Del fulgor del barro o del margen metódico
Dibujo por Leopoldo Estol
Fotos de Sonia Neuburger
Archipiélago de notas sobre el segundo congreso experimental ribereño
Llegamos. Nos reciben (con) unos fideos con mariscos, hechos por señoras de Ingeniero White. White es la población portuaria/ferroviaria a la vera de Bahía Blanca, a la vera del estuario y a la vera de la historia. Una historia de desguaces y renacimientos la atraviesa, la conforma. Sobre los renaceres dos museos tienen mucho/todo que ver. Estamos en el Museo del Puerto, iremos luego y dormiremos en otro, FerroWhite – Museo taller. En ellos no solo se rescata, sino que actualiza y reinventa la historia, de White, de Bahía, y como síntoma, de un país, de un modo popular y fraternal de entenderlo. Los fideos están hechos entre todas, aunque con una conductora, la que tiene la receta familiar de un comedor/restaurante típico de White. Una receta reversionada (como se llama una de las publicaciones del Museo) para y en la ocasión: una tradición que se reescribe, se re-vive, en estos reencuentros; reversiones de vidas que la voluntad colectiva engendra, cuece, suelda. Hablo con una de ellas. Casada desde los 17 con un prefecto. Cada dos años se mudan. Ahora espera que ya no pase. Encontró un grupo de pertenencia, de creación, de auto-reconocimiento. Al que se aplaudió cinco, seis veces. Inaugurando, el grupo congresal allí reunido, un código, su modo/método de expresión. El aplauso, sublimación lúdica y graciosa de la emoción.
El congreso ribereño es un experimento vivo, vitalista. Es un congreso experimental y experiencial, que reúne proyectos que trabajan en y por las riberas, ríos, islas, y que tuvo su primera versión en la Isla Maciel (en su Museo Comunitario). Un Congreso que actúa como fundamento bajo la lógica del contagio (de lo) fraternal. Contagio de lo hecho, dicho, de lo compartido, del compartir. Contagio de experiencias que a su vez se contagian/existen de y por la experiencia vital de aquellxs que están en las márgenes acuáticas y al margen de las historias oficiales, que viven en y el/al margen de trayectos eco-nacionales. Contagio de y con aquellxs (cocinerxs, portuarixs, ferroviarrixs) que desde la pulsión narrativa que genera tanto el ninguneo como la emoción de encontrar escucha emocionada, hablan, conversan, se juntan, arremolinan. Congreso que reúne lo que los congresos académicos no y hace lo que ninguna acción de competencia introyectada podría hacer. Sustentado por políticas de la emoción y el contagio afectivo, deviene un incentivo mutuo a la reflexión y la creación. A la reflexión creativa y viceversa. A la creación colectiva, responsable y “creativa”. Ya que el verbo crear puede no ser un acto (adjetivo) creativo. Puede ser repetir, acumular, producir infinita y alienadamente. Pero no. La apelación y aspiración contagiosa (insistimos en esta palabra para conjurarla) a una multiplicación político creativa (de lo) comunal.
Los proyectos asistentes son más que un plan de acción futura, proyecciones y emanaciones vitales y actuales que aglutinan gente, deseos, luchas, con la ribera como geografía y metáfora. Proyectos que hayan y rengendran su fuerza, su poderío, en el entrecruce-fundamento del problema del habitar. Cómo habitar en/por/cerca/junto al agua. Cómo (no) habitar (en) el elemento vital por excelencia. En suelos encharcados, cenagosos, acuáticos. Habitando el problema: como vivir (en) la orilla.
Para ello, un “método ribereño” (al decir del Museo del Puerto, en el fanzine-corolario del congreso), caminando por los márgenes. Por balnearios, basurales, puertos, ferias. En los arrabales de una ciudad síntoma, Bahía Blanca, donde los trenes y los barcos, donde las bases navales y las petroquímicas, comienzo/fin de territorio pampeano, comienzo/fin de estepa patagónica, convierten a esta zona en la historia trágica y utópica de una nación, de un proyecto de elites y una trama común que resistió y resiste en los intersticios: “dónde hoy se puede pensar algo que incluye a todxs, como en un tren”, se preguntan las paredes del Ferro White.
