Los sentimientos cuando ebullen

por Mara Pedrazzoli
dibujo por
Ariel Cusnir

Cada vez que leo la palabra “indiferencia” quiero releer la contratapa que escribió Cesár Aira para “Ema, La Cautiva”, uno de sus primeros libros, que vio la luz allá por 1981. Dice:

«Ameno lector, hay que ser pringlense, y pertenecer al Comité del Significante, para saber que una contratapa es una «tapa en contra». Sin ir más lejos, yo lo sé. Pero por alguna razón me veo frívolamente obligado a contarte cómo se me ocurrió esta historiola. La ocasión es propicia para las confidencias: una linda mañana de primavera, en el Pumper Nic de Flores, donde suelo venir a pensar. Tomasito (dos años) juega entre las mesas colmadas de colegiales de incógnito. Reina la desocupación, el tiempo sobra.

Hace unos años yo era muy pobre, y ganaba lo necesario para analista y vacaciones traduciendo, gracias a la bondad de un editor amigo, largas novelas de esas llamadas «góticas», odiseas de mujeres, ya inglesas, ya californianas, que trasladan sus morondangas de siempre por mares himenópticos, mares de té pasional. Las disfrutaba, por supuesto, pero con la práctica llegué a sentir que había demasiadas pasiones, y que cada una anulaba a las demás como un desodorante de ambientes. Fue solo pensarlo y concebir la idea, atlética si las hay, de escribir una «gótica» simplificada. Manos a la obra. Soy de decisiones imaginarias rápidas. El Eterno Retorno fue mi recurso. Abjuré del Ser: me volví Sei Shonagon, Sherezada, más los animales. Las «anécdotas del destino». Durante varias semanas me distraje. Sudé un poco. Me reí. Y al terminar resultó que Ema, mi pequeña yo mismo, había creado para mí una pasión nueva, la pasión por la que pueden cambiarse todas las otras, como el dinero se cambia por todas las cosas: la indiferencia. ¿Qué más pedir?«

La indiferencia es como ese tamiz que iguala a las demás pasiones, estimo, las hace ser un algo para mí, bastante más amigable, fino, suave, fácil de perder entre las manos, que se desliza. La analogía con el dinero no me interesa tratarla aquí porque si el dinero iguala no es para hacer determinadas superficies menos rocosas sino para abultar la montaña, la caterva de dinero mismo. Vayamos por el lado de las pasiones. Esa palabra a mí me recuerda a un video que filmó Hebe Uhart (¿quizás con esta escritura no estoy buscando más que renovar recuerdos?). Dice:

Por ejemplo, para la literatura sirve mucho la conexión con uno mismo, es decir, el que va a escribir tiene que aprender a conectarse consigo mismo, a desdoblarse de alguna manera, siendo uno el que siente y otro el que mira al que siente. ¿Por qué? Porque si yo digo o escribo en un cuento que fulano está enamorado, todo el mundo tiene la experiencia de cómo está enamorado, pero con esa parte del “pliegue”, del “desdoble”, yo miro la cualidad de mí enamoramiento, es decir, qué detalle concreto tiene este enamoramiento, porque enamorados, todo el mundo se enamoró alguna vez, pero todos los amores son distintos, particulares. Entonces así, por ejemplo, Chejov cuenta que era muy enamoradizo a los 13 años pero después hace ese pliegue y dice “yo me enamoraba a veces de una nena porque tenía el trajecito rosa, de otra porque tocaba el piano con dos dedos, de otra porque tenía una nariz así o asá”. Entonces ese es el pliegue por el cual él reconoce la peculiaridad de su enamoramiento, sino lo otro es muy general, enamorar estamos enamorados todos, todos hemos conocido eso, o casi todos.

Y la conexión con uno mismo es porque si yo soy una bronca permanente o un rencor o un odio o lo que fuera, yo soy una pasión en estado vivo, y por lo tanto yo no puedo cualificarla, ni puedo definirla, ni puedo acotarla, ni puedo cercarla. Si yo tengo un rencor eterno, por ejemplo, no puedo escribir sobre eso. Soy yo un rencor. Soy yo una bronca. En cualquier conflicto que tenemos siempre con parejas, con amigos, con los otros. Siempre estamos hablando un poco con los otros: aconsejando, desechando, criticando, enojándonos, pero yo paro y digo “bueno, pará, ahora pará”, pará la mano, no vas a seguirte enojando con ellos, entonces ahí es el momento del pliegue que yo paro y miro qué tipo de bronca tengo y yo adquiero algún conocimiento de mí misma. Algún conocimiento de mí misma, es lo que me sirve para escribir.

Por último, sobre la palabra “rencor” o “resentimiento”, una vez Damián Ríos nos dijo en el taller, citando a Zelarayán, que como pueblerinos nosotros éramos resentidos y que hay que saber hacer con ese resentimiento. Cito una contratapa que con pseudónimo escribió el propio Zelarayán para su libro “La piel de caballo”, editado en 1986:

Narrador, poeta y panfletista anónimo, verborrágico, sordo y ya veterano. Entrerriano de nacimiento y para siempre, salteño-tucumano de tradición y santiagueño de vocación, exiliado desde hace años en Buenos Aires. Conserva intacta pues su cuota de provinciano resentido y, según él, mantiene firme su condición de marginal casi inédito, asegurando que sólo se ha publicado menos de la décima parte de su obra: La obsesión del espacio, poemas (Ed. Corregidor, 1972) y un librito de cuentos infantiles para chicos y adultos, Traveseando (Kapeluz, Bs. As., 1984), editado también en España con el título Fantaseando. (…) Insiste en que, a pesar de su sordera, trata de escuchar y sacar partido de la otra cultura (la oral), manejándose con procedimientos musicales más que literarios: armonía, contrapunto, disonancias, politonalidad, polirritmia, etc. considerándose de antemano un músico frustrado. En la actualidad trabaja duramente en una nueva novela Lata peinada, gran candidata también a permanecer inédita”.

Así van las palabras tendiendo puentes sin siquiera proponérselo. No las ideas, las palabras.

 

 

 


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