Sobre texturas y reptiles
Por Carolina Repetto
Dibujos por Santiago Paredes
En 1996, la expresión “Hay una serpiente en mi bota” se popularizó en el largometraje Toy Story, de la mano de un juguete que cobra vida cuando los humanos no le prestan atención. Haciendo referencia a costumbres de supervivencia del lejano oeste, Woody el vaquero se queja ante el intruso en su calzado y se deshace de sus botas para no lastimarse, al menos, con ese peligro inminente.
Años después, es el artista argentino Santiago Paredes quien propone una escena similar, en la cual decenas de visitantes quedan descalzos antes de ingresar a la muestra homónima. Las escaleras de la galería se convierten en una pasarela de medias y sacarnos los zapatos repentinamente para ingresar supone aceptar un estado de fragilidad temporal.
La sala está enmarcada por dos grandes espejos, cuyo contorno a mano alzada sugiere el cruce entre vasijas de la Antigüedad y frutas tropicales. La oda a las urnas de Santiago Paredes. Al ingresar se suma la dimensión del tacto: las múltiples alfombras, los almohadones mullidos, las cortinas de seda, y los diseños impresos en pana, plush y terciopelo.
En el centro, la mesa está puesta: un fanzine con bocetos de ideas y referencias descartadas se encuentra junto a una publicación compuesta íntegramente de capturas de pantalla de un desfile. Estas se entremezclan con cuadernos de dibujos del artista, pequeñas autobiografías visuales. Así, entonces, se consolida una suerte de enciclopedia, un compendio curado de intereses personales. Los visitantes reconocen, comentan, absorben. Luego del aislamiento de los últimos años, la mesa repone la sociabilidad y permite recorrer y encontrar en los loci a los que alude, los fragmentos y las texturas. En la operación apropiacionista de Paredes identificamos a las Olimpias, los memento mori, las siluetas de Matisse reconstruidas, recontextualizadas. Los pathosformel de la Historia del Arte aparecen y reaparecen entre estallidos de color.
Entre aquellos experimentos formales proliferan superficies reflejantes como miniaturas de los espejos de la entrada. Estos no sólo multiplican y animan lo que sucede en la sala, sino que hacen juegos con la luz, rebotan en los espacios vacíos de la pared, activando movimientos. Las paletas viscosas de color se exacerban, y algunos objetos parecen saltar desencasillados desde los lienzos. Las cortinas, de una seda transparente, impresas con diseños del artista, tiñen el espacio exterior invitando a la vista del segundo piso de una casona de la calle Thames a ser parte de la narrativa.
No es la primera vez que vemos piezas de Paredes conquistando territorios circundantes a la moda y el diseño. Desde hace años que sus obras se materializan en almohadas, kimonos, pañuelos, permitiéndose formar parte de la cotidianidad ajena. Durante los años 20 y 30 los artistas hacían un poco de todo, desde escenografía hasta cerámica, fotografía,y diseño, un modelo vanguardista que Santiago parece encarnar. Sin embargo, las obras presentadas en Hay una serpiente en mi bota implican una transposición material en donde “las cosas se ven como en la computadora”. En reivindicación del arte digital, del cursor del mouse ante el pincel, se deja en claro la flexibilidad de su técnica. En varios lienzos aterciopelados vemos algunas figuras repetidas, con modificaciones en el color o en el tamaño. Son los programas de diseño que permiten que Santiago arme collages no solo con referentes iconográficos, sino con elementos de sus propias obras. Mediante un mecanismo de múltiples originales, el trabajo de Santiago se propaga ad infinitum.
Al irnos, y antes de ponernos los zapatos de nuevo, revisamos por las dudas si no se metió una serpiente que se deslizó sigilosamente mientras habitábamos el microcosmos de Paredes.