Cómo desarmar el absurdo del sistema capitalista
por Catalina Aldama
Los videos de “unpacking” o “unboxing” son de esos fenómenos inesperados que nos regalan las redes. Los hechos son tan explícitos como lo indican su nombre: “desenvolvimiento”. Un paquete sobre una mesa, dos manos que lo desarman capa a capa, hasta que aparece la mercancía elegida; los hay de ropa, zapatos, juguetes, artefactos electrónicos, maquillaje y hasta comida. Debido a su inusitada trascendencia –son de los videos más vistos en la plataforma Youtube- este dispositivo sencillo ha pasado a formar parte de un complejo y confuso andamiaje publicitario multilateral que, por un lado, comprende a una empresa y su producto y, por el otro, a un consumidor que opera bajo la denominación de “instagramer”, “influencer” o “youtuber” que, a través del video, también se autopromociona.
Como suceso, el “unpacking” es una muestra de las absurdas configuraciones que ha adquirido la comercialización de la mercancía en el tardocapitalismo. Ahora bien, ¿cómo desarticular aquel absurdo ya instalado? Un primer paso en esta dirección podría constituir su señalamiento. Pero para identificar el absurdo no basta con anunciarlo ni con aventurarse a construir una explicación causal de su ocurrencia. Al absurdo hay que montarlo, exponerlo hasta sus últimas consecuencias, para poder trasmitir sensorial y emocionalmente ese hiato en la lógica.
A los videos de Mika Rottemberg -artista que nació en Argentina, creció en Israel y vive y trabaja en Nueva York- se les reconoce esta intención: la de ser el susto que corta el hipo. Rottemberg busca aportar alguna imagen que provoque un momento epifánico y que sirva de disparador de preguntas. ¿Sobre qué absurdo interpela al espectador? Sobre aquel que se encuentra presente en el supuestamente hiper racionalizado orden de producción mundial.
En efecto, podríamos decir que este es el tema central de su obra audiovisual, la cual, la propia artista ha clasificado como “surrealismo social”. En muchas de sus filmaciones -como Tropical Breeze (2004), Mary´s Cherries (2004), Dough (2006) y Squeeze (2010)- Rottemberg construye insólitos entramados productivos, en los que se entrelazan procesos de elaboración reconocibles y verosímiles con sucesos del orden de lo fantástico que rompen con la relación de causa y efecto, con la cronología o con la disposición espacio-temporal esperable de la “cadena productiva”. La acción se desenvuelve sin un clímax y sin que los componentes surrealistas corten con la monotonía maquinal de la línea de producción, la cual sigue su curso al igual que lo hacen los trabajadores que allí intervienen.
En la exhibición titulada “Easy Pieces”, que se presentó durante el verano neoyorquino en el New Museum, la curadora Margot Norton seleccionó piezas de distintas épocas de la obra de Rottemberg, y más allá de las llamativas “esculturas quinéticas” – una colita de pelo que se sacude, un dedo giratorio, un viejo aire acondicionado que descarga una gota de agua sobre una planta- sus videos son, sin duda, la frutilla del postre.
Entre ellos, se destaca “NoNoseknows”, presentado por primera vez en la Bienal de Venecia del año 2015, en el que se plantea un vínculo entre el cultivo artificial de perlas en China y una mujer que a través de su estornudo “produce” platos de pasta. Esencialmente, lo que enlaza a ambos escenarios es el uso de un “factor irritante” como insumo fundamental del proceso productivo. Se traza un paralelismo entre el cuerpo extraño que se introduce en las ostras, cuya molestia dispara la secreción de nácar y la consecuente formación de la perla, con el polen de las flores que inhala el personaje femenino, provocando la deformación de su nariz, y los posteriores estornudos que materializan los platos de comida. La escenificación exacerbada del absurdo permite el descubrimiento de otro menos evidente para nuestra mente alienada: ¿es acaso más caprichosa la manipulación de un molusco para la elaboración de un bien de lujo o el uso y abuso que se hace del cuerpo del trabajador durante su jornada?
“Cosmic generator” (2017) ensaya una pregunta ontológica sobre la distancia al relacionar dos territorios en apariencia remotos; un mercado de productos de plástico en China con las ciudades fronterizas entre México y el estado de California en Estado Unidos, que muy simpáticamente reciben los nombres de Mexicali y Calexico. Lo que Rottemberg dice haber asociado por intuición, cobró real asidero cuando luego de su triunfo presidencial, los disímiles países pasaron a ser el objeto discursivo preferido de Trump: aquello que para China y sus mercancías baratas derivó en proteccionismo, para México y su población tomó la forma de mera intolerancia. Aquí nuevamente asoman las contradicciones del capitalismo. Conviven en el mundo y en una misma nación el laissez faire, laissez passer y la deslocalización de la producción con las barreras a la movilidad de personas y capitales y los exabruptos de localismo.
