Yo soy una sentidora

Por Paco Fernández Onnainty

Dibujo por Lino Divas

EXT. TERRAZA – NOCHE. 

Termina el día de rodaje y mientras hablo con mi amigo Sacha, el director, aparece la voz dulce de una de las productoras diciéndome que el remis ya está en la puerta. Salgo corriendo con el entusiasmo y la alegría de un día logrado, disfrutado, como cuando iba a la facultad y el tiempo se suspendía completamente en un día de examen final. Filmamos toda la tarde en una terraza de San Cristóbal con 30 grados de calor, en pleno enero. Agotador, estaba tan cansado como pasado de rosca, pero me sentía eufórico, con ganas de seguir, estaba para ir a una fiesta, emborracharme.

Cuando la sensibilidad entra en el engranaje de la estricta división de trabajo de un rodaje, la escena se logra, y tanto Max, mi compañero de escena, como yo, quedamos contentos. Pero también, fundamental en ese engranaje, quedó contento el director, y el equipo técnico. Habíamos podido captar todas las indicaciones y a la vez extender la apuesta, darle espacio a los matices que se iban sumando en la repetición de la escena mientras nos mirábamos profundamente a los ojos. Yo no sé qué es actuar, pero hacer de mí, con textos más o menos memorizados y poder cambiarlos y amoldarlos a mi propio decir, frente a alguien con una cámara en el hombro casi sin respirar, con gente detrás esperando que todo salga bien, con un sonidista parado sobre un cajón estirando un palo con micrófono sobre tu cabeza, con el director y varios mirándote en un monitor… ver los ojos de Max y que todo desaparezca, y sólo sonreír, se parece bastante a actuar. Actuar es jugar, leyendo las instrucciones. 

EXT. AUTOPISTA – NOCHE. 

Volviendo por la autopista en el remis con las ventanillas abiertas y un viento desaforadamente caliente, casi se me escapa el sombrero. El conductor quiso comenzar una conversación pero yo no podía, todavía tenía la impronta disociada de tener que hacer para la cámara. Y pensaba en las escenas que habíamos filmado con Max, en el arco que habíamos conseguido: en un principio habían sido secas, se fueron ablandando y hasta aparecieron tintes de comedia, empezamos a payasear. 

EXT. MANSION – NOCHE.

Un amigo se había ido de viaje con su familia y me quedé en su casa, con su perra Inka, la American Stafford más simpática del mundo. Cuando entré en la Mansión Santa Rosa y el remisero esperaba que entrara, seguía actuando. Actuando saqué las llaves del bolso, actuando abrí la reja, actuando saludé desde el jardín agradeciendo con reverencia nipona y actuando entré por la puerta principal. Fui encendiendo las luces a mi paso camino a la cocina. Prendí la pantalla y el refucilo electrónico casi me voltea: los ojos de Carmen Maura aparecieron en 65 pulgadas como presagio. Tapé mi rostro por reflejo, me di vuelta e intuitivamente fui a la cava a buscar un champagne para prepararme un Spritz. Quería el festejo por la jornada. El día anterior había visto ¿Qué he hecho yo para merecer esto? y luego Mujeres al borde de un ataque de nervios… Fascinantes. Una detrás de la otra, en ese orden. Recordé cuando las había visto por primera vez siendo estudiante de Filosofía y Letras.

Luego con el trago en la mano fui al parque, encendí las luces de la piscina en rojo y me tiré de cabeza. Salí, agarré la toalla que había dejado sobre la reposera y cuando estaba por ponérmela alrededor de la cintura y pisé el pasto, sentí un escalofrío. Miré al cielo, vi la luna llena y pensé: ¿el rodaje no terminó? Medio ensoñado, salí corriendo hacia la casa y cuando llegué a la galería resbalé  con los pies mojados y casi me mato, al mismo tiempo se iluminaba mi celular sobre la mesa, alguien llamaba, era Carmen, quería saber cómo me había ido en la filmación.

Me preparé otro Spritz con el celu entre el hombro y la oreja, ya no le podía pedir más a este día, conversar con La Maura sobre cine. Me dijo, si a mí me dan el vestido, los niños, el marido o el cuchillo para matar, lo que sea, yo sí que me lo meto dentro. Me lo creo como cuando era pequeña, es el mismo sistema de cuando jugábamos a la casita. La frase más tonta… todas tienen su importancia y todas tienes que sacarla de dentro, aunque digas “tengo hambre”, que ya es una frase difícil. 

-Ayer vi Mujeres…

-(interrumpiéndome) El rodaje de Mujeres al borde es un rodaje que no me gusta mucho recordar, porque es la única vez que pensé en dejar de ser actriz, fíjate. La pasé fatal.

-Cuéntame lo de la inseminación artificial a la vaca en la peli de Camus.

-Quita, te lo he contao mil veces. ¿Y cómo se ha portado Sacha?

-Nos queremos, es un encanto. Con Max recibimos ciertas indicaciones, pero después desapareció en las eternas revisiones técnicas y finalmente nos hablaba desde el monitor, nos daba mucha libertad.

-Ay, a mí me gusta ser una mandada, eso es una de las cosas que más me gusta del cine, que llega un momento donde tú sabes que eres una pieza de un equipo, igual de importante es el cámara como el que lleva el travelling, todos pueden meter la pata, y a mí esa sensación de que todo el mundo puede meter la pata igual que yo, me encanta. Y luego, que el jefe sea otro. Yo llevo un conocimiento enorme con la persona con la que tengo que trabajar, porque es el dueño de la historia, el dueño del cuento, el que sabe lo que quiere de ti y tal, entonces le llegas a conocer como a un novio, sin que sea tu novio para nada, pero es el mismo interés que tienes en conocer al chico que te gusta.

