Plataformas contraídas
por Lux Lindner
dibujo: Mario Scorzelli
Hará poco más de un año volví una noche a mi casa medio borrachín tras atravesar una serie de inauguretas en el circuito de galerías de arte de Buenos Aires. Tuve una discusión con mi mujer sobre el tema de mi (quizá) deplorable estado, ríspido intercambio de palabras…nada tremendo en realidad (ella no es abstemia, viene del mundo del teatro, no se escandaliza con facilidad ) pero seguramente yo apestara y mi lenguaje se había vuelto más ácido de lo aceptable y no iba ella a dejarme pasar nada, como suele suceder en estos casos.
Al rato estaba cada uno delante de la pantalla de su respectiva compu, rumiando maldiciones alfanuméricas como en una novela de Phillip Dick y para la hora del desayuno todo habría sido olvidado. Pero borrachín y todo me tocaba pasada la medianoche de aquel día ocuparme “as usual” de hacer dormir a nuestro hijo, por entonces de cinco años.
El chiquilín, que había presenciado en primera fila la deliciosa escena de la vida conyugal me hizo con ojos ya somnolientos una pregunta muy sencilla;
– «Papi, ¿porqué tomás tanto en la inauguraciones?»
¡Excelente pregunta! Tuve que improvisar algo digno y memorable. Salió más o menos así:
– «Lo que ocurre, hijo mío, es que en las inauguraciones está muy mezclada gente que quiero con otra que no puedo soportar (y no me soporta) . Maniobrar operativamente “en seco” entre tal collage de voluntades es agotador y tórnase necesario forzar cierto grado de desconexión con lo redundante (con la tenaz oposición de lo opaco) para reentrar al aquí-ahora mejor angulado, ligero y sin rebabas, purgado de distorsiones sentimentales , narcotizando de modo regulador (sin llegar al entumecimiento) la cauta inercia requerida por años y años de homeostasis psico-estrangulatoria al servicio de un equilibrio del terror social sin principio ni fin! Uno tiende a ir a openings de buena gana, podría pensarse que nos espera una instancia relajada y festiva donde predomina el valiente personal que ha elegido su particular modo de vida y gira feliz dentro de él, etcétera. Pero esta sobresimplificación idealista no resiste la evidencia empírica que para sub-tribus dentro de la tribu del arte… el arte mismo es una especie de castigo menor, el vaso comunicante a una bolsa de gatos desclasados, Plan B en relación a antiguas , quizás inaugurales promesas de fama-gloria éxito e importanteo clasista que han entrado en cono de permanente irresolución. No es raro que elementos selfcascoteados de una tal sub-tribu conserven para sí poderes decisorios debiendo uno ser cuidadoso para no… ¿te has quedado acaso dormido, hijo?»
Muchos dirán que lo que conté a mi hijo de cinco años es lo más normal del mundo y forma parte del pan diario de aquél que debe honestamente ganarse la vida en alguna oficina cochambrosa. Si en nuestro trabajo sólo nos relacionáramos con gente encantadora sería como vivir de vacaciones, ¿o no?
El asunto es que no creo en el trabajo de artista como si se tratara de “cualquier otro” que uno puede hacer en piloto automático y corazón guardado en bóveda, intocado por las Preguntas Inevitables. En mi caso el Arte no es algo parecido a un Plan B, porque demasiado pronto me di cuenta que no había “Plan A” para mí, ni en familia ni en la societé. De no haber encontrado el Arte muy posiblemente me hubiera transformado en criminal, dado que mi propio Plan A para el Mundo tenía mucho de dinamita en puentes y diques. Desde ese punto de vista la gratitud que tengo con el arte es elevada y no ser tan rico o famoso como otros pelandrunes que salieron del huevo a la luz en la misma epóca que yo e incluso después, no forma parte del centro de la cuestión. En mi caso la opción no era entre éxito y fracaso, sino entre un estudio sentimental con vistas a un fin constructivo… o infamia universal y silla eléctrica.
Y dicho todo lo anterior llega el 2020, con un Virus copando todas las paradas y la aparición de una exigencia de distanciamiento social. Inauguretas, equilibrio del terror…¡No More! El alcohol que antes fluía a raudales se consume en casa, con pipeta graduada. Vemos todavía las caras conocidas , pero mucho menos, en pantallas titubeantes a la hora de dar clases a distancia… ¿Es esto un empeoramiento?
¡La verdad, no sé! A medida que nos alejamos del mundo anterior a la pandemia vemos lo mal que lucía en relación a la vida del artista y lo desgastante de sus requerimientos sociales. Estuve en New York en agosto del año pasado, tras casi veinte años de no ir. Ni el olor del arte le quedaba a esa ciudad, parecía la escenografía de una de esas sitcoms pedorras que Woody Allen lanza cada año llamándolas películas. El Soho parecía Pinamar. Los artistas expulsados de Manhattan por la especulación imobiliaria se la pasaban viajando para llegar a sus puestos de trabajo. Nuestras reuniones parecían cumbres de refugiados políticos con una pase a punto de vencer a medianoche, como en la Sudáfrica del Apartheid, donde si no se hablaba de arte, mejor. Cosa de no importunar a los dueños de casa…
Asombrosamente UnoMesmo vive la actual situación de pandemia, si no como mejora, al menos como sinceramiento. Niveles enteros en las plataformas de pelotudeo están desmantelados y vivimos arrojados a la contracción de nuestras plataformas de lanzamiento, a las que miramos ahora sin avergonzarnos. Temas de fondo, como Destino, Nación, Función del Estadio, Naturaleza, nuestra inevitable Salida de la Temporalidad, nuestra contingencia como mortales, dejan de parecer temas de autoayuda, indignos de ese eterno canchero que vendría a ser el artistejo conectado con intenciones de vender, ¿no? Antes del Virus sólo cuestiones de Género parecían ser todavía dignas de discusión. Y siguen siéndolo ahora, pero al perder exclusividad, se alivia en su encapsulamiento.
Vender queremos todos… vaya novedad. Pero hay también cuestiones a ser discutidas sin quedar como un pelotudo pretenciosos por ello.
Y ahora con cuarentena no hay que ponerse a hacer complicadas maniobras para esquivar a quien no te fumás (y correlativamente quien no te fuma se ahorra el mismo problema)