Reserva de ternura

Dibujo y texto por Leo Estol

Con el invierno los amigos han vuelto a casa, escribe Juana Bignozzi y yo viajo en un micro rumbo a Rosario con mi bolsa de dormir, un poco de ropa y un pilón de flasheritos. Han pasado 3 años desde mi última visita así que estoy contento de volver a caminar estas calles, los días previos a la partida me anticipo y mando mensajes asegurándome que algunas personas que aprecio se reserven al menos un rato para hacer un plan.

Viajo porque voy a escribir algo, no sé qué pero la antesala del viaje es esa dimensión afectiva que se despliega: le pregunto a Manuel si puedo parar en su casa y me dice que sí, con seguridad, que aproveche su departamento ahora porque el año que viene lo pondrá en alquiler. Descubro su biblioteca, cenamos y acampo junto a la mesa, despliego el aislante y me meto dentro de la bolsa. Al rato, aparece mi amigo con una almohada, me dice: me parece que necesitás esto. Cuando me levanto al día siguiente y él ya se fue, caliento agua, la pongo en el termo y parto rumbo al MACRO.

Al recorrer el museo aplico la lógica gravitacional, es decir, subo por ascensor hasta arriba dejando el trabajo pesado al motor que tira de la polea y una vez arriba empiezo el descenso. Por delante tengo 6 pisos, cada sala es un calco arquitectónico de la anterior entonces al descender hay efecto tabula rasa pero también muñeca rusa; las muestras se relacionan, se amplían y contienen de alguna forma. En los pasillos, a través de las ventanas aparece el río, también intervenciones, por ejemplo descubro un sticker ¿oficial o subrepticio? que muestra a una chica joven, linda, que parece inteligente. Sobreimpreso en su rostro se lee: Por qué decir amiga, amigo o amigue SI PUEDES DECIR AMIGUI. Escurridizo como una mojarrita me sumerjo en el museo: reconozco banderas de países desconocidos, una colección de flyers de los tempranos 2000, souvenirs y dibujos conectados por hilos de colores. Se escucha la cálida voz de Pauline, una artista franco-argentina, que por un instante me hipnotiza. Tomo notas en mi cuaderno: hay cuadros de pintorxs importantes, hay fotos de artistas en poses cancheras, hay fotos de vírgenes y fotos de mujeres abiertas de piernas. También hay enanos de jardín.

Me reciben Georgina Ricci y Leandro Comba, lxs curadores, Ricci me dice con convicción: “Buscamos dar vuelta lo que a veces se reprocha como falta de profesionalismo, para señalar cuales son las condiciones en las que puede surgir esto. Pensamos en lo que dice Roberto Jacoby en la ramona 69 acerca de las redes de afecto y nos dimos cuenta que esa idea es constitutiva de la escena rosarina. Después, en el diseño del primer piso nos permitimos el lujo de colgar Con los amigos, la pintura en la que Augusto Schiavoni retrata a sus amigos vestidos de forma elegante tomando un vino en el taller, al lado de la remera Yo tengo sida de R. Jacoby y Kiwi Sainz”.

La junta se ve poderosa: por un lado los pintores, señores serios en cuyo retrato pese a la formalidad de la época se percibe la alegría de la reunión. A mi también me genera felicidad encontrarme con el cuadro, la primera vez que lo ví fue en la tapa de un libro y me quedó grabado. La remera que está colgada cerca de ellos es un ícono de otra naturaleza, pop, un ícono anti estigma, es conocida porque la usó Andrés Calamaro y su foto trascendió el ámbito del arte. Sé que hay muchas más remeras como ésta porque vi colegas que se han retratado caminando con ella. Si me preguntan, me intimidaría lucirla, no para la foto sino en forma casual, salir a la calle y caminar, tal vez yo mismo sea juzgado por gente que no vea en la remera una obra. Que no vea ni siquiera en mí una persona, que solo vea una enfermedad peligrosa. Quizás la remera sea una excusa para dejar de ser un señor más en la vereda, un guiño para romper el hielo.

