1980: El año que vivimos en peligro
por Magui Testoni
dibujo: Lino Divas
¿Qué pasó en 1980?
Pensamientos a partir de la muestra “Lo que pasó en la navidad de 1980” de Paula Castro y Santiago Villanueva, en galería Isla Flotante (Viamonte 776 2do 4to). La muestra se encuentra en suspenso, se la podrá visitar una vez que se puedan reiniciar los eventos culturales.
En la navidad de 1980 fueron sustraídas del Museo Nacional de Bellas Artes, veintitrés obras de arte, la mayoría correspondiente a la colección Santamarina y otras dos de la colección del museo: un boceto de “Un episodio de la fiebre amarilla” de Blanes y un Thibon de Libian. La hipótesis más firme le adjudica la responsabilidad del asalto al gobierno militar. La explicación es que la muestra anterior al robo contaba con piezas de gran valor, lo que motivó la contratación de un servicio privado de seguridad, cuyo director era un ex militar del ejército, vinculado al servicio de inteligencia. El itinerario de las obras fue posible de reconstruir. Se piensa que fueron intercambiadas por armas a Taiwán. Las armas fueron utilizadas al final de la dictadura y parte en Malvinas.
La investigación que realizó Julián Sorter fue la información que les llegó a Paula Castro y Santiago Villanueva.
En la muestra, lo primero que vemos es un pasillo formado por un lienzo blanco a la derecha, que guía el recorrido y marca la división entre las dos salas de la exposición. En la primera, se encuentran tres estructuras entre las que se mezclan algunas propiedades de los artistas, materiales nobles como la madera y el mimbre y materiales conceptuales como los insumos ortopédicos. La luz es ultravioleta y en las paredes se acomodan espirales formando una matriz, un fondo ordenado. Al girar a la otra sala, aparece una foto enmarcada de la copia de “Un episodio de la fiebre amarilla” colgada en la pared. Luego, una vitrina de cañas resguarda el catálogo de la muestra “El oro en Colombia”, expuesta en el Museo de Bellas Artes previa al robo que motiva esta exposición. La vitrina antecede la última sala, un cubículo rodeado de cuadros con fotos de casas museos que van desde el piso hasta el techo. Arman un espacio de lectura, ya que tirados en el medio hay varios ejemplares de un fanzine-expediente cargado de pistas y rastros del robo, recortes de periódicos, collages.
El motivo de la muestra es muy claro: el robo que sufrió el Museo de Bellas Artes, es decir, que sufrimos todos, el robo a nuestro patrimonio cultural. La muestra se sostiene en diversas muletas como la judicial y la histórica, pero también se apoya en la ficción y la sospecha. ¿Qué es lo que exponen los artistas? Algo que llama la atención es que intentan formular una historia, o eso parece. Lo que pasó en la navidad de 1980 muy bien podría ser el título de un cuento o de una novela. Sin embargo, ocurre una dislexia de comprensión, ya que la muestra no responde a esa intriga ni tampoco narra los hechos que conforman la historia del robo.
Si algo sabemos de la investigación criminal, es que la verdad avanza en forma de sugestiones y suposiciones. Del mismo modo, podemos armar la historia de una exposición a través de las pistas que reconstruimos uniendo lo que vemos con lo que tenemos adentro: nuestras fantasías. Una obra, un cuerpo de mujer arrojado en el piso, un crimen. Una obra, una estructura, una forma material y conceptual, un apoyo, un libro de arte. Una obra, una vitrina, cañas y vidrio, un catálogo de una exposición. Como fotografías que disparan suposiciones y dudas, se delinea una idea de la muestra que contiene materiales reales y materiales ficticios, del tono de lo conceptual y también de la imaginación.
Estamos ante un caso en el que los artistas exponen su propio morbo. Para lograr visibilizar la unión entre el robo y la muestra, hace falta atravesar la zona oscura de la fantasía individual. Los elementos que componen la exposición sostienen las ficciones que los artistas comparten, que funcionan como disparadores para las fantasías de los visitantes. La muestra como una propuesta para identificar lo real en situaciones incomprobables donde no es tan posible distinguir lo fáctico de la ficción. Ahora somos partícipes de un archivo de la memoria tramposa, con la que dos artistas se divierten. ¿Dónde está el verdadero peligro?
El hecho del cual partimos se pone en riesgo, lo que pasó es un acto peculiar que despierta impresiones ebrias, que zigzaguean entre la verdad y la ficción, como nosotros y nuestras sospechas. ¿Qué pasó en 1980? es una pregunta que la muestra no responde. Es decir, no ofrece una certeza como respuesta, sino que despliega un mapa con las preguntas que surgen a partir de ese hecho. Lo revelador es que esas preguntas tienen la misma validez en la actualidad. ¿Cómo está hoy el velo que maquilla la amistad del mercado artístico con la política elitista? ¿Qué implica tener un Museo Nacional? ¿Qué alcances tiene el capricho de la aristocracia?
A fin de cuentas, la historia no es la verdad monótona sino los rastros que generan fascinación, aquellos que son invitados de nuevo a una reunión en otro tiempo, para formar otra cosa, no una respuesta sino una excusa. En este caso, invitan a sospechar cosas como la legitimidad de la justicia y del estado que trafican arte por armas, el gusto de los ricos que avala acciones oscuras, la forma de los museos estatales que están al servicio de unos pocos. ¿Podría entonces decirse que esta es una muestra histórica? Quizás es más apropiado decir que esta es una exposición sobre lo real, es decir, sobre los hechos y las fantasías. Porque hoy, a lo que pasó se suma lo que podría haber pasado, lo que sospechamos y lo que imaginamos, también las teorías conspirativas.Todo eso forma parte de la respuesta. Algo como escribir sobre una muestra que no se puede visitar. El colmo de la exposición es que hoy se construye a través de fotos y conjeturas, son las expectativas las que le dan forma a esta investigación.