Apuntes de bruma
Dibujo por Matías Romano Alemán
Una versión muy parecida a lo que sigue puede ser encontrada también en una pila de hojas impresas en algún rincón de Galería Jamaica en Rosario, que actualmente se encuentra engalanada con obra de Francisca Amigo y Gal Koppel Vukusich. Estas palabras corresponden a procesos de inmersión en las escenas que pinta Fran, un acercamiento breve a la fantasía que nos ofrece.
Las imágenes que vemos en Apuntes de bruma parecen partir de tres operaciones: desentierro, reconstrucción y evaporación. La excavación de un objeto antiguo, partido por el tiempo, tan arrancado de su función o aspecto original que pide a gritos el ejercicio intelectual de su restauración. Esta etapa, lógicamente, solo puede realizarse con una imaginación frondosa y personal, y el resultado será, entonces, fragmentado. Algo del tiempo pasado tiene que aparecer, pero cubierto con la luz y la niebla del tiempo presente, algo que vemos y al instante se desvanece.
Antiguamente, los órdenes arquitectónicos tenían sus asociaciones establecidas con arquetipos humanos: el dórico se entendía como un mancebo, el jónico se comparaba con una muchacha, y el corintio con una matrona. Unos cuantos milenios después, seguimos viendo personas en columnas, unas piernas pícaras asoman entre la bruma.
Las volutas del capitel se deshacen en otras que se crean entre la niebla. El follaje se vuelve pelo y encaje, un vestido de novia abandonado. Es una cuestión de sentarse a esperar, lo limpio rápido se ensucia, y de ahí aparece algo nuevo.
Es el barroco de la luz sin sombra. Las líneas surgen entre la bruma, cada una llama a la que viene, una abuela invoca a su retoño, que a su vez impulsa a sus mil hijas a torcerse en posturas extrañas. Son los misterios de esposas, hijas y ninfas que ahuyentan a los malos espíritus de la casa, poniendo cada cosa en su lugar.
Entramos en un túnel brillante y blanco, acá la oscuridad emerge matizada por la luz. De una manera nuclear, la domina: eso que era tan oscuro ahora toma la forma de la razón. El impulso ascensional del túnel hace que nos tropecemos con el cielo, el vapor de las nubes es espeso, solo nos deja ver fragmentos de esta ciudad que aparece y desaparece. Cachos de edificios, elementos estructurales que, arrancados de cualquier función, no sostienen nada, y nos dejan parados ahí, al descubierto, ante su presencia incompleta.
Esta visión de sensualidad hecha piedra excita a la materia y congela el paso del tiempo. Imaginemos poseer a la Historia, ¿cómo se vería? ¿Muchachitos desnudos? ¿Espíritus celtas? La Historia está hecha de renacuajos y mantillas, y las cosas fueron siempre tan sólidas que no puede sorprender a nadie que deseen finalmente evaporarse.
Cuando se desintegren los colores, o se confundan los límites entre una cosa y otra, veamos la sombra y recordemos la luz que la está generando.