Residencia de bibliotecas

por Lucía De Francesco

dibujo por Leo Estol

Siempre que me invitan a una casa por primera vez (ya sea una cena, un cumpleaños, una fiesta, una cita) no puedo evitar localizar enseguida la biblioteca y sentir una especie de atracción magnética hacia ella. Cuando observo una biblioteca ajena me gusta adivinar los criterios de organización de los libros sobre los estantes, detectar los temas o autores predilectos del dueño o dueña de ese botín.

A veces me cuesta seguir el hilo de las conversaciones porque mis ojos se van como siguiendo una mariposa imaginaria que se posa sobre los lomos de los libros y me pierdo en la observación de los colores, los títulos, las ediciones que conforman esa colección particular. He llegado a poner excusas como: “ya vengo, voy al baño” o “permiso, paso al cuarto a buscar algo que dejé en la cartera” para en verdad pasar por el pasillo y robar unos minutos de la visita para husmear con disimulo.

Cada vez que me voy de alguna casa con una biblioteca que capturó mi atención pienso ¡qué bueno sería disponer de todo el tiempo del mundo para hojear esos catálogos y leer esos libros tan misteriosos que no me pertenecen! Es así que se me ocurrió una idea genial: Consiste en una residencia, como las que se hacen para artistas, investigadores o escritores pero que en vez de realizarse en lugares recónditos del planeta sea en casas con bibliotecas preciadas. Esto es, una especie de “swap” de vivienda entre el dueño de la biblioteca y el lector deseante de la misma o bien un hospedaje estilo airbnb conviviendo con los habitantes de la casa en cuestión.

Por donde yo vivo hay un edificio de esquina de estilo antiguo con unas ventanas altísimas en la planta baja que da a la calle que casi siempre están abiertas. Siempre que camino por ahí aprovecho para pispear un poco el interior. Parece bellísimo. Se divisan unos cuadros de algunos artistas que puedo reconocer y, lo más importante, se divisa una biblioteca de piso a techo que ocupa las paredes de dos o tres habitaciones contiguas. Inmediatamente me imagino encerrada en esa casa, digamos por un mes o dos, no haciendo otra cosa más que leyendo sin parar. 

Supongo que las cartas para aplicar a la residencia deberían justificar por qué se quiere residir en la casa con tal biblioteca y no en otra. Por ejemplo: “considero que poder leer la biblioteca de Cecilia Pavón, especialmente la sección de Poesía argentina de los 2000 me ayudaría a desarrollar mi sensibilidad y ejercitar mis recuerdos acerca de la juventud de aquellos años bellos y felices” o bien una salida más académica “me resultaría muy fructífero para mi investigación sobre el humor y el ridículo en los videos de Tiktok analizar la biblioteca de Emilio Burucúa específicamente sus ensayos sobre la risa en las imágenes”.

Al concluir la residencia el o la lectora deberá elaborar algo a modo de reflexión: quizás un texto, una obra de arte, un video o una canción que le hayan motivado las lecturas ahí sucedidas. Se me ocurre desde hacerse booktuber para comentar los libros de terror en la biblioteca de Mariana Enríquez o bien ilustraciones de las tapas de los libros favoritos en la biblioteca de Osvaldo Baigorria, o también un collage partir de los poemas leídos en la casa de Mariano Blatt hasta incluso una historieta a partir de la lectura de la primera edición de La luz argentina de Cesar Aira, esa que en la contratapa lo muestra jovencísimo.

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