En su última obra, realizada para la exhibición, Rottemberg se desembaraza del procedimiento secuencial tan presente en sus otros videos. “Spaghetti Blockchain” (2019) no se engrana como una línea productiva, se acerca más bien a los ejercicios de dinámica grupal del tipo “zip, zap, boing”, en los que la energía pasa de un lado a otro tomando distintas formas en su loop infinito. La reverberación gutural de una cantante de Tuva; la vibración de la tierra en la cosecha mecánica de papas; una máquina gigante e incomprensible; cientos de cables, computadoras, monitores, luces. Se suceden las imágenes sin un orden, sin una hipótesis de causa-efecto. A pesar de la iteración, los escenarios son tan disímiles que el flujo que quiere proponer el video tiene interrupciones y se hace difícil enlazarlo como una constelación familiar. El absurdo aparece cuando se intercala una suerte de dispositivo caleidoscópico, manipulado por manos que se encargan de distintas labores sin sentido: freír un huevo, armar estructuras de pasta seca y malvaviscos, rociar líquido sobre una cabeza calva, y rebotar, sacudir, y cortar un tubo de una goma firme y viscosa de colores fluorescentes. Si existen cantantes de garganta y máquinas que arrancan papas de abajo de la tierra (podríamo seguir la enumeración con los videos de unpacking), ¿Por qué no habría de existir cualquier objeto delirante que podamos imaginar?
Al hacer un seguimiento cronológico de la serie de videos de Mika Rottemberg, tanto los que forman parte de la exhibición como los que no, se observa una tendencia a la despersonalización. Las trabajadoras tan protagonistas en sus primeros videos -incluso en el comentado “NoNoseKnows”- memorables por la peculiaridad de su apariencia, son una presencia que se diluye en sus últimas obras. En “Cosmic Generator” ya no están esos personajes irremplazables, especialmente elegidos para la tarea, y en “Spaghetti Blockchain”, aporta peculiaridad la cantante de garganta y su particular sonido, fuera de eso, tan sólo son manos los fragmentos humanos que se ven. Los cuerpos en los que se hace carne el trabajo pierden visibilidad. Se asienta una abstracción, un método, un proceso, un sistema que tiene leyes que, aunque pudiéramos comprender, son ajenas a nuestra intervención. ¿Hay una mirada resignada por parte de la artista? ¿O acaso es una metáfora de nuestra propia indiferencia ante el modo en que se produce, se consume, se vive?
La lógica del sistema en el que estamos sumergidos es la lógica que persigue la acumulación de capital. Sin embargo, aunque la maximización de la ganancia parezca un accionar racional, su persecución como único objetivo es un absurdo que no tiene retorno. Una maquinaria imparable llevada por la apatía colectiva. Ahora bien, muchos pensadores observaron el potencial de este modo de producción, pero también advirtieron sobre sus perjuicios. Adam Smith, el mismo de la mano invisible, se maravilló ante la capacidad productiva de un sistema mediado por la relación social más impersonal, la mercancía. Pero también se alarmó ante el avance indefectible del mercado y de la división del trabajo, por el desconocimiento que implicaba acerca de los procesos productivos –hoy es imposible siquiera adivinar cómo se elabora cualquiera de los productos que consumimos- y el embrutecimiento de los trabajadores supeditados a realizar tareas monótonas y fragmentarias. Poco resta decir sobre Karl Marx y su crítica al sistema capitalista: la explotación y alienación de los trabajadores, el creciente ejército de reserva, las crisis cíclicas y la desigualdad, son sólo algunos de los problemas identificados por el autor, que no pierden vigencia en el siglo XXI. Rottemberg ha logrado advertir que la profundidad de la debacle está en la inercia, en la rutina abúlica y maquinal, y lo ha convertido en su objeto de experimentación, produciendo obras hipnóticas que cuentan con un sentido del humor que se agradece.
Afuera, en las calles de NY, la gente habla sola. Hablan asertivos para la cámara que ellos mismos operan, ejerciendo la autogestión, el lumpenfreelancerismo (en palabras de Hito Steyerl) o la llana precariedad laboral, para producir una filmación que irá a parar a una red social o a un canal de noticias. Hablan mientras caminan, mirando para adelante hacia ningún punto específico, conversan sin vergüenza con un otro invisible provistos de auriculares sin cables ni micrófono a la vista. Hablan con su propio reflejo en las vidrieras o en las ventanas del subte. Hablan con Dios a los gritos en las esquinas. Todos juntos en la ciudad, montando el absurdo de vivir impasibles en comunidad con la nada.