Funcionar en el barro
Dibujo de Matías Romano Alemán
I.
En este momento hay alguien, en algún lugar de este país, que se está preguntando qué es el arte argentino. Podés ser vos. O aquel. O aquella. O nosotros. Lo seguro es que hay alguien que se está preguntando qué es el arte argentino. Pasan los años y en algún momento aparece la pregunta. Hasta ahora, parecería ser que no hubo una respuesta muy esclarecedora sobre el asunto y no hay forma de definir, trazar algunas pistas, sobre qué es y qué no es lo argentino.
A finales del siglo XIX, cuando Schiaffino y sus amigos fundaron el Museo Nacional de Bellas Artes trataron de crear un punto de partida desde el cual construir la identidad nacional a través de las artes visuales. Hasta ese momento el arte argentino estaba en un limbo, en un lugar inexistente, preso en otra dimensión a la que sólo podían acceder unos pocos. Para Schiaffino ese limbo era, como explica Claudio Iglesias en Cosas de gringos, una “indeterminación previa a la organización del Estado” y “un tiempo de violencia y anarquía”.
Pero la polarización ya existía en ese momento y nadie se pudo poner de acuerdo sobre qué era y qué no era lo argentino. Entonces, muy elegantemente -y para salir del apuro-, Schiaffino dijo que lo que iba a determinar si una obra era o no “argentina” iba a ser su “fisonomía moral”. En su libro La evolución del gusto en Buenos Aires no aclara exactamente cómo es esa “fisonomía moral”, entonces, es difícil de establecer cuáles serían las características para definir qué es y qué no es arte argentino..
Por suerte, años después, vino Leopoldo Lugones y los calmó a todos. Dijo muchachos, muchachas, basta de esta pavada: lo argentino va a ser el gaucho, el mate, el campo, el Martín Fierro y todas esas comidas que van a preparar para los días patrios.
De las dos teorías ya sabemos a cual le fue mejor. Pero, ¿es el campo y toda la estética pampeana “lo argentino”? ¿Por qué el campo sí y la Patagonia no? ¿O el norte o el litoral?
Tal vez la imprecisión de Schiffiano sea más exacta para definir al arte argentino, para poder decir que hay un conjunto de obras que tienen una “fisonomía moral” determinada que las convierte en argentinas. Sin embargo, seguimos con el problema de que después de cientos de años todavía no sabemos muy bien cómo es esa fisionomía. Especulemos con que hay algo que pueda unir a toda la producción artística local, una característica que nos deje tranquilos, que cuando nos acostamos y nos preguntemos en la cama qué es el arte argentino podamos decir ohh esto es el arte argentino.
II.
Hay una entrevista a Fito Páez de 1989 que me tiene obsesionado. Fue en Quemándose vivo, un programa de entrevistas que hacía Sergio De Loof en su bar Bolivia. En esa nota Fito dice que Argentina es “un lugar signado por una gran melancolía que cubre todo”. Para él, adentro de esa melancolía está el tango, “que es un karma y a la vez es el touch de este lugar”. El lado B de esto, según Páez, es que generó una especie de “hiper-inconsciencia que funciona en el tiempo y con la gente y con las generaciones”: al final del día todo termina teñido por esa idiosincrasia arrabalera.
En ese momento él contó que se iba del país porque no tenía un mango y porque, para él, en la Buenos Aires de ese entonces, había un fantasma que hacía que la gente dijera “estamos acá y estamos mal, hay que irse o hay que quedarse para hacer funcionar algo”. Ese fantasma sigue en las calles de este lugar, en la mente de las personas, incluso en la mía y la de mis amigos. Pero a pesar de que él se iba del país tenía una hipótesis que era que “los problemas no se resuelven nunca en ningún lado” y que la llave para sobrevivir es “aprender a funcionar en el barro”. Funcionar igual, acá, en este lugar caótico que cada día existe un poco menos. Encontrar puntos de fuga para seguir: charlar con amigos, pintar, leer, tocar el piano, bailar en una fiesta.
Hace poco Lucas Martí sacó una canción que se llama “Basta de Berlín” y, de alguna manera, vuelve a tocar el mismo tema. La canción se ríe irónicamente de esos artistas que buscan en el viejo continente cierta tierra prometida y fértil para su creación. Entonces, Europa, funciona como funcionaba en el Siglo XIX: el lugar donde hay que ir a crear, aprender, conseguir éxito y después volver a esta tierra arrasada con una corona de laureles y una caja de ahorros bien abultada.
