Postales desde Valpo
por Rodrigo Barcos
★★★★
Morris 764
2061 Torre 4
El departamento está muy cerca de la estación de colectivos y del mercado central. La vista es increíble. A medida que va anocheciendo se van prendiendo de a poco luces por todo el cerro hasta quedar gran parte de Valparaíso bañado en rojo, azul y algunos destellos de dorado. Si te acercas al balcón del lado izquierdo se puede ver el puerto y algunos barcos deambulando por la costa.
Mabel es muy buena anfitriona. Nos dejó un mapa de la ciudad en el desayunador e intentó instalar Netflix aunque no funcionó. No lo necesitamos. El edificio tiene una pileta bastante grande y un gimnasio disponible en el que nunca hay nadie.
La Sebastiana es la visita obligada a todo turista, la casa museo donde vivió Pablo Neruda. 7000 pesos para escuchar la construcción histórica de un gran maestro para la literatura chilena. Mientras la audioguía enumeraba los logros del poeta, sus propiedades y contaba cómo le gustaba sentarse en su sillón y mirar por la ventana yo me preguntaba cómo hacía para mantener tres casas a la vez con lo caro que es pagar un solo alquiler.
Lo único que me dio envidia fue su colección de pinturas y un mural de piedras de María Martner que está en las escaleras que llevaban al primer piso.
Ya no quedan prototipos de hombres ilustres, ni la idea de genio que rondaba el siglo pasado. Los grandes maestros y maestras de nuestro tiempo son mucho más modestos, no tienen títulos diplomáticos ni gozan de esa fama absurda. Se me hace imposible pensar una casa museo de Hebe Uhart o de César Aira en Buenos Aires.
Cuando el misterio deja de estar presente en un artista o en su obra, significa que está muerto. No hay museo ni merchandaising que lo salve.
¿Cómo se conoce una ciudad por primera vez?
Grindr y Google Maps son aplicaciones amigas y filosas para un primer acercamiento.
De la primera podés recibir oraciones tiernas como: “¿Te llamas Santiago o eres de Santiago?” como le escribieron a Santi la primer noche. En cambio yo, recibí un “Bienvenido a Chile” después de amenazar con un “te voy a encontrar, tengo tu patente” a un dealer que nos había vendido unas pastillas de éxtasis bastantes caras que resultaron ser ibuprofeno. Nada más excitante que ir a comprar droga a una ciudad desconocida. La droga es la situación en sí misma. No importa despues si pega o no. Debería ser algo obligatorio para todo turista. Encontrarte en una avenida oscura con alguien que no conoces, que no sabes cómo es ni qué te va a dar. Esperarlo mucho tiempo. Mirar a cada persona que se acerca con actitud turbia pensando en que podría ser. Ver a otras personas que están en la misma. Presenciar lo marginal de la noche siempre es necesario para entender una ciudad en su totalidad, pero hay que estar dispuesto y acompañado para que sea una aventura y no algo traumático.
En Valparaíso, Grindr parece más una aplicación de dealers que de levante, pero igualmente pudimos sacar los nombres de los lugares nocturnos que valen la pena visitar: Máscara y Pagano.
Los museos resguardan la idiosincrasia de un contexto y un lugar específico. Son la memoria y el pulso de una época. En las obras, a veces, se pueden descubrir los traumas y las obsesiones de toda una generación. En las fiestas está el pulso y el desenfreno del presente y la noche es en donde nos mezclamos para olvidar y compartir nuestras propias obsesiones.
Máscara es el lugar perfecto. Te hace sentir como en casa. La entrada es una puerta pequeña que pasa desapercibida al lado de una botillería que está abierta las 24 horas. Unas escaleras te llevan al primer piso que está lleno de mesas, sillas y sillones. un lugar oscuro y doméstico con una barra en el fondo. Tiene unas pinturas surrealistas y unos retratos de gran tamaño colgados casi a la altura del techo. Hay un gato blanco que va deambulando de mesa en mesa mendigando un poco de cariño. Subiendo otras escaleras angostas se llega a una terraza muy grande con unos escondites oscuros que generalmente están ocupados. Pagano, en cambio, es el lugar para ir a bailar. Lo primero que te recibe cuando entras es una barra con forma de pasarela encerrando a un barman que sirve tragos en sunga. Entre temas de electro pop hay una competencia de drags queen locales. En cada número lo dan todo: se revuelcan en el piso, tiran pasos de baile desafiando la gravedad y fundiéndose con las luces mientras todos gritamos exaltados. Abajo, un sótano repleto con temas icónicos de los años ochenta.
La sed nocturna nos hizo aceptar subirnos a un colectivo bastante viejo y sucio que prometía llevarnos a un after a la salida del boliche. Ya arriba, nos amontonamos con una horda de chicas y chicos hablando rápido en una jerga inentendible. El chico que teníamos al lado nos apoyaba mirándonos fijamente y el de atrás intentaba vender un popper a los gritos. El viaje fue corto pero intenso y el after, decadente. Google Maps a veces falla. Para volver nos hizo caminar varias cuadras demás y a veces señala lugares donde no están. Siempre es mejor ir preguntando direcciones en los kioscos o a la gente que está dando vueltas.
Lo malo de llegar varias noches por la madrugada es que en la recepción del edificio hay personal de seguridad las 24 horas que por las noches suelen ser bastante intimidantes.