Volver a los mercados  

 

por Piro Jaramillo

¿Para qué sirve el periodismo si no es para subirse a un colectivo y hacer los casi 650 kilómetros que separan Buenos Aires de Córdoba, con el objetivo de husmear entre los pasillos del Mercado de Arte Contemporáneo a ver qué hay de nuevo en esta provincia ancha y gorda que esquiva desde hace años el progresismo kirchnerista y prefiere, en cambio, votar una versión peronista propia, mientras se da el gustito de votar masivamente a Mauricio Macri, en un gesto de dudosa insolencia?

Acá vamos, invitados por autoridades cordobesas en un Fonobus donde sirven una comida que recuerda al alimento balanceado que picotean pollos comatosos mientras esperan, bajo techo, su muerte. Aunque tal vez no seamos tan distintos y estemos ante los mismos desafíos, porque de la gestión pública, del periodismo…. a la muerte del arte… tal vez haya solamente un paso… sólo que en lugar de un tinglado arriba de nuestras cabezas… hay una instalación…

El insomnio rutero se ve apenas interrumpido por las luces azules de un móvil policial que estaciona junto al micro para arreglárselas con un compañero de viaje que viaja borracho y acaba de fumarse un pucho en el piso de arriba después de bajarse, parsimonioso, siete latas de birra… nos preguntamos si será algún curador joven, por el ritmo, el desenfreno, y esas ganas de subirse al patrullero…

Mientras nos vemos forzados a dejar atrás al compañero en una comisaría mediterránea continuamos mecidos por el suave bambolear del micro en el asfalto que nos trae hasta la capital cordobesa, cuna de la Reforma Universitaria y de ese Woodstock sindical que fue el Cordobazo. Los bustos de Tosco distribuidos en distintas esquinas de la ciudad, los edificios jesuíticos elevándose entre puestos de flores secas y praliné, el pasto moribundo de sus parques… y en el medio, la emblemática Plazas San Martín, el Cabildo, y al costado, unida por un tubo, la enorme carpa blanca y una globa anexa del MAC en la que artistas, galeristas, coleccionistas, paseantes ocasionales se dan cita para poner a prueba la vitalidad, ni más ni menos, que del mercado del arte, apenas días después de la última corrida cambiaria que licuó los salarios y también transformó a la boleta de Cambiemos en un licuado difícil de digerir.

Ante este panorama desolador, sin divisas que fugar y aferrados (algunos) a la boleta de Alberto como última esperanza, ¿por qué no mejor fugarse uno mismo unos días a esta feria de arte para encontrar, en medio de este clima que oscila entre la expectativa y la frustración, una inversión accesible, duradera, y en pesos? Porque los galeristas invitados a esta edición del MAC también se acomodaron a las condiciones de un mercado exiguo y miran atentos a la pizarra de las cotizaciones. Los días previos al inicio de la feria se acordó un tipo de cambio de referencia de 50 pesos por dólar, para darle previsibilidad a la compra-venta y para alentar esa práctica ya en desuso llamada consumo, aunque también para protegerse ante las quejas de los clientes que, como confiesa un galerista a El Flasherito, al momento de pagar y, como pasa en las góndolas con el precio de la leche, se preguntan ¿por qué sube el precio de la obra? 

A diferencia de arteBA, orquestado por una fundación en donde se esconden algunos de los capitales más chic del empresariado argentino, el MAC está acicateado por fondos públicos, a la usanza de ese paradigma de desarrollo de moda hace unos años y ya en franco camino a la desaparición conocido como alianza público-privada, mediante el cual el Estado agacha su pesada espalda para encender, como un gigante bueno, la chispa de la demanda… y a juzgar por lo que se ve en las calles y adentro de la globa, ese concepto tan cercano a la vida de provincias donde uno siente por fin que “vive” en la vida moderna, la alianza sigue funcionando: la gente común, el pueblo cordobés, responde masivamente a la convocatoria, al igual que contingentes venidos de todos los rincones del país convocados por el aura mágica del arte contemporáneo.

Los galeristas más jóvenes, distribuidos en los pasillos del Cabildo, podían mostrar gratis si elegían montar un solo-show, o pagar 4.000 pesos para exhibir una muestra más amplia. En la carpa, el espacio central del MAC, los stands no bajaban de los 20.000 pesos… pero no entraba un alfiler: galerías de Córdoba, Catamarca, La Rioja, Neuquén, Buenos Aires… con mayor presencia de estas últimas, pero todas con ganas de vender. Y vendieron: “El mercado de arte vende más ahora que a comienzos de década”, comentaba una galerista. Valeria Maggi, premiada por la Colección Fortabat como mejor artista joven durante esos mismos días de la Feria (“fue a buscar el premio y volvió”, explicaban en su galería), vendió una serie de cuadros después de que trascendiera la noticia. Ulises Mazzucca, joven aparición santafesina, también fue uno de los más demandados junto con Guzmán Paz, de UV. ¿Les preocupa a los galeristas que un artista esté “sobrevendido”, como pasa con el precio de algunas acciones, y que luego se caiga el precio en el mercado? Para nada, coinciden todos. Como dijo uno de ellos: con el valor de las obras pasa como con el dólar, mientras más lo piden, más sube.

