Las ideas pequeñas no tienen importancia
por Pablo Katchadjian
dibujo Lucas DiPascuale
Leyendo Una excursión a los indios ranqueles de Mansilla, pensé: las ideas pequeñas no tienen importancia. Pensé esto e intuí que era dudoso, así que me propuse desarrollarlo. Mansilla va a conocer a los ranqueles; su clase social se debate en ese momento entre dos posiciones: a) lo mejor que se puede hacer con los indígenas es exterminarlos y ocupar su territorio; b) lo mejor que se puede hacer con los indígenas es dominarlos, a ellos y su territorio, y convertirlos en trabajadores de la tierra expropiada. Mansilla está por la opción b) y fantasea, en el libro, con las extensiones de la pampa sembradas y los indígenas convertidos en trabajadores. Y aunque nunca deja de ser un representante de su clase y, en general, los indígenas le generan un poco de rechazo y menosprecia sus costumbres, tiene, sin embargo, cada tanto, ideas diferentes sobre su valor como humanos, sobre la posible sabiduría de su forma de vida, sobre la posibilidad de dejarlos vivir como viven; llega a decir, en cierto momento, que quizá ellos vivan mejor que “nosotros”. Al final del libro, de todos modos, hace un informe de guerra: cuántos indígenas podrían pelear, qué armas tienen, etc. Pocos años después, el territorio fue conquistado, los indígenas fueron exterminados y, los que quedaron, puestos a trabajar.
No quiero hacer una denuncia ya hecha ni embanderarme en una causa obvia ni mucho menos plantear un debate que no existe como debate. La idea sería más bien que, finalmente, esas ideas que Mansilla va teniendo a lo largo del libro donde duda de sí mismo, de su misión, de su cultura, y ama a los indígenas, no tienen importancia. Pero esto, veo ahora, no es exacto. Las ideas tienen importancia literaria, porque sin ese amor y sin esas dudas el libro de Mansilla no hubiese sido tan intenso. Y en ese sentido tienen también importancia existencial, porque lo ponen a Mansilla en una posición que le permite escribir ese libro. Pero de todos modos no tienen importancia fuera del libro porque, finalmente, Mansilla nunca deja de ser un representante quizá un poco excéntrico de su clase, y por eso, se podría decir, son ideas de gran aspiración pero de poca proyección. ¿Que qué podría haber hecho? Podría haberse quedado a vivir con los ranqueles, por ejemplo, donde no la pasaba del todo mal, según se lee. Si hubiera hecho eso, las ideas pequeñas hubieran sido enormes, porque lo habrían obligado a cambiar de vida.
Otro que fantaseó de manera parecida fue el terrateniente Tolstoi, que estuvo con los cosacos, se enamoró de una cosaca, etc., y luego escribió Los cosacos. Pero eso no evitó que él fuera un terrateniente con fantasías de renuncia sólo concretadas en la vejez.
Y está el caso, quizá más radical, de Lawrence de Arabia, que al servicio de la Corona fue a la guerra junto con los árabes, vestido de árabe, y fantaseó con ser uno de ellos hasta el punto de generar sospechas y preocupación entre sus conciudadanos. De ahí salió el intensísimo Los siete pilares de la sabiduría.
¿Qué se puede pensar sobre esto de querer ser otro y fantasear con eso? Es el conocido relato de una oración de Kafka, “Deseo de convertirse en indio”: “¡Si uno fuese, sin embargo, un indio, dispuesto al momento y sobre el caballo lanzado a la carrera, de través por el aire, que vuelve siempre a retemblar a golpes cortos sobre el suelo trepidante, hasta que uno se deshace de las espuelas porque no hay espuelas, hasta que uno arroja las riendas porque no hay riendas y apenas ve ante sí el campo, como una pradera segada al ras, ya sin cuello de caballo y sin cabeza de caballo!”.
¿Qué?, podría preguntarle uno. ¿Qué pasaría si uno fuese…? ¿Qué quedaría? No quedaría nada, podría responder Kafka, o quizá quedaría uno en medio de la nada, que ya no sería uno.
La fantasía es dejar de ser uno. Para eso sería que se escribe. ¿Y entonces? ¿Qué son esas ideas que parecen aspirar a existir fuera del libro pero cuya función es ser parte de una tensión que dé lugar a un libro? Son, pienso ahora, no ideas sino deseos. El deseo produce el libro que uno lee pero también el que no lee: un libro en el que un terrateniente, viviendo con los ranqueles, escribe un libro contra la clase terrateniente.
¿Qué quiero decir? Quiero decir que hay ideas pequeñas de grandes aspiraciones que producen libros pero que, a la vez, no tiene importancia fuera del libro, porque son deseos. Pero esto tampoco es exacto. Esas ideas/deseos que producen libros son lo que uno lee: uno lee la tensión de ese deseo con lo que no es ese deseo o con lo que el deseo quiere modificar. El deseo está en el libro leído, pero la idea está en el libro no leído. Como si la tensión hiciera aparecer un fantasma que está fuera del libro: así la idea podría tener una proyección.
Porque la idea, para el libro, puede ser pequeña, pero si el deseo es enorme el fantasma de la idea aparece también afuera. De modo que el problema no es una idea pequeña sino un deseo pequeño. Son los deseos pequeños los que no tienen importancia.
Entonces uno podría preguntarse, cuando lee: ¿de qué deseo está hecho este libro? ¿Es un deseo enorme? ¿O uno pequeño? Con un libro, claro, o con cualquier tipo de obra.
El asunto, ahora, es cómo medir un deseo. No se puede, pero tal vez no sea tanto una cuestión de tamaño como de tipo. Si el deseo de convertirse en indio, en cosaco o en árabe es grande, pequeño podría ser, quizá, lo que va en la dirección contraria: hacerse rico, conquistar el mercado, etc. Es la distancia entre dejar de ser uno mismo y ser uno mismo pero poderoso, es decir, ser todo lo uno mismo que se pueda. (Claro que finalmente el poderoso, colmado de sí mismo, luego del éxito podrá decir: ya no soy “uno mismo”. Pero esa es otra cuestión. En todo caso el poderoso podría querer dejar de serlo para ser otra cosa: lo que era antes, que ya no existiría).
El arte trabaja con deseos imposibles, pienso, no con deseos no alcanzados o alcanzables, aunque un deseo no alcanzado o alcanzable puede convertirse en un deseo imposible: basta con que uno sea de tal manera que anule la posibilidad de cumplirlo. Más allá de eso, hay deseos que son imposibles por definición: conocerse a uno mismo o a los otros, descubrir el sentido final de cualquier cosa, imaginar la paz total, entender la idiotez, la ambición de poder, los vaivenes del odio y el amor, el mal, el peso del fuego en nuestro cerebro, el pozo de la repetición, la tendencia a la hipnosis, la locura y la santidad… ¿Por qué son imposibles? Porque para cumplirlos uno tendría que ser otro, o más bien otro tipo de cosa, o al menos no uno mismo.
Pero no es tan sencillo. Porque, por ejemplo, uno podría decir que entender lo incomprensible es un deseo grande e insertarse uno chico, destruir lo que está mal un deseo grande y ser aceptado uno chico, unir a las personas un deseo grande y ser admirado uno chico, y sin embargo en todos los casos se podría pensar lo contrario con ciertos argumentos. Pero eso no importa, porque la propuesta sería preguntarse, al ver una obra: ¿cuál es el deseo que mueve al autor? O, mejor: ¿qué desea esta obra? Y la respuesta no tiene por qué ser precisa para resultar importante.