Sobre Estuche para un corazón melancólico

Por Noe Vera

Dibujo por Matías Romano Alemán

Cierra LAR (Local de Artes Recientes) luego de que cientos de artistas y muestras sucesivas pasaran en tres años por sus paredes, pisos, citas, escaleras. Comandado por Belén Coluccio y Lucas Martinelli, LAR tuvo su espacio físico en los márgenes de Paternal y doy fe que alojó grupos humanos talentosos, inquietos, proyectos colectivos indispensables. Conocí el espacio gracias al taller de poesía coordinado por Francisco Garamona y me sentí parte de una tribu catártica y reparadora durante tres meses. 

Es raro despedirse de lugares. Nos pasa cuando nos mudamos, cuando dejamos un trabajo o cambiamos de escuela.  ¿Qué hay después? ¿Qué hay una vez que cerramos una puerta para siempre y apagamos la luz? Nuestro pasado en las sombras. Las voces, los hábitos, los recorridos, las mutaciones, todo eso que no sabemos adónde queda, adónde va.

Los artistas Belén Coluccio, Lina Boselli y Estanislao Ortiz crearon Estuche para un corazón melancólico una performance de despedida al loable LAR que nos invita a presenciar posibles respuestas para tales preguntas.

En esta obra el espacio, el silencio y la oscuridad son primeras figuras. La escenografía es un negro sobre negro de bordes recortados, muebles que se adivinan, alguna sombra, una luz mínima y voces pasajeras que trae la calle. 

A oscuras y en silencio pleno empieza todo, varios minutos así. De a poco, siluetas encapuchadas rondan por los ambientes a paso lento, empujan objetos con ruedas y el ruido metálico pone a funcionar todo lo que es metáfora de la parca. Los movimientos son arrastrados, como en un fuera del tiempo al que nos tiene acostumbradxs la ciudad. Los performers hacen mínimas apariciones, sabemos de sus acciones sólo a partir de sonidos y movimientos mínimos. Prenden y apagan luces. 

¿Dónde están? ¿qué hacen? ¿son dos? ¿son tres?¿qué van a hacer ahora?  Las preguntas en la cabeza se reproducen veloces  y giramos todo el tiempo la atención hacia el vislumbre de algo. Alguien baila contra la pared, alguien prende la pava eléctrica. El agua que bulle es casi el centro de la obra. ¿Hay trama? Hay transcurrir. Las escenas se encienden y se extinguen. Asistimos a procesos, escuchamos cómo cuesta subir una mesa por la escalera. Pasos, pasos, pasos. En un momento alguien se acerca, se sienta en un sillón y nos observa. El escenario cambia, somos nosotros. Más tarde ese alguien parece que se aburre y prende el celu, es el único momento en el que vemos una cara, iluminada en el reflejo de la pantalla. 

Estuche para un corazón melancólico parece desde el comienzo hablarnos de algo fantasmagórico, “de los espíritus de los artistas que se quedan trabajando en las galerías cuando no los vemos”, le escuché decir a alguien cuando la obra terminó. Y es así, pienso, que al final estamos viendo una obra sobre el trabajo. Sobre las bambalinas productivas de un espacio de intensa actividad creativa. Estuche para un corazón melancólico combate la tristeza de despedirse de un lugar exponiéndonos a las materialidades más palpables de eso que significa  ocupar un espacio. Se apagan las luces, nos dice, pero  el movimiento sigue. Hay una inercia en la fuerza  nacida del arte que imita a la vida cuando nos une.