Violencias de Estado

por Gonzalo León

En febrero del año pasado Federico Cantini (Rosario, 1991) expuso en galería Pasto lo que era una torre de alta tensión doblada, como si hubiera sido sometida a alguna clase de violencia: una explosión (los grupos armados durante la dictadura en Chile solían poner bombas en el cableado de alta tensión a modo de protesta) o algún accidente automovilístico (aunque algo más improbable resulta chocar contra una torre). La muestra en Pasto se llamó La novia desnudada por sus solteros y ya daba cuenta de la violencia a la que me refiero, claro que no se trataba de una violencia real, sino simbólica, dado que estamos en el plano de la creación artística.

Hace unas semanas Fundación Andreani inauguró la muestra Yo adivino el parpadeo, del mismo Cantini, donde el tema del alumbrado vuelve a estar presente, aunque esta vez de otra forma. Ahora son postes de luz que Cantini reprodujo e introdujo en la fundación en pleno barrio de La Boca. Se trata de un work in progress, pero como es difícil juzgar un work in progress, mejor será juzgar lo que está a la vista, es decir tomar este trabajo incompleto como una obra acabada. Y en este punto habría que decir que existe una continuidad entre su pasada muestra en Pasto y en ésta, ya que aparte del elemento eléctrico lo que está presente en ambas muestras es la violencia; en Yo adivino también los postes están doblados o rotos como si hubieran sido sometidos a algún tipo de accidente (vehicular o de atentado político). Ahora bien, no se trata de accidente como algo fortuito, sino de algo que de otro modo no hubiera estado dentro de una galería. Accidente como alguna clase de perturbación en el camino o ruta.

El tendido eléctrico y los postes, se sabe, son elementos que están en el afuera, en el exterior, es allí donde encuentran su lugar natural, por lo que introducirlos a cualquier lugar provisto de techo, murallas y piso implica hacerlo a la fuerza, y es esto lo que realiza Cantini. No sólo descontextualiza y reproduce elementos del afuera en el adentro, sino que los lleva ejerciendo violencia. ¿Pero de qué clase de violencia habla Cantini? Ni más ni menos, de la violencia de la creación. Parece ser que este artista concibe la creación como un efecto más de violencia que de iluminación/inspiración de alguna musa, o al menos eso se puede interpretar. La violencia que en el afuera hubiera destruido estos elementos convierte en el adentro a estos mismos elementos en obras de arte. Y aquí surge otro paralelismo si se quiere: el afuera como realidad y el adentro como arte.

Y ahora si me permite, una pequeña digresión a propósito de instalaciones y arte contemporáneo.

Arthur C. Danto en su ensayo Andy Warhol, donde aborda el surgimiento de la obra del artista estadounidense, se refiere al concepto de instalación para explicar Cajas Brillo, que fue la segunda muestra de Warhol en 1964, es decir hace 55 años, en la galería Stable. Allí Danto describe: “El espacio estaba lleno de cajas de supermercado, desde el suelo hasta el techo. La sala que daba a la calle 74 estaba dedicada a las ya conocidas esculturas de Cajas Brillo, de colores rojo y azul sobre blanco, y había aproximadamente un centenar […] Entrar en la exposición era como vivir una experiencia surrealista. La instalación era obra de Billy Linich y, por lo que recuerdo, semejaba un revoltijo, no el edificio geométricamente ordenado que correspondía a la visión de Warhol”. Danto observa que el término installation, “que designa un género particular de arte, aparece por primera vez en el Oxford English Dictionary en 1969”. En otras palabras, Warhol y su equipo hicieron una instalación antes de que el término existiera, y eso sirve para señalar dos cosas: la primera es que esto sucede cuando hay un arte que se adelanta a su tiempo y no espera las definiciones, y la otra es el trabajo intuitivo que hizo Warhol.

Quiero creer que este mismo trabajo intuitivo está en la obra de Federico Cantini, en el sentido de que las dos instalaciones de sus muestras responden más a un desarrollo intuitivo que a una reflexión sesuda sobre el arte contemporáneo. Porque cuando se habla de esto se corre el riesgo de entrar en una calle sin salida. Por ejemplo, cuando César Aira abordó el dilema del arte contemporáneo en su libro Sobre el arte contemporáneo lo señaló en esos términos sin salida: “El arte contemporáneo, al quererse contemporáneo, ha anulado el tiempo comprimiéndolo al presente, y debe estar en todas partes al mismo tiempo. Así es como se echa a andar la máquina: se hace necesario reproducir, el artista responde con su propia necesidad de ocultarle algo a la reproducción, la reproducción se perfecciona para que no se le oculte nada”. Y esta reproducción no sólo es fotográfica o en video, sino también retórica, como la de Arthur C. Danto, que Aira también cita. El problema, explica Aira, es que el más importante secreto de una obra de arte contemporáneo es éste: “Es inaccesible desde el plano específico donde sucede la obra. Porque la obra está hecha, y entonces todo lo que se refiere a ella pertenecerá a alguna forma de pasado, a lo cierto y cerrado”.

Dicho de otro modo, el arte contemporáneo está siempre sucediendo, por eso no hay pasado ni futuro, y en ese sentido cualquier obra es incompleta. ¿Pero entonces cómo hablar de una obra de arte contemporáneo, de una instalación o de cualquier obra surgida en los últimos cincuenta años? Creo que se puede intentar decir algo desde la literatura, como propone Aira, o más bien poniéndose en el lugar del artista cuando la obra ocurrió. Y ahí está la violencia de la que hablo en el caso de Cantini, porque no hablo de algo que pude haber reflexionado mucho, las citas hasta acá puestas así lo indicarían, pero la verdadera experiencia en las dos muestras de este artista las sentí más que pensé.

La violencia además puede razonarse en términos de sus motivos y consecuencias más que del hecho violento en sí, por ello creo que su verdadera potencia radica en su manifestación pura, que está en la vereda opuesta a la razón o al raciocinio. Cantini entendió de manera intuitiva que la violencia es terreno del arte, incluso de la creación artística, y lo que ha venido planteando, con mejor o peor ejecución (me refiero dentro de los recursos disponibles en una galería y otra), ha sido esto. De hecho, en una muestra anterior en galería Big Sur, titulada Manso (2016), esta misma violencia se vio de manera explícita cuando introdujo los elementos de una protesta callejera.

Por último no soy quién para determinar los desafíos a los que podría enfrentarse Federico Cantini en el desarrollo de esta propuesta, tampoco me interesa si esta propuesta la mantendrá en el tiempo, me interesa la percepción de esta violencia en una época donde cierta literatura argentina de los últimos años, que es mi terreno, ha venido constatando por igual como tema. Pienso no en Aira (que es un pacifista), pero sí en textos de Ariana Harwicz, Carlos Busqued, Emilio Jurado Naón, sólo por nombrar a algunos, y pienso además en el puente que está tendiendo Cantini, de manera involuntaria quizá, hacia estos autores y a una tradición muy presente en la literatura argentina.

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