Usar capucha dentro de casa
por Miguel Spallone
dibujo por Lino Divas
1.
Ayer por la tarde, un poco antes de que anochezca, un amigo me contó que durante los últimos días había escrito un cuento llamado “Pechito”. El texto, decía, trata sobre un hincha de Quilmes que sufre mala praxis en una operación de corazón por lo que le queda una especie de caparazón puntiagudo en el pecho. Pero lo más importante, lo que él quería contar, creo, era que Pechito, el protagonista, aun con esta deficiencia, podía mantener cierta vitalidad. Esto que voy a decir ahora es absolutamente cierto: Pechito, con su joroba delantera, desafió él solo, a cuatro hinchas de Olimpo y destruyó su auto con una barra de metal. Después cobró, obvio. Era una noche de 2011 en que el club de Bahía Blanca le había hecho perder la categoría al suyo y estos cuatro hinchas estaban festejando aun en la ciudad. Mi amigo me contó que escribió sobre esto y a mí me pareció bien. Él me explicó que este hombre joven, pobre, y sin futuro podía estar muriéndose pero jamás, en su concepción del mundo, iba a dejar que se burlen de “sus colores”. Yo le dije que pechito era como una tortuga ninja pero con el caparazón en el pecho. Y no sé si se lo dije, pero también pensé que nosotros éramos como tortugas ninjas: comiendo pizza, oyendo a nuestros maestros, plantándonos y cobrando frente a las preguntas de la época; tratando de domar ideas como a ratas rabiosas.
2.
Ahora es de noche y estoy sentado frente a mi computadora. Me pregunto a qué se refería mi amigo con la expresión “sus colores”. ¿Qué es “sus colores”? ¿Qué significa esa expresión?, pienso. Veo a Pechito como un personaje fuera de lugar. El héroe del cuento de mi amigo se rebela ante una amenaza que aparece para alterar el orden. Es decir, se rebela para sostener un orden determinado, cierta estabilidad. Al mismo tiempo esta reacción lo transforma. ¿En qué? por lo pronto, en algún tipo de héroe poco prometedor. Uno que se rebela y se revela ante el orden que intentan fundar los hinchas del club contrario y que supone la sumisión de sus pares y la suya: Pechito no se opone al viejo mundo, sino que más bien se rebela y se revela frente a lo que considera un festejo desleal por parte de sus rivales. Hay ganadores y perdedores en esa noche que mi amigo narra, al igual que en el devenir de la historia. Pechito se opone como si dijera “ok, podemos perder la categoría pero no voy a soportar esta humillación, aunque esté a punto de explotarme el corazón”. Y el marco que mi amigo da al relato finalmente lo sitúa en el lugar de una suerte de héroe. Hay una resistencia que ejerce Pechito, una rebelión que emerge de manera inconsciente y monstruosa desde las afueras y toma el centro. Ahora me pregunto: ¿Nosotros estamos a gusto con el nuevo mundo? Quiero decir: con el viejo nuevo mundo. Quiero decir: con el nuevo viejo mundo. Quiero decir: con el nuevo nuevo mundo. “El gran arte contradice su propio tiempo”, afirma Víctor Shklovski. Pero ¿Podemos pensar hoy en algo así como “El gran arte”?
3.
