por Sofía Chiraux (desde París)
Los chorros de agua parecen tan débiles al lado de las llamas rosas casi violetas que no paran de aparecer en nuevos lugares. Arde la iglesia que todas las mañanas me recordaba que estudio en París. Se ve el esqueleto, la debilidad de la estructura. Se escuchan los gritos de los bomberos. El cielo está cada vez más marrón, cada vez más oscuro. Se ven las vigas rojas caer, y el fuego inmediato que acaba de alimentarse. Es una imagen de guerra. La única diferencia son la cantidad de smartphones que filman y sacan fotos. Siguen llegando bomberos con esperanza de apagar un fuego que parece imposible. Es todo madera, lo vi en el tour que hice con mi abuela y mi hermana. No hay más techo, y el costado derecho que hasta ahora parecía libre de llamas, empieza a echar humo. Los ventanales se volvieron rosa, dejando pasar un color tímido de lo que está pasando adentro para los curiosos que miran. Se escuchan las gaviotas quejarse, gritando de dolor. Lo que a través de agujeros se veían como chispas, ahora son llamas. Cada vez más grandes, más amarillas y naranjas. El vitraux observa todo, impoluto, negro. Arde el corazón, el centro de la iglesia. Todos pensábamos que veríamos el fuego apagarse lentamente. Pero está pasando todo lo contrario.
Nunca pensé que vería una iglesia quemarse. Lo primero que pensé fue en algunos de los carteles del 8M. Cada vez está más oscuro y la iglesia entera se está volviendo violeta, roja. Se nota cada vez más que el incendio está llegando más cerca del rincón derecho. La señora de al lado mío dice que se cayó el techo. Pasa un avión comercial y me pregunto cómo se vera desde arriba Notre Dame incendiándose. Quizás son esas cosas que si uno no presta atención nunca se entera de que estaba pasando por una iglesia en llamas.
La gente está en silencio. «Hay que orar mucho ahora Doña Gloria», escucho al lado mío. Cierto que ya viene Semana Santa. Es como una película muy lenta y atrapante al mismo tiempo. Porque no sabemos el final. La señora de al lado es la única que habla, o por lo menos la única que habla en español y por eso mi oído escucha sin voluntad. Se pregunta qué van a hacer con la gente que trabaja en Notre Dame, que no va a tener trabajo. Y después dice que va a rezar.
Se está quemando una de las torres. La campaña se va a caer. Si se cae será terrible.
Mientras todos miran la torre, la parte de atrás de la iglesia arde cada vez más. Las llamas salieron por la ventana. Se ve el fuego afuera de la iglesia por primera vez. Por lo menos de mi lado en la puerta del restaurante Le Montebello.
Algo que nunca había mirado hasta hoy es que el fuego antes de crear la llama, abraza . Rodea el objeto con lentitud pero con determinación, sabiendo que va a ganar. Eso le está pasando al balcón justo adelante de mí. Pero la campana no arde más. Punto para los bomberos, o para la arquitectura, no sé. Iba a escribir para la historia, pero esto estará incluido también en la historia de la religión en algún momento. El día que Notre Dame ardió, hasta ahora a medias.
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La gente se da vuelta al menor ruido. Yo sigo atrapada en el lado sur de París, sin poder pasar a mi casa. La ciudad está dividida en dos.
De lejos se empieza a escuchar un coro. No entiendo si gente vino a rezar. Empezaron a salir chispas para arriba, arrastradas por el viento. El fuego llegó a la parte más alta de la estructura. Volvió a salir otra llamarada de chispas y una llamarada amarilla. Cayó el vitraux alto. Hizo ruido, se escuchó el eco en el vacío de llamas. La gente gritó al mismo tiempo y por primera vez se escuchó algo. Pero fue natural, armónico con el silencio que sigue.
«Notre Dame c’est fini». Los fotógrafos nos sacan fotos a nosotros ahora. Las chispas vuelan cada vez más lejos.
Más chispas, algo nuevo cayó. Son como papelitos que vuelan. La estructura que servía para hacer las refacciones es naranja ahora. Los caños se están quedando, ahora son de un rosa fluorescente. Todavía sigue levantada pero no falta tanto para que se caiga. Cada vez es más de noche, hace más frío, pero es irónico pensarlo entre tanta gente y frente a tanto fuego. La gente se pregunta si alguien habrá muerto. Todavía no se sabe.
Al lado mío dos ingleses dicen que del otro lado hay más camiones hidrantes que de este lado. Pero no los vemos. Parece que estamos del lado incorrecto, no sé, ¿cuestión de fe?
Un policía con ametralladora, como siempre acá, acaba de pasar muy consternado. «Le spectacle est très intéressant mais faites attention aux pick pockets». El de adelante mío se fue y estoy en primera fila contra la cuerda de seguridad.
