Uno, dos, mil feminismos

por  Laila Calantzopoulos

El match
Puede que esta vez sea diferente es el título de la exposición que reúne varias obras de la crítica y artista, o bien artista crítica (en el sentido marxista del término), Martha Rosler. Pero además de obras, el espacio congrega una biblioteca donde se condensan más de mil títulos en castellano que orbitan alrededor de las temáticas de género. 

En una de sus entrevistas recientes, Rosler señala que el resultado de esta iniciativa, creada en colaboración con Lucrecia Palacios -curadora de la exhibición- y múltiples artistas e instituciones locales, deviene en una versión de su propia biblioteca. Sin embargo, se advierte un entretejido particular: una serie de libros de artistas mujeres argentinas asoman desde el propio territorio para comenzar a leer aquellas historias que, como garabatos, fueron desplazadas hacia los márgenes del relato por un arte patriarcal. 

Una serie de acciones públicas  persiguieron el objetivo de propiciar espacios de encuentro y debate con especial atención a la coyuntura de los feminismos en el ámbito local. Y elijo la palabra encuentro con la intención de correrla de su acostumbrado uso proselitista y propagandístico, para recuperarla desde el significado más íntimo que me sea posible. La pugna por el sentido es un campo de batalla necesario de ocupar. El encuentro, la revolución, el amarillo incluso, han quedado del otro lado de la trinchera. Pero el vaciamiento de la experiencia no es sólo adjudicable a un saqueo externo. Aceptar la inserción del deseo, en las reglas de vinculación contemporánea, testimonia la propia complicidad. 

Encontrar fisuras en el reglamento fue parte de la experiencia que me brindó la segunda actividad oficial organizada por la Universidad de Tres de Febrero: la mesa de discusión Feminismo y pendientes.

Liturgia feminista
El espacio se impuso suntuoso. El auditorio se encontraba invadido por un intenso aroma académico: una hilera de vasos de agua, emparejados con sus correspondientes sillas acarteladas, se encontraban a la espera de las ponentes. 

Más allá del perfume rígido, aún sin acomodarme empecé a reconocer pares en la multitud, como si hubiera ingresado a un clan a punto de comenzar un ritual. Cada vez que paseaba la mirada encontraba otra mirada cómplice, todas y cada una parte de un presente y pasado propio, cotidiano, diverso y que de manera más o menos evidente confluyen en una búsqueda hermanada.

En este señalamiento anecdótico comienza a desplegarse cierto carácter del acontecimiento: quiero decir, de una ocurrencia que se sustrae de una situación y sólo puede explicarse de manera retrospectiva, en el intento de subjetivarnos en torno a él.  Se trató entonces de accionar el ejercicio del encuentro, de asumir de manera colectiva el tránsito vital que atraviesa un movimiento que emerge con una fuerza arrasadora, pero que sometido a las leyes del tiempo empieza a develar sus matices, sus complejidades, o como evidenció hacia el final del encuentro María Inés La Greca: la propia mierda. No es necesario mirar muy lejos para comprender a qué se refería. 

La cita estaba clara: Feminismos y pendientes fue una carta de invitación para poner en palabras las deudas. María Pía López señaló la necesidad de construir una traducción de las corrientes subterráneas, transformadoras de la percepción sobre los cuerpos, los afectos, los modos de ser y hacer en el mundo, para que tengan su correlato en los marcos institucionales que reglamentan nuestra intimidad. Pensar los pendientes, obliga a mirar la coyuntura actual: el sistema neoliberal es nuestro presente, pero también obliga a entender el devenir histórico de los feminismos. Parece una paradoja que dentro de un movimiento que lucha en favor de construir una nueva justicia social, sea necesario recordar y señalar que la mujer no es un sujeto universal. No existe un modelo único de ser, concebirse y construirse mujer y esta diversidad no se asienta en un relativismo posmoderno. Resulta urgente observar más allá de los propios privilegios y las propias opresiones para asumir que las cuestiones de género, raza y clase, no operan como sometimientos aislados. Por el contrario, tal como señaló Anny Ocoró Loango, desarticular esas múltiples opresiones es una deuda pendiente del feminismo.

En el medio de la intensa discusión respecto de las necesidades de los feminismos actuales, se encontraba Martha Rosler. Aunque quizás el movimiento es inverso. En el medio de la visita de Rosler, los feminismos locales se convocan a compartir el ejercicio de repensarse. Compleja, aunque saludable tarea si se espera que esta vez sea diferente.

