¿Por qué lo precario es el futuro?
Por Marcela Sinclair
Dibujo por Marcelo Pombo
A fines del siglo pasado era sentido común la idea de que los estilos se repiten cada veinte años. En 2004 se inauguró el Museo Precario Albinet, del suizo Thomas Hirschhorn, artista comprometido con el devenir del mundo y consciente de que, como tal, su aporte no sería teórico sino de invención formal. Sus instalaciones de cartón y cinta de embalaje, con imágenes de actualidad impresas en papel, se hicieron conocidas en estas latitudes sobre todo a partir de la exposición Escuelita Thomas Hirschhorn, en 2005 en Belleza y Felicidad, del dúo conformado por unos incipientes Leo Estol y Diego Bianchi. La reseña que María Gainza escribió para Radar concluye señalando que la muestra manifestaba la preocupación general por “una tensión constante y corrosiva entre el auge tecnológico y la lenta pauperización de la sociedad”. Una veintena de años después, nuestro presente problemático y febril hace reverberar esa frase. Para salir del azoramiento (por una vía que no sea anestésica ni nostálgica), quizás valga revisar los fundamentos de esas obras dosmileras. En la conferencia titulada igual que esta nota, de la que reproducimos algunos fragmentos, Hirschhorn explicita el interés de participar activamente en las luchas por el sentido de las palabras, y con algo de maniobra antropofágica, se apropia de una categoría a priori negativa, lo precario, para reivindicarla como lógica de la vida y lema del arte. Lo hace presentando tres de sus “esculturas precarias”: el Monumento a Gramsci en Forest Houses, Bronx (2013). Llama Eterna en el Palais de Tokio (2014). Y la Escultura Robert Walser en la plaza de la estación de Biel/Bienne, Suiza (2019).
He encontrado la más bella definición de precario en el magnífico libro de Giorgio Agamben “El fuego y el relato”: Precario significa lo que uno obtiene a través de una plegaria, y que por esa razón resulta frágil y aventurero. El arte es aventurero y precario, si quiere mantenerse en una relación justa con el misterio. Todo el tiempo escuchamos la palabra precario en el mundo de la política, y acá alguien ha reflexionado y traído otra dimensión, infinita, que es la de la plegaria.
Lo precario es lo que llega cuando uno está en la urgencia y la necesidad. Alguien que repara un vidrio roto, porque hace frío en invierno y se protege. Alguien que construye, con un ingenio admirable, un refugio con bolsas plásticas, en la calle… Esta imagen (foto publicitaria de un Jeep 4×4) no tiene nada de urgente ni necesario. Con este género de imágenes, y ese género de auto, negamos lo precario. Negamos que nada está garantizado, que nada es seguro. No queremos aceptar que todo es frágil.
Recientemente un monumento, una escultura en Bristol, fue derribada. Estaba hecha en bronce, pero cayó al suelo. En Lituania, una escultura de 10 metros de altura fue desmontada. No fueron construidas precarias, pero duran algunos años y se caen. Hay un altar para Amy Winehouse en la esquina en que murió, y eso permanece. No es lo material ni el objeto lo que va a permanecer. Lo precario es lo que permanece.
Yo estoy presente y produzco, porque quiero que otrxs estén presentes y produzcan. En el Monumento a Gramsci estuve todo el tiempo: durante el montaje, la construcción, el tiempo de instalar y hacer funcionar el cibercafé, la radio, el bar sostenido por los habitantes que participaron. Porque yo estuve presente, entonces ellos también.
Para el Monumento a Gramsci visité a 44 autoridades municipales, porque quería hacerlo con los habitantes pero no sabía con quiénes. En un momento me encontré con el encargado de trabajar con los jóvenes de un centro social. Tuve una de las más bellas conversaciones sobre el arte y la vida en el Bronx, y él me dijo: te voy a ayudar. Armó el equipo que se ocupó de la construcción y estuvo todo el tiempo en el lugar. Con su familia, una vez abierto. Y tomó iniciativas: charlas y eventos no ligados directamente a Gramsci. Un encuentro magnífico. Sin él no hubiera podido hacer el monumento. Es gracias a esta relación frágil e incierta que fue posible.
