Pino Solanas: los compañeros
ilustración por Ernesto Pereyra
A modo de introducción debo admitir que su partida me sorprendió, siempre pensé que él nos iba a sobrevivir a todos.
Conocí a Pino en 2009 durante su campaña electoral para Diputado Nacional. Con un discurso certero escaló en las encuestas y, sin estructura ni recursos, alcanzó un segundo lugar en la Ciudad muy cerca de Gabriela Michetti. Junto a Damián Solanas estuvimos fiscalizando en una escuela de Belgrano y él me invitó a un rudimentario bunker en el Hotel Bauen donde el único cátering disponible eran restos de pan de sándwiches de milanesa y unas gaseosas Fanta calientes en vasos que compartíamos entre varios en un salón destartalado con 40 grados de calor junto con variopintos personajes de diversas extracciones y orígenes. En ese contexto fueron mis primeros pasos en Proyecto Sur.
Como a muchísimos jóvenes de ese entonces Pino nos emocionó, nos conmovió y nos acercó por primera vez a la política. Personalmente, a mi me atraía su discurso industrialista, la recuperación del ferrocarril y su posición cercana al pensamiento nacional pero lejos del -por entonces- kirchnerismo. Ese es el Pino que a mí me emocionaba y me ponía la piel de gallina: el que desenmascaraba la hipocresía oficialista y de la militancia K. A él, que había filmado por meses a Perón en Puerta de Hierro, los jóvenes militantes querían explicarle qué era ser peronista. Él militó e, incluso, arriesgó su patrimonio para sacar a la luz y exponer las injusticias de América Latina. Lejos de la comodidad de influir desde las redes sociales con un sueldo público asegurado, militó cuando militar ponía en riesgo la vida.
Fue él el que acercó la cara de Perón a una generación que no la conocía y por primera vez pudo ponerle un rostro a los cassettes que llegaban clandestinos. Un hombre que le puso el cuerpo denunciando a viva voz el saqueo menemista, lo que le costó varios tiros en las piernas. Que sufrió el exilio y la pérdida de seres queridos por el aparato represivo del Estado y su violencia.
Pino se jugó por sus ideales. Cometió errores y alianzas estrambóticas que minaron su reputación. Mal asesorado por amigos transitorios y su ego de cineasta, muchas veces lo llevaron a rodearse de aduladores que le decían lo que el viejo quería escuchar. Eso lo distanció varios años de muchos de sus compañeros de ruta históricos: aquellos que más lo querían. Pero hacía lo que podía y conocía sus limitaciones. Sabía que todo el peso recaía sobre él y conocía a quienes lo rodeaban. Prefería la lealtad a la eficiencia. Y eso lo padeció. Lux Lindner, que me conoce desde estas épocas, me dijo que con Pino aprendió que hay que juzgar a un artista por lo que mejor hace. Y creo que tiene razón.
A varias generaciones de jóvenes nos enseñó todo. A mí personalmente casi todo lo que sé de política. Sin conocerme me dio la posibilidad de aprender a su lado. Un día me despertó a las 6 am porque no había salido algo sobre él en los diarios y a partir de ahí durante años fue la primera y última persona con la que hablaba por teléfono. El viejo no era fácil: podía putearte y, a los dos minutos, palmearte e invitarte un café. Pino era así. Muchas veces su forma de expresar cariño era con insultos y exigiendo más. Nunca fue un tipo fácil pero se dejaba querer. No me lo decía directamente pero me había apodado “fideo” por ser flaco como un tallarín.
En 2015 dejé de trabajar con él. Estuvo enojado varios años. Se lo tomó como un acto de deslealtad (nada peor para él) y no me saludó por mucho tiempo cuando nos cruzábamos en algún lado. Después se le pasó cuando nos cruzamos en un hotel de Rosario con mis amigos del Colectivo de Coleccionismo Federal. Aún hoy uso frases e interjecciones que eran suyas: “tabuenoeso, ¿Que novedad hay?” Eran de sus frases habituales que muchos adoptamos de escucharlas cientos de veces por día.
A mi no me gustó que haya terminado en el Frente de Todos. Me desilusionó cuando se presentó como candidato a diputado testimonial. Pero Pino luchaba contra el miedo a perder vigencia y el costo de ser un satélite menor del Frente de Todos lo llevó a silenciar algunas de sus luchas históricas. Pero creo que él sabía que era el precio que tenía que pagar para ser reconocido como se lo merecía.
Pino, como en el ajedrez, siempre estuvo varias jugadas adelante y entendió que los tiempos políticos habían cambiado.
Pino, gracias por todo.
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Quiero agradecer también a Juan Pablo Olsson, un gran compañero de aquellos años, la lectura preliminar del texto.
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