Las cucarachas brillan como una perla en la noche

por Marcelo Galindo

dibujo por Lux Lindner

Basura erés tu 

Al hablar de “Serena”, la muestra de Elisa Palacio, voy a insistir especialmente en uno de los temas recurrentes de sus  pinturas: la basura, los basurales. Luego, entremezclando la basura, voy a leer el resto de los objetos y temas que suele hacer aparecer: los arbolitos, las reservas, auroras boreales, desperdicios, las iglesias, huevos gigantes, etc. Nótese que entre esos  “restos” de objetos aparecen los desperdicios, que sin pensar demasiado se podrían asociar inmediatamente a los basurales,  aunque, también sin pensar demasiado, a través de este texto voy a hacer una diferencia entre desperdicios y basura. Dejenme explicarme, o más bien, no me dejen explicar nada y ayudenme a tensar esta cuerda: 

Hace no más de dos meses el gobierno de la Ciudad instaló unas publicidades gigantescas donde en un subtítulo se puede leer  que “se reforzó la limpieza y desinfección de contenedores” (las comillas son mías). La figura central, el rostro que hace  hablar a esa publicidad está interpretado por un actor de edad avanzada que encarna a un señor de edad avanzada con cabellos  casi platinados (platinado que debe traducirse como bien limpio), una sonrisa inexplicable, (evidenciando conformidad con lo  que piensa) brazos cruzados (para mostrarse inobjetablemente seguro al sonreir inexplicablemente), semitapado por los  colores que representan a la propaganda gubernamental, tapamiento que genera la sospecha de que todos se están divirtiendo  al hacer esta publicidad y que posiblemente el señor esté en calzoncillos, descalzo o haciendo un gesto gracioso con sus  manos mientras posa sonriente y enuncia: (las comillas son del gobierno de la Ciudad) “Quiero que en mi cuadra no haya olor  a basura”. 

La derecha siempre usó la suciedad para hacer lazos políticos con sus adeptos, aprovechando el sentido común operante desde mitad del siglo pasado cuando aparece el primer ministerio de salud, allá por 1945, en tiempos de la peste bubónica,  instalando a la par de un fanatismo por los desinfectantes, un horror especialmente volcado hacia las ratas y las cucarachas.  Adeptos por excelencia desenlazados, con menos vínculos sociales que un siempre exponencial horror por la suciedad capaz  de generar algún tipo de goce y un chivo expiatorio facilmente adaptable a quien sea. Quiero decir, que a lo largo del día y del  paso de los días tod*s nos tiramos un poco de salsa en la camisa, que un poco de esa salsa va a parar al suelo, por la noche  metemos el pelo en un charco con barro y después nos acostamos en el sofá a mirar TN o nos llenamos de polvo al pasar por  una obra en construcción mal iluminada y luego abrazamos a nuestrs amigs y los llenamos un poco de polvo. Las cosas se  ensucian y nosotrs también; y no es difícil encontrar un objeto o persona del que decir “sucio”, “basura”, “vergüenza” “rata”  “tiene cucarachas en su casa” “se lava el pelo con el lixiviado”. 

Para toda persona que no haya notado que las cucarachas brillan como una perla en la noche.  

Todo lo contrario.  

En un cuadro de Palacio podemos ver a una mujer muy bien vestida en medio de un basural impecable. Ni ratas ni cucarachas. En su mayoría desechos tecnológicos, sobre todo aquellos que tienen que ver con el set Cpu-monitor-teclado-parlantes-mouse  al que se suman también pedazos de sillas y mesas de escritorio, celulares y antenas de DirectTv; luego neumáticos, artefactos para el hogar, una palangana, luego desechos significativos como un individual con pinturas rupestres, pedazos de mesadas y (antes de terminar esta lista diciendo que todas estas cosas parecen en uso o directamente nuevas), aparece algo que parece ser una pintura rupestre que fue tirada a la basura, separada por su valor arqueológico frente al resto, y separada también bajo la  imposibilidad de decir: Pintura ruspestre en uso, pintura rupestre nueva. Ahí aparece un dato recurrente que a Elisa le interesa: la mezcla de lo prehistórico, lo contemporáneo y lo postapocalíptico. Un tiempo impreciso en el que según dice suceden  algunas escenas de sus pinturas, entre un millón de años aC y miles de años después de que inaugure esta muestra. 

Lo importante 

Recordar, a pesar del tiempo transcurrido, que en un tiempo la basura no existía como tal.  

