Randa montonera o escándalo medieval
Por Sebastián Rosso
Dibujo por Leopoldo Estol
Atrasamos o Tucumán está en manos de cruzados. Cruzados de una fe sectaria. Una que estigmatiza, acusa y vilipendia a cualquiera que se ponga en su línea de fuego. Deberíamos cuidarnos de esto porque nos está embruteciendo y podría no tener vuelta.
El arte tucumano quedó interdicto por una agresiva horda de señores del miedo. Desde los primeros movimientos modernos (siglos XVIII y XIX), el ámbito artístico se trató como un espacio de libre pensamiento y de crítica al statu quo. Antes de eso, era el Rey o la Iglesia (o una casta totalitaria) quien determinaba los contenidos del arte. Eran ellos los censores y los castigadores ¿Habremos vuelto atrás? ¿Queremos tener un temible señor golpeador que controle nuestras ideas?
La obra
El ataque se concentró en tres personas, mujeres: la artista Carlota Beltrame, la curadora Alejandra Mizrahi y la directora del Museo Cecilia Guerra Orozco. Beltrame y Mizrahi, son dos artistas de gran nivel que nos representan nacional e internacionalmente. Cada una viene trabajando, desde hace mucho tiempo, sobre nuestra cultura provincial, y algo que las asocia es el interés por esa tradicional artesanía local que es la randa. La directora, es una joven licenciada e investigadora en Historia. Una que accedió al cargo por concurso, no a dedo. Incluso, lo hizo bajo el auspicio de un gobierno nacional que no es el de ahora, sino el anterior, en manos de partidos que hoy se rasgan las vestiduras y acusan a diestra y siniestra. Las tres fueron sentadas en el banquillo del escarnio. Pero, ¿cómo explicar estas cosas sino por la obnubilación que les produce a los candidatos llevar unos cuantos votos más a su cuartel. Vamos a la obra.
Como ya se dijo, la obra del escándalo es una randa de gran tamaño. Una que reproduce una fotografía que pertenece al acervo del archivo del diario LA GACETA. Esta y varias más fueron publicadas en las ediciones del 15, 16 y 17 de febrero de 1971. Treinta años después, en 2001, fue publicada de nuevo en el libro “Tucumán, la Historia de Todos”. No es desconocida la imagen, como tampoco son desconocidos los hechos. Otra cosa es querer censurarlos y olvidarlos. Como se publicó ayer, la toma no fue sólo un acto de vandalismo sino un acto político cargado de violencia. Una amenazante toma del espacio histórico que terminó en terror y destrozos. Hojear los diarios de esos días es una experiencia ejemplificadora de vivir espantados. La realidad era un infierno y nada quedaba libre de antagonismos criminales. Del miedo, la muerte y la destrucción. De eso se trata la historia detrás de la foto.
Haciendo gala de un programa de renovación y actualización, y con la intención de interesar a nuevos visitantes, el Museo Casa de la Independencia, abrió algunas de sus salas para exponer interpretaciones contemporáneas de sus contenidos y de su significación: La Independencia del país. Y ésta no ocurrió sin disensos. Sabemos, o deberíamos, que al Congreso que juró la Independencia no concurrieron varias provincias que hoy forman parte de la Argentina; en cambio, sí lo hicieron varias otras que forman parte de países vecinos ¿Es blasfemo recordar esto? ¿Debería estar prohibido mostrar la árida construcción de la Nación?; ¿Decirlo es un “homenaje” a la disolución y la anarquía?
Arte y parte
A fines de los 80, el artista alemán Gerhard Richter, hizo una serie de pinturas que llamó “18. Oktober 1977”. Eran versiones pintadas de fotos que mostraban cosas que los alemanes no querían recordar: los integrantes y los cuerpos muertos del grupo terrorista Baader-Meinhof. Veinte años antes, había hecho algo similar con su pintura “Uncle Rudi”, donde se veía a un señor enfundado y sonriente en su impecable uniforme de las SS. Una imagen que conjugaba familia y pasado nazi en un elegante y sonriente señor. No un nazismo en abstracto, ni puesto en los nombres de Goebbels o Himmler, sino en el tío (o padre) de casi cualquier familia alemana, que adscribió a un movimiento que se transformó en el horror del siglo XX. Ese pequeño y urticante hecho de mostrar lo que “mejor sería guardarlo bajo la alfombra”, fue un acto arriesgado. Como fue uno de madurez soportarlo.
Esta randa que nos toca, es una perturbadora imagen de lo que hicimos y lo que podemos llegar a hacer. Sin embargo, azuzados por el miedo, salieron a la calle quienes quieren guardar la foto bajo siete llaves, quieren quemarla, hacerla desaparecer. Les parece que cualquier recuerdo es una reivindicación. Entonces mostrar es homenajear. El problema de ese terror es que nos pone frente a interpretaciones y preguntas que son directamente aberrantes: ¿Goya pintó los fusilamientos del 3 de Mayo como un homenaje al terror francés?; ¿Representar la crucifixión es una apología de la tortura?
Indignación
Nuestro espacio histórico más importante, nuestro monumento más significativo, está ahí para ser un motivador de reflexiones sobre nuestra sociedad, no para ser un cementerio de ideas.
Si no estamos dispuestos a aceptar esa función social del arte, si sólo queremos que un comité de censura y uniformidad nos gobierne, estamos en línea con un Estado Talibán. Un Estado que ordena cómo interpretar todo. Estamos en un problema.
La de Beltrame, Mizrahi y Guerra es una sugestiva muestra sobre el pasado tucumano y nacional. O sea, nos sugiere un pasado que no es sólo ejemplificador, ese pasado, como el inconsciente nos interpela, incluso nos acosa. De ahí lo urticante de la imagen. ¿Qué hacemos con ese pasado?; ¿lo devolvemos debajo de la alfombra? O simplemente nos entregamos a un tiempo en el que no caben las metáforas ni las sugerencias, sólo las afirmaciones literales que deben pasar por un comité de censura. Mal tiempo para el arte y para la cultura si es así. Mal tiempo para la democracia y mal tiempo para el pensamiento crítico. Agua para el molino de la intolerancia y de una sociedad embrutecida y atrasada. Agua para el molino del cinismo de una clase política, a menos de una semana de su glotonería de votos, que se convirtieron en los principales factores de la decadencia cultural.
Pobre Medioevo, al que siempre traemos a colación cuando la intolerancia y la censura campean. Pobre, porque en este medioevo de Tucumán no tenemos ni sus abadías ni sus monjes copistas, ni su literatura ni su filosofía ni su ciencia, no tenemos nada de eso. Lo que sí tenemos es un grupo de cruzados fanáticos que en defensa de su feudo personal y de mantener seguidores enceguecidos están dispuestos a quemarlo todo.
*Texto publicado en el blog de la Agrupación La Lola Mora