Y después… los coleccionistas, ah… para algunos, los “predadores” buenos del mundo del arte, como ilustró el artista Marcos Acosta durante una charla pública en la que también participó El Flasherito; los felinos cósmicos de la billetera que se “devoran” con gusto las obras de los artistas. Durante esa hora de charla todos volvían una y otra vez a palabras que parecían sacadas directamente de un libro de biología y traspuestas a un discurso sobre el mundo del arte: ecosistema, cadena alimentaria, selección natural. El discurso sobre las virtudes de los actores del campo sólo se veía interrumpido por algún comentario meditabundo de los asistentes o alguna intervención externa, como alguien que gritó desde afuera “soy de derecha, muéranse kukarachas”. No se sabía si era en serio o era una activación de El Pelele, otra de las revelaciones cordobesas.

Pero si hay algo que caracterizó a esta feria fue la consolidación de los coleccionistas como figuras que ya no se conforman con comprar: también quieren activar. Un célebre collector cordobés, anfitrión de una de las fiestas más comentadas del MAC en la que todos comieron y bebieron a cantidades antes de ir (algunos) a una comentadísima fiesta con travestis, incursionó en el género autocelebratorio e instó a seguir su camino y que se multipliquen los coleccionistas. Uno, dos, mil collectors que activen la demanda. No hace falta comprar en dólares, aclaró: uno puede acceder a la punta de la pirámide pagando en cuotas en pesos. Tremenda charla motivacional a escasos metros donde el MTD preparaba un puesto para servir sopa a gente en situación de calle.

Otro colectivo de coleccionistas también salió a la luz al organizar una muestra con parte su colección en el subsuelo de un edificio que construye uno de ellos. La muestra de la Colección CLM, curada por Carla Barbero, constaba de las obras de tres artistas jóvenes: Valeria López, Santiago Villanueva y Lucrecia Lionti *. En medio de una ciudad que se cae a pedazos por falta de mantenimiento, uno agradece estar en los cimientos de algo nuevo: no sólo por el rico olor a cemento fresco que nos conecta con una pujante economía de departamentos en pozo (acaso el único sector que tuvo relativa bonanza al amparo del modelo de desarrollo macrista, tal vez porque en ambos casos se trata de un crecimiento hacia abajo), sino porque el trabajo de estos jóvenes artistas es sacado de los galpones donde se almacena obra, en algunos casos casi como si se stockeara adrede para causar desabastecimiento. ¿Se imaginan un futuro donde un Gobierno populista dispusiera la expropiación de las colecciones privadas? Qué impactante ver a la Guardia Bolivariana apostada en las puertas de las casas de los collectors….

Entre charlas sobre Bonar y Leliqs con uno de los integrantes del colectivo -que nos advirtió sobre el riesgo de comprar bonos argentinos- nos dirigimos a El Gran Vidrio, uno de los pocos lugares de la ciudad que no siguió la tendencia de convertirse en ruinas. Una vieja estación de servicio reconvertida en galería-restaurant fue el escenario de un cocktail auspiciado por arteBA, donde tuvimos que entrar con nombre falso (de un coleccionista, de quién si no) para que nos dieran la pulsera rosa que nos trasladó en alfombra mágica hasta la barra de los tragos. Ahí está el staff de arteBA a pleno, gentil y lujurioso, magnetizando el ambiente con sus sonrisas. Ahí están los jóvenes artistas, temerosos de hablar y pisar el palito. Ahí está el artista rosarino Hernán Camoletto, dando una visita guiada por su muestra, articulando con gracia fragmentos de un discurso amoroso sobre el arte y el lenguaje en medio de gente ya medio borracha. En la trastienda le pedimos merchandising a Catalina Urtubey, directora de la galería; nos lo da con entusiasmo pero la noche y el ruido de las copas la llama: “Me tengo que fumar este cigarrillo ya”, dice, y se va.

 

* Fe de erratas: la versión original del texto consignó por error que lxs tres artistas mencionados habían producido las obras exhibidas por la Colección CLM en el marco de una residencia en el Cabildo de Córdoba. Sólo la obra de Valeria López («Archivo Colección LSQH», 2018) fue producida en ese contexto. La obra de Lionti («Colección privada», 2014) fue producida en distintas instancias (una de ellas en una residencia-taller en 2012) y exhibida por primera vez en la muestra Dictamen de minoría (2015) en el Museo Parlamentario en Buenos Aires, con curaduría de Juan Laxagueborde. La obra de Villanueva («¡O descifras mi secreto o te devoro!») fue expuesta en la galería Isla Flotante, en Buenos Aires, en 2016.

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