Antes de los puticulums romanos, (pudrideros) situados fuera de la ciudad, donde en algunas ocasiones, los stercorari  (basureres) se hacían acompañar por cerdos que ayudaban con el enflaquecimiento de la basura orgánica. Antes de los pozos  que se hacían en la prehistoria para tirar restos de lo que fuere, situándonos unos años antes de que empezaran a producirse pinturas rupestres, la situación era la siguiente: un grupo de amigues se comía un venado a unos kilometros de donde tenían  sus tiendas temporales, quitaban la carne con la boca agarrando un pedazo del animal con la mano y tiraban los huesos de esa  cosa riquísima a un costado de donde comían. Al momento no existían clasificaciones del tipo cuadril, lomito, entraña, peceto, carnaza ni nada. Solo la conciencia relativa de que el hueso era algo distinto de la carne. Tampoco el espacio estaba  clasificado como hoy en día; si hipotéticamente estos amigues se encontraran con el actor de la publicidad o con quien diseño  esa campaña le dirían que en su época cuadras no había, puerta de mi casa tampoco, y que el deseo enunciado en el quiero pasaba más por comer que por la ausencia de olor.  

Primero limpio, después retorcido 

Acá aparece la primera figura retorcida de su frase. El “viejo” desea no algo que quiere que haya, sino algo que quiere que no haya. Atrayendo la posibilidad de que alguien, así funciona en esta fábrica de Ecolocos, enuncie lo contrario. 

No escobas. No jabón. No flores. Viva el smog. 

Sucesión retorcida. El Sucio SumiE de la Nación. 

La segunda figura retorcida es que el “viejo” habla particularmente de SU cuadra, al punto que podría enunciarse como “Quiero que en MI cuadra no haya olor a basura, en las demás podría haberlo, sobre todo en cuanto se vayan alejando de mi espectro olfativo”. Así, el “viejo”, se mostraría a un mismo tiempo egoísta y democrático. Pensando en sí pero dejando que los demás hagan lo que quieran si están lo suficientemente lejos, inoloros o invisibles. Pero el viejo, esa es la intención de la publicidad, encarna a todos los viejos y a todas las cuadras en las que cada viejo imaginario desea imaginariamente que no quiere que haya olor a basura imaginaria en la cuadra que le pertenece.  

La tercera por tres 

La tercera figura retorcida aparece entre la basura con y sin olor. La que deja olor es mayormente aquella conocida como orgánica. La tecnológica o los restos industriales no orgánicos (exceptuando los químicos) no tienen olor salvo aquel que pueda impregnárseles de los restos orgánicos con quienes comparten contenedores. A partir de esta percepción la frase se  puede traducir de tres formas:  

-“Prefiero que consuman artefactos tecnológicos o adminículos para el trabajo o el hogar en vez de comida porque eso haría que en mi cuadra haya cosas desechadas pero nunca olor”.  

Una segunda traducción más enajenada sería:  

-“Puede ser que haya basura, pero quiero que la basura, la basura que está en mi cuadra no tenga olor”;  Fantasía infantil al nivel de “quiero volar como un pájaro o quiero retener la respiración por una semana”.  La tercera traducción, en modus pulsión de muerte para todes sería:  

-“No quiero que haya ningún tipo de vida, porque en cuanto hay vida hay consumo de alimentos y los desechos de esos alimentos producen olor en mi cuadra. Si a partir de ahora no hubiera vida se llevarían los residuos olorificantes de una vez y  para siempre y también me llevarían a mí que lo único que deseo es oler y que no haya olor”.  

Así, lo que se ve es que el “viejo” antisocial no desea otra cosa que el fin de la humanidad. Ese es el mensaje definitivo: “Sin humanidad no hay olor y si hay olor no hay quien pueda olerlo”.  

Queda el fantasma, de la basura y de potenciales parcialidades entregadas al disfrute de oler la basura.  

Entre ellos tenemos a Bobby Hill de King of the hills que se complace oliendo el tacho de basura y compartiendo comida con  los mapaches. -¿Quién no recuerda esta frase genial? -Nadie la recuerda. 

Bobby Hill: “Did anyone else sniff today’s garbage? And I thought yesterday’s garbage smelled good!  Esta serie aparecida en 1997 y en dónde se parodia el conservadurismo texano, aparece casi veinte años después de Odisea Burbujas donde el Ecoloco canta: 

“Yo soy el loco Ecoloco/ Soy el destructor siniestro/ Amo el ruido y el «smog»; Agua y jabón yo detesto/ Yo, Ecoloco Tumbo arbolitos/ Junto con flores y pajaritos; Riego basura, Cáscaras, lodo/ Lo contamino y ensucio todo;/ Yo, Ecoloco, odio la brisa/ Y el aire puro como el que más/ Pero disfruto intensamente/ Del negro humo y de los «sprays»” 

Desperdicios. Nariz adentro. Nariz afuera. 