-Y, sí, a un director cuanto más lo conoces, mejor. 

-Pués claro que sí, te domina en el momento que tú quieres. Para mí en las 12 semanas de rodaje el director es mi jefe y yo soy una esclava, y voy a hacer lo que él me pida, pero como lo voy a hacer re bien, me va a quedar fenomenal, y al final a la que retratan es a mí, me van a retratar fantástica. Eso, que está muy bien pensao… y eso que nunca he hecho psicoanálisis, me las apaño sola. Y tampoco he tenido que ir a aprender arte dramático porque todo ya me lo ha enseñado la vida… 

-Aquí, lo mismo siempre ha dicho Tita Merello.

-El día que decidí ser actriz tuve muchísimos problemas por la decisión, pero es lo mejor que he hecho, aunque sea complicado, porque se me da tan bien. Lo puedo decir tranquilamente, porque no se me da bien planchar, aunque a veces creo que me merezco más un Goya por cómo educo a mi perrita que por una película, porque eso tiene mucho mérito. Actuar es lo mejor que se me da, no he sido una madre ejemplar, ni buena esposa, no he elegido bien a los hombres de mi vida, como hija no ha sido más que dar disgustos. Pero actuar, eso sí sé.

Un día vi un anuncio en el periódico que ponía “se busca semi profesionales para el Ateneo de Madrid”, entonces yo sin decirle nada a nadie me presenté, me hicieron una pruebecilla y me cogieron inmediatamente. Allí en quince días estuve en contacto con gente semiprofesional, o sea empecé a ver que algunos se dedicaban y empecé a ver que se me daba genial, que no tenía ningún problema de subirme al escenario, de decirlo natural. Y a los quince días de subirme al escenario, pues hice un corto con un chico, Javier de Campos se llamaba, y tuvo muchísimo éxito: Nerón y su cuidadora; era una cosa cómica. Y al salir de ahí, la casualidad hizo que estuviera un crítico muy conocido de esa época, Alfredo Marquerí y preguntó por mí y en la misma escalera del Ateneo me echó una bronca y me dijo tú de dónde sales, tú deberías ser actriz, a ti te gusta esto? Me encanta le dije. Tú tienes que ser actriz, pero lo dijo como con un tono de regañina. Cogí un taxi para mi casa, que vivía a veinte minutos, y en el taxi dije, pero por qué no, además vi en el contacto con los semiprofesionales que era algo con lo que la gente vivía, que ganaban pelas, porque a mí el negocio siempre me ha parecido positivo. Entonces llegué a casa y se lo dije a mi marido y su primera reacción fue estás loca, es imposible, no te conoce nadie, ya estás vieja para empezar, y tenía veinticinco años. Hoy en día suena fantástico para una familia que un niño diga que quiere ser actor, pero para esa época era casi decir voy a ser puta, porque para mi familia era eso. Entonces estuvimos toda una noche discutiendo, yo llorando, y ya se me metió entre ceja y ceja, estaba completamente convencida de lo que quería hacer. Mi madre lloraba, todo el mundo en contra, pero yo erre con erre que tenía que hacer eso, que tenía que hacer eso. También me hubiese gustado tener más ojo para la selección de los hombres, pero por lo demás… y sí, uno me quitó a mis niños y el otro me quitó el dinero.

Yo nunca he estado en lo que se llama el paro, es decir, nunca he estado parada diciendo qué hago ahora, porque como siempre he servido para un roto como para un descosido. Cuando empecé no era nada exquisita porque he hecho cosas terroríficas, pero pensaba siempre que era mejor trabajar que no trabajar, no solo por mantenerme sino porque siendo actor es mejor trabajar que estar en casa comiéndote el coco, no pudiéndote comprar un vestidito que te gusta.

-Bueno, pero tenés una carrera divina, trabajaste con los mejores directores españoles, franceses…

-Claro, cuando empecé en televisión, tú sabes la cantidad de compañeras que me dijeron ¨Te cargas tu carrera¨ ¿pero qué carrera? Si aquí no se puede planificar una carrera, no sé si por ahí se puede, y tampoco creo. Pero aquí cuenta tanto la suerte. Para que te den un Goya tienes que tener una película que se vea, un papel cojonudo. Muchísimos actores y actrices que yo conozco no han llegado a más porque no han tenido la oportunidad, y las oportunidades tienen que ver con la suerte, por ejemplo, que falle la actriz estupenda, o que justo alguien te vea en una entrevista por la televisión y digan ay, mira esa! Es mucha la casualidad. Por eso, yo siempre he hecho muchas cosas y no he sido exquisita, he hecho cosas bien, cosas mal, cosas estupendas, cosas horribles, pero de todo se aprende.

-Yo aprendo de ti. Oye, me caigo de sueño. 

Inka me lame un pie debajo de la mesa y me doy cuenta que hace rato que estoy en silencio, escuchando, casi inmóvil.

-Anda, niño, ve a dormir, que aquí acaba de comenzar el día.

Cada vez que hablo con este Caballero de la Orden de las Artes y Letras de Francia me muerdo los labios para no decirle que la amo, que es la mejor actriz del mundo, que durante mis años de estudiante de cine, mientras la Magnani con sus ojos me destrozaba en la pantalla grande, ella con los suyos me estrujaba el corazón, lo acariciaba, lo hacía llorar de alegría, lo retorcía, lo besaba, lo explotaba de emociones y me lo devolvía nuevo, feliz de haberle pasado algo. 

En realidad no me voy a  dormir, es que estoy con ganas de otro Spritz.