Sin embargo, el arte contemporáneo se volvió tan despersonalizado que hay ciertos tipos de obras que dan igual dónde sean producidas. Ya no importa que una obra argentina tenga o no una “fisonomía moral” que la defina: lo que importa ahora es “el tema”. Así, vemos cientos de miles de obras de cemento, acero inoxidable y tubos de luz blanca que refieran al “tema” del ambientalismo, al “tema” del género y al “tema” de la racialización, por mencionar algunos.
Me encontré en una inauguración con un artista que hacía varios años que no veía y que hace ese tipo de obra que pueden pensarse, hacerse y mostrarse en cualquier lugar del mundo. Justo él acaba de llegar de Berlín. Lo primero que le pregunté fue cuál era la escena local de la capital alemana. Él respondió: “No hay”.
Entonces, quizás, no sea ni siquiera pertinente preguntarse qué es el arte argentino. Ya no hay necesidad de pensar escenas locales u obras locales, en la medida que respondan a un “tema” que se inserte, sin mayores problemas, en cualquier lugar del mundo. Ahora las obras ya no son algo, ni tienen una “fisonomía moral”, sino que “hablan” de tal “tema”, “reflexionan” sobre este otro “tema”, “discute” sobre aquel “tema”.
Ahí aparece una tensión para los artistas que se desesperan por armar carpetas de aplicaciones para abandonar esta Argentina gris, sobre todo para aquellos que trabajan con “temas” locales. El dilema es el siguiente: cómo hacer que algo muy chiquito y argentino le importe a alguien que está en Nueva York, Berlín, Seúl o Tokio. Imagino que la salida va por el lado de hacer obras que se ajusten a una idea argentina for export, es decir, que pueda ser encasillada dentro de lo que afuera se piensa como algo argentino.
Cuando Fito se fue a Europa se siguió cagando de hambre, pero un día lo llamaron y le dijeron que vuelva a Argentina porque su disco Tercer mundo -que había salido ese año- estaba vendiendo muchas copias. Con esa plata él después grabó El amor después del amor. Lucas Martí no se fue a ningún lado y en Berlín no lo escucharía nadie, así que sigue acá, tocando canciones, funcionando en el barro.
III.
Imaginemos que Argentina es un lugar muy muy chiquito. Digamos que es sólo la provincia de Buenos Aires. O Córdoba -así no herimos susceptibilidades. Especulemos con que Córdoba se independice y haga su propia nación. Nos metemos en Córdoba y nos encontramos con un territorio delimitado, con sus costumbres, sus paisajes, sus artistas. Así, en un lugar más reducido, es más fácil definir qué es y qué no es el arte local. Pero, lamentablemente, Córdoba no es un país independiente y no es Argentina y Argentina es Argentina. El territorio es tan inmenso que lo vuelve completamente heterogéneo, a tal punto que una persona de Ushuaia nada tiene que ver con una de La Quiaca. Con suerte comparten un idioma, pero ni siquiera la misma forma de hablarlo.
Sigamos especulando. Podríamos decir que la diferencia es la principal característica del arte argentino, que su “fisonomía moral” es su heterogeneidad. No. ¡Imposible pensar esto! Porque estamos aquí reunidos para responder a la pregunta de qué es el arte argentino y decir que es todo distinto no responde nada.
Dejemos de especular y arriesguémonos un poco. Digamos que la principal característica que tiene el arte argentino es que es precario, que lo único que une una obra de un artista jujeño con una de otro fueguino es su precariedad. Esta es una tierra endeudada, nadie tiene un mango y se hace arte con lo que se tiene. Y si se hace arte con cosas baratas, mejor. Vivimos la resaca del 2001, pero 20 años después.
El artista que se va a Berlín tal vez lo hace porque está tratando de escapar de esta precariedad. Pero, en Europa no deja de ser un latino más que sólo va a acceder a más precariedad.
La producción cultural es cada vez más precaria, porque cada vez hay menos espacio para la imaginación y más espacio para el malestar: hay que pagar la deuda del monotributo primero y después hacer arte. Entonces, el arte argentino no es grande, ni chico, ni rosa light, ni rosa luxemburgo: es arte precario. Pero hacer arte precario puede ser la mejor salida de la precariedad: es una forma de funcionar en el barro para sentirse mejor, más productivo. Es que, como dice Lucas Martí en su canción, el arte y los artistas son la performance de esta Argentina gris, donde el futuro es cruel.
*Editora invitada, Mariana Cerviño