El final del final
por Nicolás Bacal
Cada vez que escucho esa frase de Jameson “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo” me genera una sensación agridulce. Hace poco la volví a leer en un texto de Mark Fischer donde el autor la vinculaba con Children Of Men, la conmovedora película de Cuarón, que retrata a una humanidad que parece haber perdido su fertilidad para siempre. Estas películas en las que el mundo se fue a la B suelen terminar con una pequeña ventana con luz, una débil posibilidad de reconstrucción del mundo que conocemos se avizora. Nada más. Un garrón.
El capital perdido editado por el sello Tammy Metztler a comienzos de año arranca con un disclaimer a tono lo que me recuerda que, además de evocar esa dichosa frase, Mark Fischer decidió poner fin a su vida el año pasado. Una página después Mario Scorzelli nos manda directo al epicentro de un mundo distópico en donde hasta los intelectuales más piolas justifican y abandonan la vida que conocemos por una virtualidad bio-conectada perfectamente capitalista.
“Solo en la cama, mirando el techo. La humedad está trepando las paredes en un movimiento imperceptible que no permite medir el tiempo. Las persianas están bajas y solo unos rayos radioactivos de sol entran por la ventana para iluminar el polvo que flota en el aire sin destino. Ya no sé que día es.” Ahí quedamos, acompañando a Mario pasear por una Buenos Aires linda de imaginar. Su paso es liviano y simpático. El capital, al retirarse a esta virtualidad, parecería haberse llevado la angustia con él. Este mundo post capitalista desolado y solitario resulta al mismo tiempo propenso a la tranquilidad barrial que uno necesita para pensarse de la manera más caprichosa posible: con referencias alienígenas al cine de ciencia ficción de los 90, las misteriosas ruinas de una multinacional y paseos en bicicleta a través de los despojos de lo que supo ser nuestra ciudad más cosmopolita. En su deriva el narrador se topará con algunos libros y fotocopias que Mario muy gentilmente nos traduce y comparte. Entre ellos se destaca un texto de Nick Land, un filósofo de culto traducido sorprendentemente poco a nuestra lengua.
Cuando perdemos algo en realidad lo único que queremos es volver a encontrarlo y es paradójico porque para encontrarlo primero tenemos que haberlo perdido. Parece un trabalengua: no podemos perder algo que es nuestro completamente, perder algo implica reconocer que eso que perdimos es transitorio. Creo que acá está el punto más original de la novela. Con un tono muy amistoso nos va llevando por este mundo abandonado que hubiésemos imaginado hostil pero de pronto, la novela da pilas. No pinta para suicidio. Es más como una de esas fiestas en las que uno se quiere quedar hasta el amanecer y mirarla con otros ojos. La novela tiene esa vitalidad. Podemos imaginar el fin de la hegemonía del capitalismo. Mario imaginó ese final con una multitud confinada y encerrada en la virtualidad pero la poesía barrial sobrevivió.
Creo que la dichosa frase con la que arrancamos este texto funciona como profecía autocumplida. Quizás no estamos tan encerrados en el capitalismo.