Giorgio Agamben en su ensayo “¿Qué es lo contemporáneo?” nos dice a través de Nietzsche que “Lo contemporáneo es lo intempestivo”. Es decir, aquello que se hace fuera del tiempo adecuado o conveniente, algo que se hace demasiado temprano o demasiado tarde. Y la cita sigue: “todos somos devorados por la fiebre de la historia y deberíamos, al menos, darnos cuenta de ello”. Para estar en el presente, se nos dice, es necesario separarse del presente: o, más bien, para estar en el presente, es necesario desconectarse de él. Nietzsche, y Agamben a través suyo, nos proponen, en este sentido, un ejercicio de desdoblamiento. Después Agamben desarrolla: “Pertenece en verdad a su tiempo, es en verdad contemporáneo, aquel que no coincide a la perfección con este ni se adecua a sus pretensiones, y entonces, en este sentido es inactual; pero, justamente por esto, (…) es más capaz que los otros de percibir y aferrar su tiempo”. Agamben, quien hace algunos meses publicó un artículo en el que señalaba cierta continuidad entre las políticas antiterroristas y el tratamiento sanitario-gubernamental del coronavirus para instaurar un estado de excepción mundial, en lo que claramente fue un intento de llevar adelante estas ideas y desconectarse de su época, nos dice que contemporáneo es, entonces, aquel que toma distancia e incluso se opone a su tiempo sin, a su vez, dejar de estar en él. Y en este ejercicio de desdoblamiento, de habitar una época determinada pero oponerse, se consigue poder mantener la mirada sobre ella, no ser cegado por su luz. Una mirada crítica, claro está. Ser contemporáneo es, en este sentido, estar insatisfecho frente al mundo que se habita y de esa manera poder ver “su íntima oscuridad”. Una oscuridad que se dirige singularmente hacia el contemporáneo, que lo interpela. “Contemporáneo es aquel que recibe en pleno rostro el haz de tiniebla que proviene de su tiempo”, nos dice.
4.
Pienso en mi amigo y pienso en Pechito. Creo que es necesario tomar la tradición de la cultura occidental, es una forma de defender un color propio; pero ya no para intentar destruir a nadie. ¿Quién narra y quién es mi amigo en relación a quien narra? ¿Qué posición ética asumir frente a la oscuridad de nuestro tiempo? Hay una luz que se dirige hacia nosotros y nunca nos alcanza, nos dice Agamben. Pero también una oscuridad que lo atraviesa todo. Es necesario meterse de lleno en esa oscuridad, nos dice. Es necesario, para quién se precie de contemporáneo, tener coraje suficiente para mantener la mirada fija en la oscuridad de la época, para escribir en medio de la oscuridad. Allí se ejerce una discontinuidad y aparece algo nuevo. Por otra parte, sabemos que hay una tradición a nuestras espaldas que puede sostenernos o aplastarnos. Plagada de oscuridad pero con una luz avecinándose que pareciera decirnos “todo va a cambiar en algún momento”. Creo que es necesario tomar esta tradición. Intempestivo sería vestirse ahora como en la antigüedad ¿no? Y sin embargo, hay algo común entre esa vestimenta y la que podemos usar ahora nosotros. Por lo pronto, ambas nos protegerían del frío. Para estar a la moda, nos dice Giorgio, es necesario cierto desfase, cierto elemento demodé. Podemos citar y de esa manera reactualizar cualquier hecho del pasado. “Solo aquel que percibe en lo más moderno y reciente los índices y las signaturas de lo arcaico puede ser su contemporáneo”, afirma Agamben. Allí parece estar el origen del devenir de la historia. Entre lo arcaico y lo moderno hay una cita secreta, se nos dice. La clave de lo moderno está oculta en lo inmemorial y lo prehistórico.
5.
Abro Instagram y veo un video en el que Fito Páez lee un fragmento de sus memorias donde hace referencias a la composición de “Yo vengo a ofrecer mi corazón”. Dice algo más o menos así: “Había compuesto esta canción en un par de horas en el comedor que daba a calle Estomba con el primer DX7 recién traído por Tweety González a la Argentina, un papel y una birome. Fue una de las pocas canciones que compuse donde surgieron letra y música en paralelo (…) siento que fue un dictado, esas palabras no se correspondían con la experiencia, formaban parte de la genética humana. Siempre hay que volver a decir las mismas cosas a través del tiempo y en este caso me tocó a mí. Hay cosas que se escapan del cartesianismo y los análisis (…) la razón es un arma de muchos filos que generalmente termina deteniéndote. La búsqueda de sentidos es una tarea que he abandonado hace muchos años. A mucha honra. Al respecto yo vengo a ofrecer mi corazón”. Creo que hay algo en común entre el corazón destruido de Pechito y el corazón del gran compositor. Ambos dan continuidad a una dignidad atávica propia de la especie. Y creo que volver a escribir una y otra vez la misma canción puede ser un método para elaborar formas nuevas de felicidad. Como un espiral que se expande en cada vuelta.