¿Qué era lo que Jacoby decía en ramona? Decía que cuando vienen los extranjeros a Argentina perciben un entramado productivo y social donde el arte no es principalmente una profesión. “Hay un amiguismo que es muy vital –afirma el letrista de Virus– una red que genera una suerte de ecología que propicia las gestiones desinteresadas y la buena onda”. Algo de eso me cuenta mi querida Gabi Gabelich cuanto le pregunto por los inicios del grupo Rozarte del cual ella formó parte; el grupo es responsable de haber desperdigado duendes de jardín aquí y allá. “Rozarte empezó como una asamblea de artistas en los años 90 que buscaba llenar las faltas. Con una mirada crítica pero siempre propositiva. Un grupo que surge en un contexto de aprendizaje porque muchos éramos estudiantes en la Facultad de Artes y Humanidades, donde nuestrxs profesores estaban aún con miedo por lo que habían vivido en la dictadura”. En su manifiesto se lee: “el roce entendido como la expresión más sutil (…) que sin embargo encuentra resistencia en este medio tan áspero”. Por áspero hay que entender, la contracara de lo que señalaba Jacoby, las dificultades que conlleva lograr una vida sustentable en un medio inestable y con pocos estímulos económicos. «Por nuestra parte, confiamos, compartida, la cosa pinta mejor. Rozarte no tendría sentido sin la comunidad que lo alimenta y a la que alimenta».

Esto también se puede constatar desde otra arista del museo, desde otra sala donde se exponen los vericuetos del caso Mónica Castagnotto y permítanme este sesgo judicial para dar cuenta de una dinámica repetida en nuestro tiempo: unx artista hace algo provocador y un sector de la sociedad se rasga las vestiduras, hace cadenas de oración rogándole a Dios que baje la obra, mandan cartas a los periódicos, dice que eso NO ES ARTE, NO Y NO Y NO. En 1999 Mónica expuso una serie de fotos. Un inolvidable damero compuesto por vulvas y vírgenes que –en efecto– generaron escándalo. En la obra hay una misteriosa tensión visual entre ambas partes: las vírgenes y las partes íntimas femeninas tienen un parecido formal que la artista enfatiza al realizar la selección. Eso es divertido. Lo interesante es cómo el museo da cuenta de la polémica y la acción conjunta de la comunidad del arte que se manifiesta con cartas de apoyo, juntando firmas, defendiendo la integridad de la artista que recibe llamadas, amenazas y pintadas intimidatorias. En el 2022 se expone una jugada de pizarrón: documentos que dan cuenta del valor disruptivo y democrático de una acción que hace que el campo artístico se unifique en pos de proteger su autonomía.

Mientras sigo andando por el museo me pregunto: ¿acaso promovió la pandemia una mirada hacia adentro? Leandro Comba dice que no y asegura que la piedra basal, lo que movió el avispero, fue la donación que realiza la Asociación Amigos del Arte de Rosario cuando decide aggiornarse y vender su inmueble. Se trata de 160 obras, el patrimonio que acumuló durante décadas, que pasan al acervo público. La asociación surgió luego de que el Museo Castagnino perdiera su director en una interna política a mediados del siglo XX y con la dimisión un grupo de personas de buen pasar buscarán un nuevo nicho cultural donde continuar activas. Los curadores cuentan que hay muchos artistas que ahora estarán representados y remarcan, del total de obras un 40% pertenecen a artistas mujeres. Veo algunas de estas obras en el segundo piso, entre ellas, el óleo de una estación de tren que intento ubicar en mi mapa rosarino. De algunas se desconoce la autoría, deberán ser identificadas, se tomarán fotos de frente y reverso, se removerán de sus marcos. La cuestión de dónde se guarda el acervo no es moco de pavo, una noticia que pasó casi desapercibida es la suspensión de la ampliación del Castagnino. Empero la muestra no se pregunta por laberintos de la política sino por la energía y vitalidad que se dan en el arte, es aquello lo que Leandro señala: “asociación de amigos… de alguna manera quedó reverberando en el ambiente una idea de amistad”.