En “Si en el cuadro hay basura llevamos las narices más allá del marco” al lado de un sillón germinado y detrás de un arbusto aparecen dos bolsas de basura con unos personajes que al intuir el olor de esas bolsas huyen del cuadro. En origen una pintura con tintes surrealistas, ahora una sátira perfecta para mortificar las querencias del viejo.  

000000 Si compramos un sillón nuevo, un sillón usado no es fácil de aprovechar porque aún si tenemos espacio para alojarlo, haría deslucir nuestro sillón nuevo. Es un desperdicio. A una pelota de tenis usada sería un desperdicio no usarla para hacerse unos buenos masajes en los pies. Un arbusto instalado en la vereda, si pasamos a diario a su lado y no nos paramos ni una sola vez a disfrutar un rato de él aún en su función decorativa, es un desperdicio. Un maní caído en la calle de la mesa de un bar, si no se levanta y se come es un desperdicio. Si a un animal salvaje no se lo acaricia como a una mascota ¡Se desperdicia,  cariño! El espacio de una iglesia, si nadie reza, si nadie lo usa es una propiedad ociosa. Una propiedad ociosa es un… 

Lujo 

Una vez asimilada la figura del viejo antisocial podemos pasar a la iglesia, a lo que hay adentro del huevo y a las tormentas geomagnéticas. 

En un cuadro titulado “En la iglesia no hay residuos porque la oración se repite tanto que ni los animales pueden descuidarse” vemos la vecindad armoniosa entre una iglesia católica y otra evangelista y en otro plano un puma, dos cabras que miran de costado y un cordero. El cuadro que originalmente se llamó “Los animales se muestran incrédulos al ver que no hay un solo residuo en torno a la unión de dos modelos de iglesia pero el cordero mira de frente” muestra también un tercer plano dónde  vemos una ciudad impoluta como la que desearía el viejo si su deseo fuera un deseo y si su deseo se multiplicara a todas las cuadras. En un cuarto segundo plano vemos la unión de dos arbustos rimando con el otro cuadro, el de la iglesia celeste en dónde la unión de dos lomadas es coronada por un pájaro que mira al futuro desde la cima de un huevo gigante. Adentro del huevo, si me permiten rellenar su contenido oculto, está la basura que no vemos ni entre las iglesias ni en la ciudad. O no,  posiblemente adentro del huevo están los deseos del viejo: el pájaro mira con fe al futuro pero adentro del huevo está la polla gentrificante del viejo, el empuje de quienes llaman “lacra” a los que no tienen dinero o no trabajan, igual que una vez algún humanista llamó basura a los restos orgánicos. Desaprovechar a un actor, a uns diseñadors, a una imprenta, a unos montajistas y al conductor de una grúa que están dispuestos a poner sus saberes y habilidades al servicio de lo que fuere es un… 

Desperdicio es desaprovechar el trabajo como se podría desaprovechar un pedazo de carne que se esconde en un hueso.  Desaprovecharlo en vez de ponerlo al servicio de proyectos (no quiero desvirtuar los deseos ajenos “proyectos que me interesan a mí”) y que hacen el mundo más estimulante, más deseable (otra vez, desde mi punto de vista). Desperdicio es, en vez de devenir ecolocos o Bobbys Hills, impulsarse con los mismos resortes que el viejo para decirle “facho”, para decir “dignidad”, para decir “responsabilidad”. Carteles espantosos que levantarían uns jóvenes radicales o progresistas rezando “Quiero que en mi cuadra reine la dignidad”, “Se reforzó responsablemente la responsabilidad” 

Escrito esto me arrepiento de haber dicho “el viejo”, viejo de derecha y luego como reflejo unos jóvenes, jóvenes progresistas y moralistas. Moralistas que aún no había dicho pero que me arrepiento de haberlo dicho antes de decirlo. Y aún más, me  arrepiento de haber dicho un “mundo más estimulante”, lo que quería decir es algo cínico y desconsiderado “un mundo en el que solo haya diversión y ninguna otra cosa”. Algo parecido a lo que deseaba el viejo con la basura sin olor. Un mundo sin enfermedades ni aburrimiento ni muerte ni sufrimiento ni discrepancias ni protocolos. Un mundo en que reina lo creativo y donde eso creativo se expone en un centro cultural llamado “Susanilla”. O en verdad era todo más simple: ni siquiera quería divertirme, solo ahuyentar alegremente la necesidad de hacer alarde de la bondad propia y de levantar carteles de mal gusto. Islandia proyectaría perfectamente ese mundo ideal en donde según dicen hay más escritors suicidas o gente suicida que  publican libros que lectors suicidas, y en donde los agujeros, en vez de pozos oscuros, son bombas cristalinas que mágicamente rebotan y propician la aparición de publicidades con viejos mortificados por los olores en Buenos Aires. 

