Museo de la brisa

Por Leopoldo Estol

Dibujo por Renata Molinari

Cuando pequeño tuve la suerte de crecer en una casa con jardín, cada año ante la llegada de la primavera, redescubría el fondo que en los meses fríos permanecía oculto o al menos postergado detrás de una pesada puerta de hierro con candado.

En ese jardín primaveral los sonidos se multiplicaban por mil y los rayos del sol no nos asustaban, al contrario eran la excusa que necesitábamos con mi hermana para emprender un proyecto: llevar sillas, sábanas y broches para construir una suerte de cobijo donde empezar a palpitar la independencia que vendría por supuesto, muchísimos años después.

Un niño dibujando es un ser que le está tomando el pulso al mundo, pienso en el jardín y en el niño que fui, mientras veo las pinturas de Joaquín Boz sostenidas en el aire por poderosas tanzas. Joaquín tiene la suerte de encontrar en el mamarracho su propio espejo y también la liviandad para habitar este mundo desprovisto de rigideces.

Porque dibujar, como actividad, esconde el desafío de sistematizar algo, va rápido la cosa a los cinco o seis años pasamos del expresionismo a lo figurativo sin ser del todo conscientes. Dibujar esconde el desafío de sistematizar ¿qué? un parecido, una línea continua que se interrumpe porque se le rompe la punta o interrumpida por los accidentes de la mente (de la imaginación). Supongo que estamos hechos de estos olvidos, nos olvidamos la potencia que hay en un mamarracho ergo viene Joaquín y el arte lo devuelve.

Joaquin trabaja la madera, la pule y eleva, de forma tal que el galpón deje atrás su personalidad fría y desabrida, su techo de chapas. Sofía Dourron habla la fluida y certera lengua del arte con profesionalismo, es curadora, en el diálogo prepararon un libro y avanzaron con bocetos y planos ACME (azules con línea blanca como los del correcaminos) para construir una muestra abundante, atractiva, sensorial.

Joaquín quería un museo blando, un espacio susceptible a las brisas y con Sofía se retroalimentó ese deseo, se dedicaron a pensar los colores, cómo ordenar las obras y los encajes de las largas vigas en los muros. La espacialidad me recuerda al reciente capítulo Martín Legón pero la obra me trae de nuevo acá y me da cachetadas, la pintura se expande por mi mente y se extiende por el espacio proyectándose sobre los papeles que la acompañan como una piedra arrojada al agua se traduce en olas y olitas.

Las pinturas están aquí y me transportan a parajes algo distantes donde alguna vez fui feliz, jardines frondosos donde descubrir compinches artrópodos o lo mullido del pasto, casas sin techo, dibujo sin un objetivo preciso, dibujo donde anida algo que está fuera de control y a punto de estrellarse, algo que no tiene un final exacto.

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