Caminamos por los suburbios, como método. El suburbio, una isla, una orilla, caminar como método. Pensar un método, nos dijimos, para que las resistencias se arraiguen, para que florezcan (mil) archipiélagos, juncales guerrilleros (decíamos, con amigos, sonsacándole la frase a Domingo Faustino). Las caripelas, las becas, pasan, los métodos quedan. El método camalote-sedimental resiste, como legado de un persistir andante, errante. Caminamos y preguntamos por el nombre de las cosas. Pregunta que aparece allí, caminando, juntxs. ¿La Bahía es una ría o un estuario? Por qué negar la voz popular ante la científica, se dijo. Cómo pensar la/una historia sin hacer una historia de los nombres, una historia política de sus usos. Subimos a un castillo, una usina-castillo, a una ruina de usina-castillo, el que resiste a que devenga una marca más del extractivismo cultural. Y decimos, la ruina como método, de tiempos que se encuentran, de lo que no deja de ser y de lo que siempre está siendo otra cosa. Crear métodos, los mejores, los únicos. Como bailar, desde un bailar juntos/separados, en el margen del individuo/comunidad. Como método espía, al sesgo de los métodos hechos-y-derechos.
Un viejo estibador nos grita su historia. Si la ruina es lo que sin significación clara reclama por ella. Este encuentro intempestivo expresa de modo vibrante tal expresión vital/decrepita (en tandem potenciador) de la ruina. A los gritos, literales, como los hombros del trabajador que carga las manzanas, cuando podía hacerlo, ya que su relato, su reclamo de vereda a vereda, habiendo parado el auto a la salida del puente empedrado, por donde pasaban y pasan los trenes que traen lo que sus hombros habían de cargar ayer nomás, era, su reclamo, a que fotografiemos el lugar donde iba a buscar trabajo. Día a día. Al alba, con veces que debía retornar, incluso caminando, de Ingeniero White a Bahía Blanca, casi diez kilómetros, sin nada, con resignación, bronca, tristeza. Y que de conseguirlo, en tanto estibador, las condiciones laborales eran lacerantes (en ese mismo puente un día antes habíamos conversado con quienes tomaron sus testimonios). Cargando bolsas, él, los estibadores de granos, de alto kilaje, que le rompían sus cuerpos. Me matan si no trabajo y si trabajo me matan, decía la canción que el Grupo Cine de la Base incluyó como título y emblema de explotación, literal (incluso por implosión corporal), de los trabajadores.
Situación que en White, como triste paradigma y prisma nacional/regional, tendrá en los 90 su tragedia cuasi terminal. Desguace es la palabra usada, repetida. Desguace. De trenes, barcos, edificios, vidas. Un plan de desocupación estructural, como intento de desguace de las resistencias. La misma que Walsh vio, con ojos de trágica sensibilidad, a un año del “comienzo” de la era neoliberal, en su faceta institucional-sistematizada. Ese grito walshiano se enlaza y continua en el grito del estibador. Un grito que a la vez evidencia y anida una resistencia, la que no puede ser desguazada. Y que como la ruina, alberga una marca, una señal. En ese grito hay una habilitación y expansión de un habla. Que no puede desligarse del trabajo de estos museos-faros (Ferro-White y Museo del Puerto) Sea porque este viejo estibador haya sido (auto) convocado a dejar su testimonio en los archivos orales de estos Museos. O porque sepa (sin duda sabe) que algún/x otrx ha sido entrevistado. “Poniendo en valor” una voz, una historia, que es la que no se pone en valor por aquellos que usan esta expresión: puesta en valor. Aquí se expone, en escena, en acto, en verdadero acontecimiento performático (y no como mera verba artie) el valor de lo que no tiene valor, en tanto invalorable, en tanto invalorado. Por incalculable, porque no entra en excel alguno. Porque es un in-util para el sistema capitalizador de valor. Y es un vínculo con el todo, con la organicidad inorgánica de una vida que se construye de rastros, gestos, recuerdos comunales in-olvidables: el de (ser) una comunidad.