Al tomar la palabra, Rosler destacó la falta de miedo que caracterizaba el encuentro. La ausencia de eufemismos, la posibilidad de nombrar sin temor. Por mi parte, me pregunto qué lugar ocupa el temor en esta realidad. En mi recuerdo el miedo es lo que nos reúne en una primera instancia. El horror ante el descarte de mujeres en bolsas de basura. Enfrentar los fantasmas no es causa suficiente para que desaparezcan, pero al menos, nos deja menos solas.

Otra idea recurrente que Rosler retomó: ¿cómo es posible no caer en los errores del pasado? Y más específicamente, ¿cómo encontrar un cauce para una energía que comenzó rabiosa, bajo el grito vital de Ni Una Menos y que pocos años después empieza a devorarse puertas adentro? En la actualidad, agrupaciones con absoluta conciencia segregacionista y biologicista levantan las banderas del feminismo, de la misma manera que en los´90, los creadores de la pizza con champagne levantaban las banderas del peronismo. 

Al momento de abrir el micrófono a los interrogantes de las presentes, sobrevoló en el ambiente el misticismo que trae consigo el ejercicio de buscar respuestas en el oráculo. Por algún instante se habitó la frontera entre la búsqueda de un consejo amistoso y un pedido desolador de certeza a un gurú: milito el feminismo en el periodismo gráfico, un ámbito de alta hostilidad, “…te quería consultar, esa militancia es importante o te parece que mejor me dedico a poner la energía en otro lado, porque es muy difícil…”. En un tono similar, una de las tantas compañeras presentes le entregó una carta en mano, que según relata su autora escribió y publicó en su cuenta de Facebook días antes, desconociendo su visita a nuestro país. De manera análoga a la impronta de la obra de Rosler, el encuentro se sostuvo en ese ambiguo limbo entre lo que se conoce como íntimo y lo que se nombra como público. 

El concepto de lo público no encontró equivalente que lo reemplace: universidad pública, entrevista pública, la conformación de una biblioteca pública. Ante la insistencia del término, resulta inevitable preguntar, ¿cómo se constituye el acceso a lo público? Un suceso del día siguiente respondió en cierta forma a mis preguntas. 

La sorpresa
Arrastrada por el entusiasmo, la tarde del martes fui a visitar la exhibición. Un espacio desbordado por la búsqueda de lo doméstico: una biblioteca llenas de libros y plantas, convocan la mirada curiosa y el deseo de revisar libros ajenos, quizás atravesado por ese imaginario mítico de conocer a alguien a través de su biblioteca. 

Entre sillones, plantas y mujeres encuentro a Martha nuevamente, en una reunión de carácter personal junto a la curadora de la exhibición, artistas y teóricas que estarán a cargo de sostener las acciones en la exposición -los programas públicos- una vez que Rosler concluya su visita. 

Ingreso atravesada por el dilema de mi adiestramiento social. Por un lado, asumo cierta convicción respecto a la noción de lo público: es una biblioteca pública, yo también puedo utilizar ese espacio, aunque mí interior institucionalizado me advierte que quizás no hay lugar para el público en ese encuentro. Aún así avanzo con pasos tímidos y ante una señal que proyectaba mi inquietud me invitan a sentarme en la ronda. Otra vez el compartir, otra vez un encuentro con sensación de familiaridad en un ámbito institucional. Aunque esta vez los diálogos eran más pausados, con intervalos de silencio, de reflexión. Algunas de sus palabras aún dan vueltas en mi cabeza: “…El feminismo logra conquistas y el patriarcado las toma extractivamente, la cuestión se centra en la pugna, la lucha no es siempre hacia adelante…”. La conversación mantenía los ejes de la noche anterior. Un intercambio entre nuestra coyuntura y la que habita Rosler: Macri y Trump, los setenta y el presente, encuentros y diferencias, en el marco de un living que es una exposición, pero también una central de referencia íntima y colectiva que invita a dedicar tiempo de vida en descubrir lo que (no) se oculta en esos estantes.

*»Puede que esta vez sea diferente» de Martha Rosler se puede visitar en MUNTREF Sede Hotel de Inmigrantes hasta el 30 de noviembre, de martes a domingos de 11 a 19, Av. Antártida Argentina (entre Dirección Nacional de Migraciones y Buquebus).

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