Subirse al ring

Por Tobías Leiro

Dibujo por Rarideraro

En la inauguración de una muestra en el barrio de Colegiales me cruzo con una amiga con la que hablamos de boxeo. Quedamos en una cita para el próximo viernes, no sé si sucederá pero el plan es ir a ver peleas. Pienso en la obra gigante que realizó Amparo Viau en una esquina del barrio de Paternal donde se podían ver varios boxeadores de colores brillantes contorsionando sus músculos para dar o esquivar golpes, en este momento esa obra no existe más ya que debía borrarse para dar espacio a una nueva.

Durante este año varios temas son los recurrentes en las charlas de la generación que abarca los 10 años entre los 25 y 35 de los bonaerenses de clase media. Crisis habitacional, la necesidad de tener más de un trabajo para mantenerse, el estrés que estos trabajos conllevan, por supuesto, sería ilusorio no entender estos temas como indicadores de la situación desconcertante actual. Panorama que empeora y se vuelve cada minuto más obtuso con las inminentes elecciones presidenciales, donde la derecha, antes sin gracia, en un principio había adoptado toda la simpatía del villano y captado los votos de aquellos que se sienten decepcionados por el sistema al costo de perder derechos básicos pero, a causa de los resultado de las elecciones generales, no ha logrado mantener el semblante y mostró la cara de algo más extraño, de un candidato y partido que, como un perro que le ladra a un auto, no sabría qué hacer si alcanza su objetivo.  Además de estos tópicos que son los esperables de este contexto otro mundo simbólico aparece como predominante en esta generación; la práctica de un deporte de contacto —box, muay thai, kickboxing— se ha vuelto un tema recurrente. Deportes para los que, en términos profesionales, ya somos viejos, aparecen como un espacio en el que encontrar un refugio. Pero, ¿qué es lo que encontramos en ellos?

Las peleas de boxeo están divididas en rounds o “asaltos” de 3 minutos con 1 de descanso entre cada uno. Con ver una pelea alcanza para entender la cantidad de trabajo que conlleva ser “bueno” en este deporte. Los boxeadores despliegan movimientos de ofensiva y defensiva constantemente. Si bien es una comparación que cae en un espacio común, una pelea es lo más cercano a una coreografía que puede verse sin ir a ver danza. Los deportistas entrenan sin descanso para grabar en el cuerpo estrategias que ninguna persona sin entrenamiento podría desplegar. Lanzar un golpe, recibirlo, esquivar, contraatacar, moverse, ser consciente del oponente, de uno mismo, del espacio; en el ring es donde se ve más clara la belleza de las personas que hacen cosas como si no las pensasen pero, y es algo que todos sabemos, requiere mucha habilidad para hacer que lo difícil parezca fácil. Algo similar puede verse en el tennis, dos deportistas se enfrentan de frente utilizando todo el inventario de respuestas que han logrado acumular en sus cuerpos. A diferencia del boxeo, en este último la pelea se da a distancia y por lo tanto requiere un mayor nivel de abstracción como espectador para entenderla como tal. Pero al igual que en el boxeo, en el tennis un golpe se da utilizando todos los músculos de todas las secciones del cuerpo —piernas, torso, brazos— en cuestión de segundos. 

Hay suficiente información en internet para reponer las reglas y las diferentes categorías de peso del boxeo (son aproximadamente 20 y los peleadores pueden cambiar de categoría para obtener diferentes títulos) como para detenernos en eso. A su vez, hay innumerable material cinematográfico que son útiles para resumir la idea general que se tiene de los boxeadores. Rocky es sin ninguna duda la más conocida y la misma construye un narrativa del “camino del héroe”. Esta construcción épica responde a la concepción del boxeador como aquel que “supera los obstáculos” y se tiene siempre en mente a personas de origen humilde que asciende a lo más alto por su fuerza de voluntad y su aplicación correcta de la violencia. Sin embargo y a pesar de todas estas representaciones heróicas, mi película favorita del tema es Hasta el último round la cual trata de dos boxeadores (Antonio Banderas y Woody Harrelson) que se deben enfrentar —debido a un escándalo de doping que involucra a la pelea principal— y recorren el camino a Las Vegas juntos. En lugar de la construcción de dos héroes aquí presentan a dos hombres comunes cuyo momento de gloria ha pasado y la relación que entablan atravesados por lo absurdo que hay en el deporte.

Normalmente, al hablar de algo “absurdo” nos referimos a aquello que no se condice con lo que es “razonable” o “lógico”. Diariamente nos encontramos habitando situaciones absurdas ya que nuestra subjetividad y voluntad no es guiada por las estadísticas que permitirían analizar racionalmente cada evento. Entonces, tanto nosotros como los boxeadores sabemos que nuestras vidas están compuestas por un número casi infinito de “verdades” que se contradicen con la experiencia directa del mundo pero a pesar de las cuales continuamos viviendo y  siendo guiados por nuestros deseos sin importar lo contradictorios con el sentido común que estos parezcan. Por ejemplo, un boxeador “sabe” de los peligros de los golpes y “sabe” que la velocidad de reacción del ojo es menor que la velocidad de movimiento de la mano pero de todos modos se entrena todos los días para poder vencer esos parámetros “racionales”.

En el último año la probabilidad de sufrir un accidente aéreo fue de 1.21 por millón pero eso no evitó que millones de personas volaran de todos modos. La probabilidad de que nuestro avión se estrelle no es falsa pero es cruel. No tenemos modo de justificar la seguridad a la hora de embarcar. Tampoco hay forma de asegurar que no veremos una turbina fallando cuando estemos atravesando el cielo pero de todos modos realizamos los vuelos. Aquellos que no pueden manifestar esta extraña fé en principios que no se pueden explicar racionalmente son diagnosticados con “miedo irracional” a volar. Con esto en mente, también podemos pensar en que si quisiéramos movernos de un punto A a uno B deberíamos atravesar la distancia que los separa, algo que hacemos diariamente. Pero si pensáramos que para recorrer esa distancia primero deberíamos recorrer esa distancia dividida por 2 y luego esa por 4 y luego esa por 16 y luego esa por 32… y así indefinidamente llegaríamos a la conclusión que antes de llegar a B deberíamos atravesar un número infinito de fragmentos. Tarea que sería imposible y fallida antes de comenzar.

Ignorando estas “verdades oficiales” es como vivimos nuestro día a día. En su mayoría más concretas que problemas matemáticos sobre el infinito y, por lo tanto, más presentes. El boxeo se nos presenta como una narrativa donde no hay otra alternativa que superar estas estadísticas crueles que nos rodean. La puesta en función de todos los músculos del cuerpo en pos de un golpe, la predisposición a seguir intentando a pesar de las contradicciones propias se vuelven formas de interpretar la realidad necesarias para continuar en el día a día. No se puede simplemente replicar lo que uno ve y lo fascina.  Sin embargo, a través de prestar atención a las múltiples formas de desafiar las matemáticas, uno puede reconciliarse con lo absurdo de la imposibilidad.