Todo el mundo está harto de la programación, la agenda, el horario. En el Palais de Tokio, como estábamos ahí todo el tiempo, no hizo falta hacer programa. Sí había dos espacios, uno con fuego real, y alrededor del fuego hubo conferencias, encuentros, discusiones. Pero la mayor parte del tiempo no había mucha gente. Y eso es la No Programación: Hay que sostener que no haya nadie. No se trata de estar ahí en equis momento, porque “no hay que perderse esto”, sino que se trata de estar siempre disponible y quizás, por azar, descubrir alguna cosa.
Si yo quiero que mucha gente venga y done su tiempo, hay que trabajar, hacer un esfuerzo. Si quiero que se densifique, se cargue, y que un evento tenga lugar, tengo que poner a disposición herramientas y materiales.
Y hubo personas que tomaron las herramientas e hicieron cosas, unas con sentido y otras sin sentido. Porque el problema es: Si todo tiene sentido, ¿dónde está el lugar para el sinsentido? Lo precario habilita, da lugar al sinsentido.
Para mí la plaza de la estación es el espacio público per se. Hay miles de habitantes que todos los días toman el tren para ir a trabajar. Delante de las estaciones hay personas que viven, que permanecen. Y también está la problemática del espacio público. El espacio público siempre está en conflicto, sobre todo con las personas que están siempre ahí. El gran desafío de este trabajo era jamás excluir a nadie, aun si hubiera problemas.
En un momento noté a Malik, que estaba en la plaza de la estación todo el tiempo. Entendí que era un personaje muy importante, a la vez respetado y temido. Era su lugar, pero también era el mío. Y ahí recé porque se quedara, que no se fuera. Pero fue difícil. Todos los días venían especialistas en Robert Walser, y Malik los interrumpía todo el tiempo. Era difícil alejarlo del micrófono porque entendió que alrededor del micrófono la voz es importante y se escucha. Hasta que encontré una solución: le propuse a Malik una hora todos los días. Se llamó “La palabra de Malik”. Hemos tenido las discusiones más imprevisibles que jamás he tenido con nadie. Fue un encuentro importante y solamente el espacio público lo pudo permitir.
He encontrado momentos de gracia muchas veces en mi trabajo. Hace años he leído en “La gravedad y la gracia”, de Simone Weil: La gracia colma, pero ella no puede entrar más que donde hay un vacío para recibirla, y es ella quien hace ese vacío. Su lectura me anima, me da coraje, sobre todo enfrentado a lo precario, a la aventura y a la fragilidad que nos determinan.
Jean Luc Godard dijo que no se trataba de hacer films políticos sino de hacer los films políticamente. No se trata de hacer arte político, es una expresión de periodistas que no reflexionan. Cuando digo “yo quiero trabajar, quiero dar” antes que ninguna otra cosa, eso es hacer arte políticamente. Si yo digo: Voy a intentar no excluir a nadie, y acepto las interferencias, eso es trabajar políticamente.
Hice 4 monumentos, y los llame así porque encuentro muy interesante la dimensión del monumento en el espacio público. Propuse mi forma de monumento, pero no uso otra palabra. Las palabras son importantes, por eso nunca uso los términos de otro. Tenemos que usar, como artistas, nuestras propias palabras. No las de los críticos, los curadores. Nos toca a nosotros dar la definición de lo que hacemos. Eso también es trabajar políticamente.
Intento no trabajar para el mercado sino con el mercado. No en contra, porque eso no lleva a nada. Hay que enfrentarse a este tema del mercado, es un desafío.
Esa es mi línea de conducta. Intento trabajar con la institución, no para ni contra. No es fácil, pero, por ejemplo, en el Palais de Tokio conseguí que fuera gratuito. Fue una pelea, porque normalmente hay que pagar para entrar. En Biel/Bienne, cada 5 o 6 años hacen una exposición en el espacio público. Cuando la curadora me invitó, hice un presupuesto alto, y salimos a buscar muchos más medios para hacerlo. Yo me impliqué. Así trabajo yo.
Nos pasa a todos los artistas, hay proyectos que no se hacen, sucede. Pero no se obtiene nada si no se lucha. Y nosotros tenemos el super argumento: el arte. No hay argumento mejor que el arte, así que de golpe tenemos peso en relación a la institución, tenemos que poner todo en la balanza. Somos artistas, hacemos arte, así que tenemos peso.
¿Por qué lo precario es el futuro? Normalmente nos dicen de evitarlo, alejarlo. Quería compartir estas palabras para proponerles pensar la palabra precario de un modo diferente, quizás pensar: ¿Es éste el futuro que nos reúne?