Saltamos la reja

Por Mar Papagni y Florencia Romero

Dibujo por Florencia Romero

Las calles de arena me cansan más que las de asfalto. Bajé a la playa para volver a San Bernardo. Era un día de niebla y sol. La niebla había borrado el mar por completo. No aguanté mucho tiempo caminando por la playa, no se veía más que un metro o dos hacia delante, sentí el ruido de un motor y no podía adivinar de qué lado venía, me pareció peligroso. En un momento esa nube en la que estaba caminando se movió apenas, un desplazamiento sutil que cambió por completo el paisaje. Al moverse dejó pasar un rayo de sol que alumbró un tamarisco verde y gris torcido por la sudestada del día anterior. Esa escena duró unos segundos, hasta que en su propio curso todo volvió a cubrirse de niebla. Ver las fotos de Ceci Rotondi me hace pensar en ese día. Como una sorpresa en absoluto silencio, como el que es bueno guardando secretos no por lealtad ni obediencia sino por olvidárselos.

Insistimos en la práctica antes que en la foto. Nos pasamos trucos para aliviar el insomnio, compartimos historias, encontramos paralelismos: con Mati Maroevic, doce años antes de conocernos, tuvimos un mal viaje y nos desmayamos en la misma fiesta. A la edad en que tuve mi primera crisis, él estaba subido a un techo intentando robarse un duende casi de su estatura en el boliche de mis primeras salidas, el único que abría en invierno. Tenemos también en común una historia de alucinación con hormigas, en su caso, estaban de verdad en una pared de su cuarto y no le creyeron por loco, y a mí me pasó trabajando de cajera. Me vi una mano cubierta por hormigas negras y mientras terminaba de atender, me sacudía y las pisoteaba. Cuando el cliente se fue y pedí ayuda para sacarlas de mi caja, todo estaba limpio. Al contrario de lo que podrían decir nuestros diagnósticos, hay nitidez en las imágenes que nos contamos. Como si las cosas tuviesen sus debidos lugares y la fantasía fuese un catalizador para interrumpirlos. 

Encuentro una nota en un cuaderno: la certeza diagnostica. Lo afectado puede ser la aguja de una brújula. Una idea que se da vuelta como una media.

Era igualmente gracioso y vergonzoso ver las fotos con sobriedad semanas después. Un brindis con los tubitos donde vienen los rollos, una noche que bailamos un disco de Spiritualized completo, una velita de cumpleaños en un cucurucho, un gato mordiendo una mano. Entre toda esa madeja de fotos apareció una que sacó Azul Varán donde Mati me estaba abrazando y yo me reía en su hombro. Cuando era adolescente me gustaba una foto de Nan Goldin. Era un retrato de un abrazo, de una chica con vestido azul y pelo negro, que era agarrada con firmeza por un brazo musculoso. La usaba de fondo de pantalla y de foto de messenger. La veía todos los días. La foto me fascinaba y al mismo tiempo sentía que esa chica podía ser yo. 

Lo que importa es la foto que sale y no la que querés que salga. ¿Cuánto hay de adivinación en la fotografía? Una vez estaba en un lugar donde me sentía incómoda y saqué una foto. Era un retrato de dos chicxs que en ese entonces no conocía muy bien. De todas las fotos que saqué ese día esa fue la que más me gustó. Unos meses después nos hicimos buenxs amigxs. No descifro cómo pero cuando saqué esa foto tuve una suerte de conocimiento inmediato sobre aquel vínculo que se estaba gestando y que no pude percatarme con consciencia. Pero mi cámara sí. Me gusta creer que sacar fotos es una forma de profundizar en cierta intuición, de percibir lo que no vemos pero sentimos. No me di cuenta del poder que había tenido esa imagen hasta que la volví a ver.

Una foto es una expresión del futuro. Como las piedras, se cargan con las manos de la gente que las toca. 

No es fotografía por nostalgia ni por confirmación de lo que pasa, se hace porque es necesario. Necesario para nosotrxs. Práctica, no terapia. Sin la noción de que haya algo que arreglar, terapeuta que proporcione la cura, ni seriedad. 

Cuando aprendí a copiar fotos en el laboratorio de Belén Messina, en el baño, nos cruzábamos con lo que otra persona había revelado más temprano ese día. Imágenes escurriendo agua sobre los azulejos.

En la pared que estaba en frente de la cama de una amiga había una foto pegada. Era del público en un recital de Virus.Tres chicos con tres personalidades distintas hipnotizados por las canciones de Federico Moura. Jugábamos a pensar quién de esos tres chicos podíamos ser nosotras o nuestras amigas. El que tiene la boca abierta puede ser Luche, el que está en el medio y llama más la atención podés ser vos, el que está del otro lado y se esconde atrás de su mano siento que soy yo. Cuando terminó el juego charlamos un rato sobre esa foto. ¿De qué otra manera se podía dar cuenta de lo que era un recital de Virus? Pienso que no hay como una fotografía para hablar de eso.

Si la cámara trabaja con lo real, con lo que está dado, ¿con qué trabajan nuestros ojos?  

Una noche caminaba con Mati y su marido Luis, Mati estaba empecinado con que quería entrar a un parque. Luis decía que ya iba a cerrar, que podía pasar que lo crucemos y no podamos salir. Mati quería entrar igual, “si cierra saltamos la reja”. Fuimos medio a regañadientes. Hacía calor y yo estaba cansada de caminar. A la salida nos encontramos una caja llena de juguetes viejos al lado de un volquete. Empezaron a elegir los que más les gustaban. Después de decidir, acomodaron todos los juguetes para que queden a la vista. Agarré la cámara, les saqué una foto. Yo no sé qué entiendo de esto, pero pienso en Mati y pienso en la insistencia.

Intuyo estas prácticas como nodos de insistencia contagiosa, nodos esporádicos, nodos palabra y nodos sin nombre, nodos amigxs en ese momento y lugar, nodos pérdida, siendo a través de sus trayectos opacos hasta aparecer en la superficie como anillos en el agua. Y que, por fin, los anillos se disuelvan.

mega888