NFTs: el futuro llegó (hace rato)
Por Bruno Borgna
Dibujo por Lino Divas
Saliendo del revuelo que se armó hace poco con el subforo de Reddit llamado Wall Street Bets y su demostración de que el sistema financiero puede ser manipulado artificialmente por un grupo organizado de personas, la noticia del mes de marzo fue la explosión de las NFTs y su correspondiente mercado. Queride lectore, puedo escucharte diciendo «¿Pero qué corno es una NFT?». Bueno, es la sigla en inglés para decir «Moneda No Fungible». ¿Tiene que ver con hongos? ¿Se come? Pues no.
Moneda No Fungible es el certificado de propiedad (¿o quizás no?) de las obras de un tipo de arte que puede ser comerciado exclusivamente con criptomonedas, es decir, el criptoarte. La fungibilidad de un objeto es su capacidad de ser intercambiado por otros objetos con un valor similar. Por ejemplo, un dólar vale ciento y pico de pesos. Como las obras de arte suelen ser únicas y con un valor devenido de varios factores, el arte es en sí no fungible. En este caso se llama así al certificado de propiedad porque la misma se acuña a través de un contrato digital que se programa centrado alrededor de un archivo. En los 90s Laurie Anderson dijo que llamar “creadores de contenido” a los artistas parecía algo salido de la Revolución Cultural China, y ahora todo en línea se trata sobre eso. ¿Es “contenido no fungible” el nuevo nombre del arte? ¿Será que el lenguaje cripto-financiero se va a inmiscuir en nuestro día a día?
Este pequeño boom tiene más que un solo paralelismo con lo que pasó con las acciones de Gamestop, y es que ahora estas obras son tratadas como acciones de empresas en el Merval: la gente las compra esperando que suban de precio para poder venderlas después más caras. Pero hey, ¿esto no pasaba ya desde antes con el arte? Bueno, sí, pero antes en la mayoría de los casos el arte en cuestión eran objetos físicos con una inserción más marcada en la tradición artística, incluso en la etérea categoría de “arte contemporáneo”. Ahora, las obras son completamente digitales y se venden por contratos completamente digitales, lo que las pone por fuera de las codificaciones legales habituales de la comercialización del arte, haciéndolas cada vez más parecidas a acciones de una bolsa no regulada por ningún ente financiero. En segundo lugar, uno de los factores importantes del boom que se vio en marzo fue el de la masa: todo el mundo compraba NFTs porque todo el mundo compraba NFTs, y en ese proceso es que se da el efecto bola de nieve. La tendencia, al continuar, sólo agarra más envión y tamaño. Este patrón específicamente es uno que se ve en el intercambio de acciones bursátiles, o en el bitcoin y otras criptomonedas. Si antes el sistema comercial del arte era monetario y mercantil, trabajando con bienes tangibles y valores de mercado basados en el presente ¿puede ser que ahora esté avanzando a un modo financiero en el cual el valor es sujeto de especulación y abstracción futura?
Ahora, querida lectore, le sorprenderá aprender que las NFTs existen desde hace bastante tiempo: a principios de 2020, por ejemplo, la plataforma Superrare.co tuvo una exhibición de NFTs en la que participó el artista argentino Frenetik Void. Lo que las catapultó en popularidad fue que el 11 de marzo de este año, por primera vez, Christie’s (una de las grandes casa de subasta y remate de arte junto con Sotheby’s) vendió una NFT del artista Beeple por 70 millones de dólares, convirtiendo al creador de la pieza en el tercer artista vivo más caro del mundo, detrás de Jeff Koons y David Hockney. El 90% de los participantes de la subasta eran personas que nunca habían tenido contacto con Christie’s, por lo que se puede pensar que el público de la compraventa de NFTs no era público del mercado del arte y viceversa: este fue el punto de fusión. Buena movida, Christie’s.
Con este marco ya más o menos en su lugar, hablemos de lo bueno, de lo malo, de lo raro, y de los problemas o planteos que traen las NFTs y su revolución tecno-comercial.
Lo malo
En principio, uno de los grandes puntos de debate alrededor de las NFTs son su costo ecológico. ¿Cómo puede un bien inmaterial tener un costo ecológico? Bueno, por la tecnología que usan, el blockchain. Para explicarlo rápidamente, blockchain es un tipo de registro descentralizado que se actualiza en todas sus instancias (es decir, su existencia en la computadora de alguien) basado en los registros de todos los demás. Esto significa que en vez de tener un servidor central donde la información es actualizada una vez y puede ser accedida por quien lo desee, todos los usuarios actúan como servidores que deben ser actualizados constantemente basados en su interacción con todos los demás. El costo de electricidad que tiene esto, y por lo tanto su huella de carbono, es en el caso individual de cada NFT equivalente a manejar por mil kilómetros usando nafta, según el artista Memo Atken.
