Una serpiente cavernícola
por Gaspar Núñez
Las esculturas de Dani son como una serpiente cavernícola que dice “la alegría no es sólo tropical” mientras se desliza por las calles de la Ciudad de La Plata: entre líneas verticales, horizontales y diagonales. Las curvas son sólo un atajo matemático entre aquellas rectas.
En NN, Facu -codirector de la galería- me contó que estas esculturas que Dani viene haciendo hace tiempo se desarrollan a partir de una primera inicial. Que, como un embrión de la muestra, está exhibida en la trastienda: un hombrecito de tuercas y tornillos, dormido en posición fetal con la pija parada. Una polución nocturna diminuta, que cabe en un guante de soldador. Semillas echadas a la tierra apisonada en aceite de algún taller mecánico.
En la sala blanca, de las paredes emerge el encuentro de una minotaura y un sireno en un paisaje nocturno. Esa reunión simétrica de dos puntos cardinales esfuma la frontera entre tierra y agua. Pero podríamos imaginar también unx tercerx participante: algún ser aéreo mitad pájaro, como el Taŋata manu de Chile o el Kakuy del NOA.
Durante 1940, cuatro adolescentes que pasaban un día de campo hallaron por accidente la cueva de Lascaux y, ahí, a cinco metros de profundidad, la Escena del Pozo: una pintura parietal de un “hombre pájaro” (así se lo llama) tendido muerto con la pija parada, embestido por un bisonte. Una polución nocturna post mortem.
Las pinturas anteriores de Dani trasladan los efectos lisérgicos de la luz de neón a las líneas sintéticas con que construye sus mundos. Y, en este mundo triste de hoy, traslada el resplandor luminoso de sus pinturas al frío metálico de sus esculturas. Alegorías tornasoladas, irisadas, policromas. Pero en este proceso técnico llamado “tropicalizado”, los matices no son impuestos ni colocados desde fuera, sino que aprovecha el color inmanente al metal. Una carga eléctrica hace que el zinc suelte su transpiración ácida y diluya los colores que lleva dentro. Como el shock electrizante en Frankenstein que lo saca de la monotonía gris de la muerte.
Luces de neón trasmutadas en acero. Símbolos raquíticos de una religión individual y chistes prehistóricos que flotan en un aire sin tiempo. Pequeños reflejos disonantes del arcoíris se abren paso en esta historia adormecida, un arco que se lanza hacia más allá de este mundo en descomposición.
El mundo es una historia triste de Daniel Leber
Texto de sala: Magui Testoni.
NN Galería en La Plata.