Un corazón para toda la vida

por Ana Inés López

Lograr escribir lo inevitable y verdadero es complejo y necesario, y parece que es justo lo que estas dos autoras, estas dos mujeres, logran en sus respectivos poemarios.

Tanto Celeste Diéguez en Lo real como Noe Vera en Selva ociosa -ambos editados y publicados por Caleta Olivia en 2018- ponen en palabras lo que, si se llegara a evitar, implosionaría o se apagaría frustrantemente. Ellas, cada una a su modo, lo enfrentan, lo conquistan y nos lo muestran. Siendo parte del proceso que otres lo reciban y lo pongan en juego en su propio esquema de salvación.

A grandes rasgos ambas poéticas corresponden a líneas hermanas, en ambas prevalece una especie de mamushka de sentido. Las ideas se despliegan en imágenes como un pavo real, un pavo real que muestra y esconde sus plumas con un ritmo y una frecuencia de lenguaje. Un ritmo sensorial que hay que aprender a seguir como una danza experimental.

Quisiera pedirte, mundo

Que no des más vueltas

La compasión es una fiera que hiberna

Rigurosa, sufro escarcha, me cuesta

Salir de la cama, el sol a la mañana

Es un puñal hilando filo

En apenas dos párpados.

/

Digo lo que pienso

Una verdad se quema

¿Solo por expresada?

Cambió todo al ras

Queda un paisaje de por qué

No puedo dejar de usar la lengua

Como mecha que prende.

(Noe Vera en Selva ociosa)

/

Yo agarro entre mis pinzas lo que no se entiende

El reborde de algo que se llama a sí mismo lo real

Y con mi cuerpo caliente atravieso la estepa

Dura como bala de algodón o blanda como un disco de plomo.

(Celeste Diéguez en Lo real)

Además de la potencia de este despliegue lingüístico, en ambos poemario encontramos versos que encapsulan ideas, ese tipo de construcciones poéticas que hacen que tengamos que detener la lectura para procesar, porque algo adentro se transformó o alguna fibra interna fue iluminada.

Los pedazos se aman y crean la vida eterna.

/

La autonomía siempre se paga con aislamiento.

(Celeste Diéguez en Lo real)

/

Cada camino que elegimos nos exige un espíritu distinto.

/

Pasarla bien es el compromiso que más me oprime.

(Noe Vera en Selva ociosa)

La imágen aglomerante de identificación sensible de “el caminante sobre el mar de nubes” (Nota del editor: título de la famosa pintura del pintor romántico alemán Caspar David Friedrich), del humano solitario de sexo masculino que tiene la potestad de plasmar los sentimientos propios y de su época a través del arte, es absolutamente contraria a la lectura experimentada en estos dos poemarios.

En mi imaginación es la chica de “hablando  tu corazón”: hoy no puedes ser feliz con tanta gente hablando hablando a tu alrededor. Esta chica está bailando en una pista en Argentina en el año 1986, con medias negras y minifalda, mira para abajo y el pelo le tapa parcialmente la cara; ella podría ser nuestra mamá o mejor nuestra tía, o una amiga de la mamá de una amiga que se fue de su pueblo para estudiar en la ciudad.

Celeste y Noe son la hija de esa chica que estaba aturdida y no podía expresar toda la complejidad de nuestra existencia austral y femenina con tanta gente hablando a nuestro alrededor, y que ahora sí puede porque en estos años ganó un espacio donde logró hacer oír su voz, como dice Celeste en Lo real, “chocando contra todos esos eventos que en la práctica se llaman vida, que en la teoría se llaman vida y que todos sabemos que no lo son”.

 

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