Fetichismo etílico

Por Juane Odriozola 

Dibujo por Laura Códega

Asistí a una visita guiada de Laura Códega de su pasada muestra «La oscura y ardiente resaca del mañana» en Norma Mia. Fue un jueves a las 18hs, horario que ella misma juzgó temprano para un evento del arte pero piensa que le quedó como un resabio, de su experiencia reciente de visitas en el museo Larreta por la exhibición «La espada y la cruz», que curaron con Guadalupe Chirotarrab. A la cual también asistí.

«La oscura y ardiente…» está protagonizada por botellas vacías de bebidas alcohólicas, convertidas en pequeños demonios mediante la operación de adosarles sobre el pico las más disímiles (material y formalmente) cabezas. Algo que ya había practicado en su muestra anterior en Mite, «Chistes patrios», donde le ensartó una pelota de fútbol, con tapitas y corchos pegadas sobre los cascos, a una botella gigante de Chandon con una caricatura sado de Menem y Madonna. Como queriendo descubrirles el espíritu, a base de sopletear una cabeza de muñeca, incrustar gemas de vidrio erosionado, utilizar tejidos de mimbre o al crochet y más cosas que involucran pintar, pegar, clavar, Laura se propuso representarle a cada botella-bebida el ser (o el personaje) que a su parecer emanaban, si fuera necesario, avanzando sobre la totalidad del objeto o añadiendo miembros. Esta suerte de fetiches etílicos están dispuestos en grupos instalativos, distribuidos por el piso o montados en la pared, con bases azarosas que van desde un damero de hule, vigas de madera, un mueble. La muestra «se completa» con otras botellas aplastadas por vitrofusión compradas en algún lugar de artesanías, que se utilizan como decoración en bares. Hay mucha presencia de fósforos, vírgenes y quemados. Hay un trencito literario donde los vagones son cajas de fósforos intervenidas, puestas en serie irregular sobre la pared, y la locomotora es una página de libro infantil que había pertenecido a la niña Laura. Hay un barco de madera sin velas, con cabezas plásticas de títeres de animales en los mástiles. Y más cosas.

Como aclaración preliminar, Laura dijo no saber bien de qué iba a hablar, no había preparado la visita. También pidió que no la filmemos porque detestaba escucharse después. Nos contó que suele investigar bastante para sus muestras pero esta vez se había dejado llevar, principalmente, por ese juego rector de personificar botellas. En sus lecturas posteriores, podía entrever un sustrato teórico que atraviesa la muestra como un (en sus propias palabras) tufillo.

Nos contó sobre la alquimia, y la relación que guardan las palabras ‘alcohol’ y ‘etílico’ con lo sutil, lo volátil y etéreo, espirituoso. En palabras de Laura: «Etílico es algo cuyo espíritu es volátil, el éter es el lugar de los espíritus que se elevan rápido. En la alquimia le adjudicaban a cada elemento un espíritu, el alcohol es un elemento que se evapora rápido y esa virtud se transmite a quien bebe, te vuela la cabeza.» Señalando una de las botellas, cuya cabeza es en realidad una mano que sostiene una esterilla con forma estrellada, nos habló de ese lugar de la luz como gran símbolo, místico-religioso, de conocimiento, de inspiración. En la muestra, la luz parece cargada en los fósforos. «Para evaporar algo vos usas el fuego, es lo que conduce la elevación de una materia a otra. En relación a la luz, los fósforos tienen eso que enciende y apaga. En la alquimia lo físico y la idea es una sola cosa. Como cuando hablan de transformar la materia oscura en resplandeciente, incluyen tanto la transformación química como espiritual.» Los fósforos podrían materializar una idea del acto artístico en el (potencial) destello de su llama, y en el fósforo quemado como lo que queda de esa experiencia. Una dispersión etérea, a veces fulminante, que ocurre bien no se sabe dónde y deja por pistas esos asuntos que llamamos obras. 

Otra de las botellas, con cabeza de mimbre, es un homenaje a John Barleycorn, un personaje del folclore inglés y escocés que personifica a la cebada. John Barleycorn must die es una canción antigua que narra los maltratos y mutilaciones que va recibiendo el personaje, al parecer, en una analogía con las etapas de cosecha y procesamiento del cereal, hasta convertirse en cerveza o whisky. Laura nos contó que hace unos años solicitó la beca de viaje Oxenford para asistir a festividades que aún se realizan en Inglaterra, donde aparece John Barleycorn como un muñeco de mimbre, y que están ligadas a antiguos ritos anglosajones en los que se cree que realizaban sacrificios humanos a beneficio de las buenas cosechas. Yo también obtuve una beca Oxenford hace un tiempo, que usé para viajar a Nueva York. Parece un dato arbitrario, pero probablemente, sea en parte lo me llevó a hacer las conexiones que me empujaron a intentar este texto. Para el cual, además de presenciar la visita guiada, decidí entrevistar a Laura en su taller, para recabar sobre algunas cuestiones que se me empezaban a escapar. Advertir estos personajes fetichosos en su muestra, me recordó cierta consternación que me provocaron los objetos ceremoniales de las culturas primitivas, que pude ver en el museo Metropolitano (MET). Esa sensación de estar frente a unas formas que vienen de un lugar desconocido y la pregunta sobre la posibilidad de replicar algo equivalente desde (este) otro lugar. «No pienso esa imposibilidad de traducción porque en realidad no es que tengo como objetivo hacer un fetiche.» me respondió Laura. «Siento fascinación por lo desconocido, me hace querer ir ahí, como querer encontrar un nuevo lenguaje. Pero es una búsqueda, tampoco hay una respuesta al respecto, siempre es una búsqueda. Quiero llegar a encontrar ese universo donde todo parece ser fascinante porque es desconocido… que en realidad es una aporía, porque en la medida que conoces deja de ser desconocido.» 