Ya ahora queda claro que no hay techo. Parece una maqueta de papel, de las que venían en Billiken para armar con orejitas que encajaban. El de al lado mío se prendió un pucho y me pareció un poco irónico, pero quiero pedirle uno. Del lado de la cinta de seguridad para la iglesia solo está la prensa y mil bomberos y mil policías. Pero hay uno que sostiene un vaso de birra. Siento que si fuese más viva pasaría al otro lado, pero garrón discutir con alguien con ametralladora en francés.
¿En qué andará Macron? ¿Y el Papa? Me acuerdo del altar a Guadalupe adentro. Era sin duda el más colorido. Me quiero prender un pucho pero me acuerdo de que no tengo encendedor y… no me da la cara para pedir.
Esos papelitos que veía volar para arriba, empezaron a caer sobre nosotros. ¿Qué parte será? El olor a quemado empezó a llegar. Es muy fuerte. La iglesia arde hace tres horas. El chico de al lado mío sospecha que el fuego comenzó en el lugar de las obras. Alguien piso la cuerda de seguridad y ahora todos estamos parados en fila, sin saber que nos detiene a desordenarnos.
Un mozo de Le Montebello salió llevando una pizza en una caja, caminando rápido hacia la iglesia. Alguien tiene hambre. Pero no entiendo por qué solo pidieron una. ¿UNA?
Las llamas están bajando, por lo menos de este lado. Del otro, del lado que aparentemente están los camiones, debe haber menos. Podría irme, pero no tengo forma de pasar al otro lado. Ya la gente se desordenó, ya no soy la primera de la fila. Montebello recibe más clientela que nunca porque claro, quién no querría estar sentado, comiendo y tomando mientras hace lo mismo que estoy haciendo yo en este momento.
Agarraron un pickpocket, lo llevan detenido.
Mientras me rolaba un pucho escuché un OhLaLa tribunero, y vi salir una nueva llama. El fuego sigue comiendo. Y aún le queda mucho por comer.
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Dicen que se puede derrumbar. Parece tan eterna y tan frágil a la vez. La llama del encendedor me perturba un poco. El cigarrillo, las cenizas, lejanas pero cercanas a lo que está pasando en la isla de enfrente. Todos estamos a la espera. Más gente sigue llegando en bicicletas y monopatines. Y bomberos. Ahora la gente aplaude a los camiones de bomberos que llegan.
Los coros se escuchan con más fuerza. No sé de dónde vienen pero la sensación de duelo es más grande. Hay un rincón de la iglesia que parece sin quemar, pero se ve una chispita mínima a través de la ventana. La torre de la campana volvió a arder, mientras atrás mío un grupo de gente discute.
Dos bomberos se van, la gente aplaude «Allez les pompiers». Se ve una llama en la parte baja ya, del lado donde los chorros de agua no están.
Llegan cuatro camiones de bomberos más, recibidos por aplausos. Los chorros de agua que aparecen desde el otro lado son rosas. El fuego en la parte baja crece. Los papelitos de fuego siguen volando. Se ven luces blancas adentro, como si hubiese personas con linternas intentando adentrarse en ese infierno. Un chorro de agua apareció en el piso de abajo. Un grupo de gente corre y se escuchan más bomberos llegando a lo lejos. Las sirenas acá son ensordecedoras, pero hoy casi no se escuchan entre los cantos lejanos.
Se escuchan aplausos y silbidos de lejos, ¿más bomberos en camino? Más aplausos por dos bomberos que se van, está vez con más fuerza. El fuego es más profundo, no se ven llamas, pero ahora las ventanas se iluminan en rosado. Hace más frío, ya la gente no habla para nada, pero nos vigila uno de ametralladora. En el tope de la torre que no se incendia se ve una linterna. A través de las ventanas se ven caer las chispas de las cosas que arden a más altura.
Pienso: todos los fotógrafos son hombres. De los 20 que habrán pasado. Decidí irme, y caminando para atrás empiezo a escuchar que detrás mío también había cantantes. Sigue llegando gente.
Ya me fui. Pero el cielo en el 11eme (Nota del editor: XI distrito de París) es de azul amarronado y la luna está borrosa.
París amaneció igual que siempre, por lo menos en mi casa. Gris y un poco lluvioso. Eso sí: la alergia se siente más que en otras mañanas. Pero quizás es el comienzo de la primavera. Lo que cambió fe mi camino al trabajo. Porque vaya donde vaya, siempre paso por algún puente de norte a sur. Las gaviotas y un leve olor a quemado me avisaron que me estaba acercando a la iglesia. Hoy es negra, no roja, no violeta, no rosa. Hoy hay menos autos, más sirenas y más cámaras con tremendos zooms.
Hoy es más real y menos real. Quizás porque todos nos estamos viendo obligados a conectar con nuestra propia fragilidad.