represión de los cuerpos. Un pasado que usó la tortura y la muerte como castigo aleccionador para todos los que eran “insurgentes”, “subversivos”, o simplemente distintos. En esta edición, la diferencia es un agregado extra: la programación transversal a todas las área del Conti permite que se crucen causas, lenguajes, disciplinas y problemáticas.
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Con dos amigos queremos hacer una fiesta. Los tres coincidimos que desde que asumió Macri, es decir, desde diciembre de 2015 y hasta ahora, cada vez hay menos fiestas. Ya no sabemos a donde salir. Las opciones que hay son aburridas u oscuras. No hay ganas de festejar. No hay nada que festejar. Pero festejar puede ser una manera de resistir. La importancia de la catarsis del baile.
Resistir no se trata sólo de quedarse firme estoicamente, sin moverse, aguantando lo que sea. Tampoco es esperar a que todo pase, sin caerse en el mientras tanto. Resistir es seguir avanzando, como se pueda o con lo que se tenga. Resistir también puede ser ir a una fiesta.
En una fiesta hay lugar para muchas cosas que no están permitidas en otros contextos sociales o cotidianos. Podemos ser sexies a propósito, manifestar de forma desmedida nuestro deseo, besarnos con desconocidos, abrazarnos a desconocidos, hacer nuevos amigos, emborracharnos, abstraernos por un rato de “la realidad”. La fiesta es como un punto de fuga en un contexto de crisis.
El Festival Futuros fue medio como una fiesta. La propuesta recuperó esas ideas de lo que puede pasar en una fiesta y plantea nuevas formas de mirar lo que no conocemos. O lo que no nos quieren dejar conocer. El disfrute, el goce, las nuevas identidades: elementos que se juntan en el Festival para pensar eso que todavía no ocurrió, eso que está por venir y que se construye ahora. Ojalá el futuro sea como lo imaginan los y las artistas del festival.
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Es importante que un espacio de memoria como es el Centro Cultural Conti, ubicado dentro de la ex ESMA, se ocupe de pensar, o imaginar, el mañana. Los espacios de memoria existen para recordar, pero también para avanzar. No se mira para atrás sólo para revivir el horror, sino para superarlo y para exigir que nunca más vuelva a aparecer.
No se puede hacer nada para evitar lo que ya pasó. No hay manera de resucitar a los muertos, pero sí se puede resignificar sus muertes: levantar otra vez sus banderas, pelear por una sociedad más justa e inclusiva, ponerle fin al retorno neoliberal que empezó el 10 de diciembre de 2015.
Esta es una discusión gratuita. A nadie se le paga ni siquiera un honorario simbólico, pero no ocupar los espacios por la ausencia del dinero es permitir que ganen esas ideas a las cuales les resistimos. Que el ajuste no permita que no ocupemos los espacios. Ya vendrán tiempos mejores. Resistir es bailar en la fiesta hasta que sale el sol, incluso cuando no tenemos plata para otra cerveza.