Nuestra primera nevada

por Ana Montes

dibujo por Lino Divas

Sierra Nevada podría leerse, a simple vista, como un viaje de iniciación. Pero si en un viaje de iniciación clásico el personaje tiene que salir a un lugar desconocido para vivir una aventura, en esta novela el viaje de la protagonista comienza mucho antes de dejar la ciudad. Una tarde va a lo del Marley Metalero, una mezcla de chamán tatuador y, sin saber bien cómo, le pide que le tatúe a Brownie, su gata moribunda. A partir de este confuso episodio, todo se acelera como en una película de acción: Brownie maúlla desesperada, no parece mejorar a pesar de los intentos de su dueña que la lleva a un hospital veterinario en una procesión de cuarenta cuadras mientras le repite:Mamá te va a cuidar, mamá te va a cuidar”. En el hospital se enamora de un ángel veterinario, duerme 24 horas seguidas y sale con Greta, una chica magnética que la tiene atrapada. Esa noche baila y piensa:somos como una familia por ese instante y después morimos. En la noche siempre hay algo que muere”. Y a la mañana siguiente, Brownie muere y, mientras lo entierra con el Marley Metalero, aparece la idea de viaje en un sentido tradicional.

Si en un viaje de iniciación el personaje viaja para ir a buscar su verdadero yo, en Sierra Nevada la protagonista se va a Colombia porque sí. Se deja llevar por la intuición que, como dice ella, es lo más fiel que tiene. Se mueve por una fuerza que no se entiende de dónde viene pero que la impulsa como una flecha. Ese movimiento errático se traslada a la forma de escritura, hay una sobredosis argumental, imágenes que se construyen como un álbum de fotos en cámara rápida, no hay respiro en la trama, no hay detención si no una acción que avanza como los pasos de ella en la selva, en la pista de baile, en la noche .La novela se construye y se derrumba, como la propia protagonista que dice estar en un proceso de transformación. Busca señales en los animales, en la naturaleza, pero sobre todo, en los vínculos. En el inicio de su viaje, se enamora fugazmente de Patricia. Cuando ese amor intenso termina, vuelve a aparecer el duelo. Siempre en movimiento, arma su bolso para irse a la selva y piensa:

“Recuerdo lo cruel que puede llegar a ser el amor y lo difícil que es depender de alguien. Cuando el otro se transforma en un respirador artificial, la desesperación de no tenerlo y creer que te quedás sin aire. Sin el otro te desarmas y no sabés quién sos. Ciega, caminás por el mundo, perdida, buscando tu bastón. De nuevo estoy en cero, sin nada que ganar, sin nada que perder”.

En esa observación hay mucho de la tesis del libro: la protagonista siempre está dispuesta a arrancar de cero. Pero me permito contradecirla cuando dice que no tiene nada que ganar ni nada que perder. Creo que tiene mucho para ganar en ese gesto desprendido. Se anima a dejar todo atrás para ver lo que la espera más adelante. Más que dejar todo atrás diría que lo que hace es moverlo de su campo visual, apenas un poco, para ver qué aparece en ese movimiento. ¿Qué busca realmente en ese movimiento?

La palabra familia aparece veintiocho veces en esta novela. Antes de viajar, la protagonista va a lo de su mamá y encuentra una foto de su sexto cumpleaños, el último que pasó con sus padres juntos. Pero su padre no está más en la foto, su madre lo recortó de la imagen.  La narradora, tal vez inspirada en su madre, siente una necesidad constante de desmenuzar, machacar y escapar del concepto de familia que se le vuelve tan absurdo. Escapa de todo lo que alguna vez rotuló así y llega a Sierra Nevada, ombligo del mundo y centro energético, donde espera tener una experiencia transformadora a través de un ritual. Pero la naturaleza la ataca antes de una forma inesperada y venenosa que la devuelve, como en un torbellino, al centro de la idea de familia de la que venía escapando.

La escritora Cynthia Edul dice que el tiempo en la ficción avanza de modo espiralado. En un relato, hay que volver a pasar por un mismo lugar que ya es otro. Y eso es exactamente lo que hace la protagonista en todos sus movimientos. Después de viajar, vuelve a la casa de su madre pero ni ella, ni su madre son las mismas.  Encuentra una caja de recuerdos llena de todos los recortes de su padre que su madre extirpó de ese pasado compartido. Como “una carnicera con un táper lleno de grasa de carne” arma un mapa con todos esos fragmentos para formar un recuerdo nuevo.

Nuestra protagonista, a la que le da vida Natali Aboud, llega al final de su viaje de iniciación trunco. Y su autora nos deja sembrada una pista para el futuro. Tal vez lo próximo que leeremos de ella amplíe al máximo la imagen completa que logró construir en el final de esta novela que es, a su vez, un comienzo.

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