Bueno, conseguí lo que quería: perderme lo suficiente en medio de la basura como para decir cualquier cosa: Elisa Palacio en el Festival de Poesía de Lobos tomando vino y comiendo bondiola llena de barro. Elisa Palacio en “Todos los bares del mundo” bebiendo licor y comiendo papas fritas. Gabi Sabatini en Flushing Meadow metiendo un passing shot increíble para ganarle el US Open a Steffi Graf, la número uno del mundo. Toda esa gestualidad divina de Sabatini, mirada ladina, religiosa, inmutable, inteligente, todos esos rasgos que fueron sutilmente traspasados por Palacio a su propio rostro en forma de autorretrato. No una raqueta de tenis, parece sostener un tronco o estar tocando una guitarra invisible. 

Serena. Fortuna. 250.000 millones de U$. ¿Así quién no estaría bien serenete? 

En el retrato en movimiento de la tenista vemos una W rebatida en su raqueta y en correspondencia con esta, una “w” en la botella que está a un costado donde se lee “wat”, un water trunco, que puede traducirse como What?? ¿Que hace Serena en la  sala Gabriela Sabatini? ¿Y porqué me resulta inevitable leer ¡Fin! dónde dice ¡Flin! en el cuadro del huevo gigante y las papafritas? Ahí es dónde aparecen por primera vez restos órganicos, en medio de un atardecer en la ruta, lejos de la ciudad. Cerca de un Parque Nacional, ahí donde encontramos La basura como especie en extinción. La pintura del pantano con yacarés, en los esteros de Iberá. Ahí donde se empata la presencia de la basura y la de los animales, ya que ambos comparten el ámbito de la reserva ecológica dónde se los preserva. La escritura aparece como resto o dato mínimo en muchas pinturas de Palacio. En esta podría aparecer un cartel que no ha aparecido pidiendo “Cuidemos nuestra basura”.  

La distorsión del apocalipsis como efecto residual. 

En “Si deviene el apocalipsis igual me quedo con mi campera nueva, mi celular y disfruto descalza con mi mascota” vemos un collage de contenidos, un índice de lo que Palacio enuncia como uno de sus intereses: la falsa dicotomía entre naturaleza y cultura. Un paisaje en el que se tergiversa todo. Tergiversaciones que sugieren que después del apocalipsis solo puede haber otro apocalipsis o como alternativa un sistema de realidad Photoshopeada. El hongo nuclear, ícono aún contemporáneo del apocalipsis, se transforma con el Photoshop semiótico de Palacio en una aurora boreal. A la liberación de unas ondas de choque y radiación que matan y deterioran el medio ambiente las reemplazó por el producto del viento solar sobre la magnetósfera que producen auroras boreales y decoran el paisaje. El mismo Photoshop hace pasar al rango de mascota a un tapir, especie en extinción de la cual solo quedan aproximadamente 3000 ejemplares. Al tiempo que lo acaricia, su dueña  atiende también a su celular. El tapir aquí es el sucedáneo de una posible mascota canina. Quizá el perro icónico de nuestra época: bulldog francés; funcional por excelencia: no ladra, muere joven para poder ser reemplazado rápidamente por otro perro, es cariñoso aunque a veces se comporta como un mueble difícil de arrancar de su sitio.  

“Moriremos a todo color”, frase de un famoso poeta etíope, se adapta perfecto a este paisaje en el que se contrastan, apuntando al mismo tiempo al futuro y al pasado, un árbol sin hojas y sin aspecto de volver a tenerlas con un césped hiperreal que invita a caminar descalza, un césped para siempre recién cortado en un mundo que resurge mientras desaparece. 

Finalmente el flyer. El sol ardiente. 

En “Los carriles del tiempo no existen pero el tiempo te mata”, el cuadro del ¡Flin! tenemos un segundo ejemplo de distorsión apocalíptica. Alguien, probablemente el nieto del viejo, abandonó sus papas fritas en medio de la ruta, ahí bien lejos de la cuadra donde su abuelito pasa el día olfateando la realidad. En otro carril tenemos un huevo gigante que si no supiéramos que apenas superan en tamaño a los huevos de gallina podríamos pensar que se trata de un huevo de yacaré. Pero no, en ese huevo está el misterio de por que creemos que aún podemos operar la realidad mientras la realidad nos opera a nosotrs. La distorsión pasa por esas dos líneas, una que dice Futuro (la del huevo) y otra que dice fin, dos términos que al mezclarse dan lo que va a quedarnos de aquí en adelante, algo llamado Futurín. 

 Marcelo Galindo- 27 de junio de 2024

*Texto de sala de la muestra Serena de Elisa Palacios en Sala Gabriela Sabatini