En nuestra charla, hablamos del vínculo que guardan el pensamiento mágico y la ciencia, por sus inferencias desde la observación de los fenómenos. Hablamos sobre el concepto antropológico de ecología, que ubica la idea de verdad en las prácticas que efectivamente las personas y culturas llevan a cabo en relación a sus creencias. «Aguante Despret y toda la escuela esa de antropólogos que hablan de ecología. Lo que importa es lo que el humano puede producir con la cultura, o con su vida. No importa si algo es verdad, lo que importa es que hay gente que sí produce esa realidad y esa existencia. El arte tiene ese efecto, generar algún tipo de ecología.» Sobre estos temas me recomendó algunos libros como La rama dorada de J. C. Frazer y A la salud de los muertos de Vinciane Despret. Me contó que le interesan y suele elegir los materiales por sus significados y atributos asociados. Es un flash que le obsesiona desde el consumo de publicidades «¿Qué te venden, un yogurt o a la virgen? Está relacionado con algo re visible de lo que es y eso es re magia homeopática». Hablamos también de la apropiación cultural y me confesó que estaba un poco odiada con ese término por considerarlo limitante. «Hoy vivimos con muchas influencias culturales. De qué manera te acercas a una cultura que no es la tuya o en qué medida también es tu cultura, si vos absorbiste un montón de cosas porque te gustaban y te interesaban, por qué no puede ser tuyo eso también.» Hasta llegó a incitarme a hacer fetiches, si fuera ese mi deseo (que no es el caso, creo. Pero) por estos rumbos presiento que anda la consternación que estaría intentando desentrañar con la ayuda de Laura y su obra. Quizás tiene que ver con la pregunta de si la creencia puede ser una cuestión de decisión propia.

La última botella a la que voy a hacer mención, se me antojó de un conceptualismo revirado. Su cabeza es una cabeza de gallo que a su vez está bebiendo de otra botella, pero el gallo es deforme como esas figuraciones en las piedras del Valle de la luna, que se adivinan solo desde un ángulo determinado, recién logras verlo (así me pasó) cuando te lo explican. En general todas sus botellas habitan ese punto que incomoda la manera de entender una obra y que al mismo tiempo esperamos de toda obra de arte. Son sugestivas en tanto personajes pero, probablemente, más inquietantes como ensamblaje. Pienso en este juego que se propone Laura, menos como un acto lúdico que como ese pequeño desbarajuste en un mecanismo que está a mitad de camino entre andar y no, y donde, aún así, ella logra hacer pie, dejándose llevar por sus propias inquietudes, que pueden ser también las nuestras. Algo de la energía de su obra, en formas de hacer, pensar y preguntarse, siento que se extiende, como un vapor sustancial, a otrxs artistas de la escena local y más allá. Hay un carácter de tiempo más topológico, que busca religar en el presente (como ocurría más explícitamente en la mencionada La espada y la cruz donde convivían obras de artistas contemporáneos con el acervo del museo) lo que pasó antes y lo que podría ser. En relación a los fetiches, fue significativo cuando Laura me contó sobre su proceso «para lograr que las botellas pasen a ser personajes. Me pasó mucho, que todo el tiempo los personajes parecían muertos. En un punto tenían como un espíritu, fue muy loco eso, porque me pasó con varias. De hecho con esa (señala una) me sigue pasando que parece muerta, un muerto. La chiquitita esta también, hasta que le llegué a poner un tercer ojo y ahí como que tomó más vida. Me llevó trabajo, pero no trabajo, digo, de estar pegando, eso también pero, de que tenga onda, no se, para decirlo de alguna manera.» Y de alguna manera extendió esta visión a toda su obra. «Para que algo sea una obra yo siento que le tengo que dar un poco de vida, osea, es algo que no tiene un sentido lógico, es como una sensación. Me pasa lo mismo con las pinturas, si no me enojo y en un momento le hago como unnnn… como si la matara y la renaciera, siento como que no tiene vida. Tiene que pasar por algo que no puede ser meramente un proceso mental, algo donde intervino un tipo de energía que yo no controlé del todo. Igual es una boludez por ahí, podría decirte, che, hacele algo vos. Lo hago siempre con el montaje, en el montaje de la muestra vino Guada (Chirotarrab), vino Juancito Laxa y vino Fede Lanzi y también estaba Andrés (Politano), estábamos los cuatro pensando el montaje. Entonces ahí yo me quedo más tranquila de que pasó algo, hubo un acontecimiento con personas que estaban probando, nos divertimos, fue el resultado de una experiencia. No me gusta hacer una obra si no hay una experiencia de alguna índole. Y un poco eso es como infundirle un espíritu. Tiene que entrar como un espíritu, o mío que desconozco o de alguna otra persona o de un grupo de personas, pero me gusta que haya un poco de caos, digo, en el sentido que no sea una cosa programática de: voy-a-pegarlos-fos- foritos-uno-atrás-delotro, uh, qué embole, ¿entendes?»