Caminás por pasillos serpenteantes como un zombie; mirás el Google maps una y otra vez para orientarte en el laberinto. Finalmente encontrás una hoja A4 pegoteada contra el muro de piedra de una casa que informa con una flecha la dirección del cóctel en honor a Nëil Beloufa. «Un poco de jet-set no puede hacerte daño» pensás mientras transmitís el password al seguridad que se parapeta en la entrada. Beloufa es un artista francés-argelino que conociste el año pasado cuando hizo una curaduría enorme en el Palais de Tokyo de París titulada L’Ennemi de mon ennemi: una muestra demencial donde robots movían paneles gigantes, maquetas de ciudades retroiluminadas se alzaban de la nada, escenografías con proyecciones 3D sobresaturaban los sentidos.
Te sentís aliviado cuando ves el cátering: cuerpos geométricos de motzarella empanados en forma de diamante, cubos minimalistas de falafel, pequeñas pirámides de hummus sobre plataformas de kefta frita. Amparado en el anonimato no te avergüenza llenar tu plato más de una vez. Si bien hay un DJ, la música parece un playlist automático de ritmos latinos combinados con electrónica (en un momento suena Chancha Vía Circuíto). El ambiente es relajado, pero al mismo tiempo podés ser testigo de cómo operan los resortes del lobby del arte contemporáneo, a la manera que describe Sarah Thorton en Siete días en el mundo del arte. Muchos operadores (coleccionistas, curadores, directores de instituciones) y pocos artistas, casi rezagados a un costado, en un rincón menos iluminado. El galerista Kamel Mennour, vestido con camisa y pantalón blanco y un sombrerito panamá parece dirigir su propio safari. Cuauhtémoc Medina agita los brazos con vehemencia contando una anécdota y un grupo de alemanes sonríe. Lo que más te llama la atención es que en un evento de este calibre no haya baño «¡Los ricos no necesitan ir al baño!» dice riéndose un artista español, ya borracho. Pasan pocos minutos sin el sonido del descorche de una botella de prosecco. La espuma social comienza a agobiarte ¿a esto viniste a Venecia? Te gustaría volver al hostel para descansar y recuperar energía para visitar la Bienal, aunque también podrías quedarte a tomar unas copas más y ver qué resulta de la fiesta.
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