Otra de las cuestiones que generan controversia es el problema del acceso a las herramientas de creación y comercialización de obras. Debido a la complejidad técnica que requiere la creación de criptoarte, desde la creación de la obra misma a su acuñación, (proceso por el cual se insertan en el blockchain y que tiene un costo en criptomoneda, un bien de por sí ya escaso y difícil de adquirir) hacer este tipo de arte es generalmente accesible sólo para personas con un alto nivel adquisitivo y educación tecnológica, lo que crea una barrera de entrada bastante alta a un mercado altamente rentable, dividiendo aún más a los artistas de países centrales con aquellos de países periféricos.
Lo bueno
Una de las grandes ventajas que trajo el tipo de contratos de venta por NFTs es la posibilidad de que los artistas puedan obtener una ganancia por cada venta subsecuente a la primera. Cada vez que un tenedor de una obra NFT decide venderla, y si el contrato digital así lo estipula, el artista recibe un porcentaje de esa venta, sin límites de monto o de cantidad de veces que sea revendida. En muchos países no existe legislación que permita este tipo de beneficio, o si la hay, pone límites en la cantidad de dinero que un artista puede recibir por cada reventa. Esto lo que genera es una dinámica en la cual, por la dificultad burocrática de rastrear todas las obras de arte que existen, un artista vende una obra y, con cierta manipulación de mercado y especulación por parte de actores específicos, puede ser revendida a un precio mayor, sin que el mismo vea una compensación adecuada.
Lo complejo
En la mayoría de los casos, aquello que se vende a través del sistema de NFTs es arte digital, es decir, arte que no tiene ningún tipo de existencia en el mundo real. Esto incluye imágenes, videos, archivos 3D, tweets, y otros tipos de bienes que pueden tener una manifestación física (la impresión de una imagen, un GIF reproducido en una pantalla, etc), pero es discutible si eso ES el arte, si la obra fue concebida como un conjunto de bits. Esto abre varias preguntas: si yo me puedo descargar el archivo JPG de la obra de 69 millones de Beeple, ¿estoy robando? ¿O es simplemente una “copia”? ¿Qué significa ser dueño de un archivo digital infinitamente reproducible y cuyas copias son indistinguibles del original? ¿Cómo puede codificarse legalmente el derecho perteneciente a este mundo?
Hay artistas que por ejemplo, vendieron fragmentos de un video que se puede encontrar en YouTube gratis (ese fue el YouTuber Logan Paul). Si se vendieran 50 copias del mismo video como NFTs, cosa que puede pasar, ¿qué pensaría el comprador de la primera? Llamen a Mauricio Cattelan a ver qué piensa de esto y pregúntenle si quiere vender un GIF de una banana como NFT. Jack Dorsey (el CEO de Twitter) vendió el primer tweet de la historia como un NFT. El New York Times vendió un artículo del diario como NFT. Hay gente que vende memes como NFTs, memes que quizás ellos crearon o quizás fueron creados por personas anónimas. Todo esto puede llevarnos a preguntar, bajo un régimen digital, ¿qué puede o no ser arte? Si Duchamp estuviese vivo se pondría feliz (o furioso) de que aparentemente todo el mundo haya entendido el concepto detrás de su urinal: si yo digo que es arte, y el contexto lo valida como arte, sea a través de su concepción como a través de la venta como tal, entonces es arte. De vuelta, creo que es importante pensar que mucha gente no experimenta esto como un proceso artístico, sino como un proceso financiero, sólo que las acciones que se venden no son emitidas por una compañía, y cada acción tiene un precio completamente variable debido a su unicidad. Visto bajo este lente, la venta de absolutamente cualquier cosa como un NFT es más un intento de ver qué tanto se puede estirar el concepto de NFT (e indirectamente, de arte) y crear un valor simbólico para una “obra” así se vende. La otra cara, más positiva, es la artificación o artización de lo todo. Como dijo Marta Minujín, quien resultó ser una profeta, “todo es arte”.
Otra cosa, las NFTs necesitan manutención: un contrato digital no contiene la obra en sí, ya que las obras son demasiado pesadas para el sistema de blockchain, así que estas tienen que ser almacenadas en alguna otra parte. En general estos son sitios externos, y si estos fallan, pierden sus datos almacenados, usan la misma dirección para dirigirte a otro contenido o cualquier otra cosa, entonces se pierde el acceso de manera temporal o permanente a la pieza. Al mismo tiempo, y a medida que avanza la tecnología, ciertos formatos de archivo se vuelven obsoletos, o los espacios de almacenamiento se corrompen. Puede pasar de todo. Hay gente que incluso pierde la contraseña de sus billeteras virtuales, y si es así, pierden el acceso a los contratos que demuestran que ellos son los compradores de una NFT.