Cómo vivir juntxs. Con y por otrxs. Personas, animales, floras, barros, des-hechos. Y no como medios (meros ambientes) sino como fines, insumo diario, horizontes cotidianos, anhelados. Como vivir juntxs. Desde las riberas. Como accidente, acontecimiento, geográfico, metafórico. Contemplándolas. Evidenciando que no hay sino ribera, punto de llegada y salida, linde, mezcla, principio y fin. Un basural, un balneario, un emprendimiento abandonado. Riberas, márgenes, orillas, entre la desidia y el deseo, entre el negociado y el tejido comunal. Riberas. Lo que re-une. Lo que re-vive. Lo que re-evidencia de qué lado estar. Ah re, dice, decimos. Lo que ah re vive, lo que ah remolina con voces de otros tiempos y dispersa, cual usina. Mal-tratada, la eléctrica, surgieron una, dos, mil usinas de pensamiento/acción. De riberas. Y porque la ribera, el margen es una usina, de producción de sentido, de restos, que van y vuelven. El margen como centro. Porque no separa, une. Y porque hace de lo que está “al margen”, el insumo-fundamento: lo marginal (lo inescuchado, inaudito) y lo marginalizado (estigmatizado). El margen cómo método.
“Cómo resuena tu ribera” era la consigna. La consigna a conversar, pensar, expandir. Cómo resonaba esa ribera, ese margen del margen, que es Bahía, que es White. Cómo resonaba en las riberas que traíamos encima, con el barro que visible o no juntamos y hemos juntado, los proyectos que en el Congreso se reunieron. De la isla Maciel al Puerto Piojo del Docke. De Punta Lara a los barros y las cacas de aquí, de allá. De las islas invisibles, de gaviotas cangrejeras, al Paraná y humedal rosarino, el Delta, sus muelles y la isla Martín García. Cómo resonaba esa ribera, que caminamos, contemplamos esos días juntxs, cómo resonaba viviendola juntxs, conversando, conversándola. Con la resonancia y la conversación como extensión del método ribereño. Lo que late, vibra, ah re suena. La palabra compartida, que va y viene otra. Walkin on the wild side, decía uno. Y decimos nosotrxs, chamuyando entre varixs, junto a otrxs, en y desde márgenes constitutivos, re-sonantes.
Último día. Recorro White. Una unión de obreros anarquistas fundó un teatro en White, al lado de la iglesia que tiene al patrono de los pescadores y la comunidad portuaria, San Silverio, como síntoma de las tensiones que acarrea cualquier gesto popular. Como la de los museos de White, creando las condiciones para una narrativa (otra/popular) de la historia. Una geógrafa en el Congreso de hecho dice con emoción que el arte provee mejores palabras para llegar a la gente. Mejores, únicas, otras. Viendo, imaginando, dispersando. Algo que los museos que hemos habitado en estos días congresales, hacen y contagian haciendo. Son los pobladores de White de hecho los que narran una/su historia. Una estrecha vinculación hay allí entre la gesta cultural de los obreros anarquistas, fundando un teatro a metros de la iglesia, y las actuales propuestas museísticas witenses en las proximerías infiltradas del valor neoliberal de la vida.
Con recetas reversionadas, objetos metamorfizados; revisando la utilidad de las cosas, de las palabras. Haciendo cosas con las cosas, palabras con palabras, sobre todo las dejadas al margen (cosas, palabras, personas) y las que desde el margen pugnan, gritan no por ser centro, sino hábitat de una experiencia común. Una experiencia de lo común de/con herramientas, utensillos: tenazas y cucharas (de la historia). Los museos (estos) no (solo) muestran, sino crean; no solo recrean, sino ah re crean, re contra crean. Como mínimo/máximo, una voz, una voz común, de voces que in escuchadas por cotidianas, por (auto)descuidadas, por menos-preciadas, son la voz que curtida en los arrabales de todo, base-fundamento de cualquier maquinaria (incluso) social, vuelve, retorna, con-mueve.
Comimos en el Museo cocina. Dormimos en el Museo taller. Construir, cocinar, no solo alimentos, sino preguntas, estares, métodos. Este congreso hace/hizo/seguirá haciendo en su persistir como recuerdo/acontecimiento esto. Otro Congreso Ribereño Experimental se está gestando (cocinando/tarugando) y la Delta pide pista/río.
* El Segundo Congreso Experimental Ribereño se llevó a cabo del 9 al 11 de abril del 2022 en Ingeniero White, Bahía Blanca. Y participaron: el Museo Comunitario Isla Maciel, Arqueología del Presente. La cloaca y la caca. Archivo.rio, Proyecto Los muelles dicen, Barro-Desplazamientos, Reserva Natural Islote de la Gaviota Cangrejera, Expediciones a Puerto Piojo, Isla Invisible, Proyecto Martín García, Huellas en nuestro humedal costero, Ferrowhite y Museo del Puerto.