En la siguiente sala hay un núcleo notable de paisajes de Maria Laura Schiavoni, velados, como si la luz los iluminara desde atrás, como si te bajara la presión y de pronto el mundo se volviera un lugar luminosísimo. No es un efecto de la iluminación, es la particularidad con la cual están pintadas. La muestra la organiza Silvia Lenardón quien nada contra la corriente y pide prestadas obras a amigos y conocidos para concretar este “fragmento de Maria Laura de los años 40” y también hace una perfo con la ayuda de una amiga que le imprime música a la sala. Un teatro de papel donde Silvia improvisa moviendo reproducciones de obras de Maria Laura y de su hermano Augusto. Como Augusto y sus amigos tienen un lugar grande en la historia, me cuenta por whatsap “mucho Augusto no dejo ver” en su lugar Maria Laura va creciendo en ese cariño que le guarda Silvia, sabe que vivimos un tiempo donde como artistas aprendemos a habitar los sinsabores de lxs que nos precedieron, dándole más lugar a aquellas voces que por alguna razón no lo tuvieron.

“La amistad –escribió el filósofo griego Epicuro– recorre el mundo entero anunciándonos que nos despertemos para la felicidad” y me asomo con ganas de abrazar y chapar a Memoria trolx, el piso de Vir Negri. Hay una mesa con una impresora y una compu, una estantería con cosas a medio ordenar, toda la pared llena de fotos y flyers y cintas bien finitas, que a través de sus colores unen los recuerdos; una foto de un beso, un tatuaje, un dibujo que contiene el nombre de un local que la artista gestionó. No hay una obra que uno diga: ¡ésta es la obra! Se entra por otro lado, en una entrevista reciente realizada por Julia Enriquez, Vir explica porqué hace arte: “No lo hago por el dinero, no lo hago por la fama, no lo hago por el reconocimiento académico. Lo hago para estar cerca de mis amigxs. Hago arte porque me encuentro con gente que admiro, amo.” Y desde la pared el graffiti mayúsculo lo subraya, SOY CON USTEDES. El riesgo sería asumir que los lazos son algo dado, estable, que se mantendrán uniformes quizás por eso la artista le resta idealismo: “las amistades caducan también, cumplen sus etapas, y unx se separa. (…) Inventás excusas para tramar cosas con el otro, porque está buena esa energía que funciona en ese momento. Cuando deja de funcionar, te vas a hacer otra cosa con otro, ¿no? Eso es lo que tiene este trabajo, que no está anclado en un grupo particular, en un momento particular, sino en esas grupalidades más inconscientes que se van armando.”

Letras mayúsculas y colores intensos componen un mensaje que bordó Ángeles Ascúa, hoy lo disfrutamos como una pieza de alguna manera central que nos recuerda: “tuviste la suerte de vivir en Rosario de joven, Rosario te acompañará vayas a donde vayas por el resto de tu vida porque Rosario es una fiesta que no termina nunca” y en esas palabras uno puede reconocer los años de estudio y expansión de una artista joven que descubre su hacer y en él una forma de vida, hacer con lxs demás, aprender del roce, aprender a leer el deseo en las personas, esa energía que anima y nos lleva más allá. También parece cifrada una carta a Flor Caterina, su compañera de aventuras, su hermana favorita. Rosario te acompañará a donde vayas Flor, es imposible no recordarte con tu iniciativa, tu vocación de reunir y debatir… (esto lo digo yo), en el museo la encontramos imaginando banderas de países que no existen al estilo de una enciclopedia borgeana: asoman cruces, círculos, diagonales, los colores se combinan y soslayan, las telas traslucen y respiran cada vez que alguien abre la puerta para ver.

Volvamos al inicio, al poema de Juana: “¿Qué vas a hacer juana / con la juventud que aún te queda / con las historias inverosímiles / los amigos en solfa / los amigos en serio / y toda esta ternura / qué quién sabe adónde irá a parar?” En ningún lugar lo dice pero se hace evidente que el museo lleva esa misión escondida, así como algunos ponderan al acuífero que atraviesa por la ventana como una gigantesca reserva de agua dulce; quizás el museo ocupe una función equiparable en tanto edificio y tesoro donde anidan otras formas; en las cuales se expresa el cariño o la tristeza, la excitación y otras veces, la nostalgia. Una reserva de ternura, porque como dice Georgina “el museo instala formas diferentes al productivismo, dándole visibilidad al afecto y los interrogantes que generan las obras, esas preguntas abiertas, pueden ser envión para personas que necesitan ese eco para animarse a seguir, para hacer una pausa o para darle otra forma a su vida”