Otra cosa más: un NFT no da de por sí los derechos completos sobre una obra de arte. Dependiendo de la licencia bajo la que se compre una obra, puede ser que la misma contenga los derechos de la propiedad intelectual o no. Estos derechos son los que permiten la reproducción de imágenes, su exposición, y la realización de derivaciones o copias de una obra. Mucha gente se confunde con eso, lo que resultó por ejemplo en la venta de un NFT por el contenido de un disco de la banda Kings of Leon, pero no los derechos de propiedad intelectual (que la persona no tenía), por lo que básicamente el comprador consiguió los archivos de un CD pero no la capacidad de hacer nada con ellos, excepto escucharlos en su casa. Compró un CD a precio de bitcoin. En otro caso, la artista y rapera Azealia Banks imprimió en vinilo el audio de ella teniendo sexo con su pareja y lo vendió como NFT, sólo que en este caso sí incluyó los derechos de la propiedad intelectual, lo que significa que ese trabajo puede ser copiado y redistribuido por el comprador. En otro caso aún, un desarrollador de videojuegos vendió como NFTs pequeñas imágenes que habían sido creadas por otros artistas para uno de sus juegos, aunque este desarrollador nunca preguntó si los creadores de imágenes estaban de acuerdo con esto, y tampoco les dio una parte de sus ganancias. Un pimpollo.
Una última cosa complicada: dado que muchos compradores de NFT son anónimos y que las criptomonedas son básicamente irrastreables, hay mucha preocupación sobre la posibilidad de que este tipo de contratos se usen para lavar dinero obtenido por medios ilícitos y hasta peligrosos. Es una preocupación válida, y es posible que requiera ciertas medidas por parte de los mercados y plataformas de intercambio, o una intervención estatal a modo de legislación.
Lo raro
El mundo de las NFTs es un campo para todo tipo de bizarreadas. El primer caso que tenemos es de un robo de arte, pero en digital. ¿Cómo es esto posible? Bueno, una persona hackeó la billetera virtual de otra y vendió las obras a un tercero que desconocía la situación. El dinero obtenido de las ventas fue enviado a la billetera personal del hacker, y listo. Ahora, la situación es que la persona que recobró control de su billetera se dio cuenta de esto y logró contactar a quienes habían comprado sus obras, ya que eso es algo que puede rastrearse si el dueño elige no ser anónimo. Este comprador no quiere devolver las obras ya que estas fueron compradas sin conocimiento de causa, y además la persona hackeada no tiene el dinero para devolver las obras, ya que el mismo está en manos del hacker. Una de cal y otra de cal. ¿O la arena era la mala en ese dicho?
Otra cosa loca que pasó es que el artista Damien Hirst decidió publicar su primer proyecto de NFTs a través de una plataforma nueva llamada Palm. Esta plataforma promete ser 99% más efectiva en minimizar emisiones de carbono, pero a su vez usa un tipo de tecnología que no es completamente descentralizada, una de las grandes ventajas del sistema de blockchain, aunque prometen moverse en esa dirección en seis meses. El sitio web y proyecto Collecteurs llamó a esta estrategia un movimiento publicitario, siendo altamente crítico del mismo. Es cierto que los artistas que venden sus NFTs en plataformas como Superrare o Nifty Gateway (que pertenece a uno de los hermanos Winklevoss, los originales creadores de Facebook si vieron la peli The Social Network) suelen enfrentar grandes repercusiones mediáticas por sus ventas ahí, como la artista, cantautora, productora y esposa de Elon Musk, Grimes. Muchos artistas y plataformas mencionan que van a donar parte de sus ventas a estrategias de offset de emisiones de carbono, aunque esto parece ser mucho menos efectivo (y por lo tanto sólo otra estrategia de marketing y lavado de manos) que estrategias de secuestro de carbono, reforestación o refertilización de suelos.
Hablando de este Winklevoss, hace poco se metió en una discusión por Twitter con un usuario sobre la validez y originalidad de las obras de arte digital, al que terminó diciéndole que “parte de la experiencia de ver una obra de arte es saber cuanto vale”. Les dejo con eso.
* Bruno Borgna junto a Guillermo Sotelo, desde el área de Perfomediáticas de La Sede, acaban de lanzar el primer episodio del TECNÓPODO Podcast: conversaciones para seguir problematizando los efectos de la tecnología sobre la cultura, el arte, la espiritualidad, en fin ¡sobre la vida!