Nora Lezano puede acompañar… ¿pero puede convencer?

por Lux Lindner

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A fines del siglo XX trabajaba yo en un minishop sobre la calle Marcelo T de Alvear dependiente del Hotel Plaza de Buenos Aires, frente a una torre de apartamentos que alojaba al entonces debatido crítico de arte Jorge López Anaya en sus pisos superiores… y una “champagneria VIP” en la planta baja. Mi jefe era un soltero que se gastaba toda su plata en rock anterior a la Guerra de Malvinas y extecladista de una banda donde yo había tocado (y muy mal) la batería.  Estábamos a metros nomás de Benzacar, de Klemm y del ICI, instituciones con las que yo, artistejo del montón sin noche, quería a llegar a algún acuerdo mínimo.

Entró al kiosco esa tarde un flaco de anteojos, me compró una linterna, tras encenderla la metió dentro del pantalón. Se hospedaba en el Hotel Plaza, quería impresionar a la señorita que lo esperaba con luz saliendo de la bragueta en la hora decisiva…

¡Grande Charly! ¡Te vi en tu elemento! Porque mi cliente era Charly García, ¡já!. Fue la única vez que hablé con él en vivo y en directo. Y en realidad solo hablamos de precios y linternas. Nada decisorio. Nada sobre acordes en “Los Dinosaurios” o el significado de “Alicia en el País”. Aún así, ¿qué tal, eh? Toda una anécdota para esos hijos que pensaba por entonces no tener nunca.

¿Pero le interesará a mi hijo que tiene ahora 7 años y vive pendiente de Roblox saber quién corno fue Charly García?

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No es apretar un botón, ni ahí. El óleo es técnica laboriosa, hay que esperar el secado de cada capa antes de seguir. Ni hablar si uno se deleita con barniz de retoque o pone aceite extra en el médium. Tiempo extra para pensar entre capa y capa. Oportunidad para repasar la playlist, atisbar las desesperantes infinitudes de Artsy, comparar precios de proyectores.

Bello perfume el de la trementina, che. Pero qué incordio para quien se impacienta con la germinación de sus imágenes. Perdón por volver a mi, pero debo decir que terminé cuadros para concursos con el fletero que estaba por llevarse la obra mirándome con el pincel en mano. ¡Ah, lo que son las comodidades acrílicas de una zona portuaria! Aún a costa del perfume.

Dejé la batería, pero cómo envidio a cada baterista de este mundo ¡otra relación con el tiempo! Por el kiosco también pasaron los Sex Pistols, pero los atendió mi jefe. 

La lentitud del óleo se impone por sobre las geografía. No es que por estar al borde de montañas vas a esquivar el protocolo centenario encontrando una foto sin nombre ni datos para ubicar al autor un viernes y el lunes (sin siquiera haberte perdido los ravioles del domingo) la obra basada en la foto tendrá su moño, lista para el que se la lleve el fletero. Eso no pasará.

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Haz que Fito Páez se llame a silencio para tener coherencia en la playlist de tu isla desierta y ahora sí, da las gracias por haber estado. Spinetta es poroso y místico, junco pascaliano. Melingo es oscuro, barroco, polimorfo. El garbo de Cerati se realza con un valle de fondo. Charly vive su límite.  

Es lo que sabemos de ellos, una lente devota confirma sospechas que provienen de otras fuentes, visuales, auditivas. Y finaliza el tallado con viento a favor.

¿Pero puede esta lente crear sospechas donde no las hay? ¿Cómo genera misterio, forma y calor donde no hay gente famosa dando vueltas?

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Esta pintura al borde la montaña no consigue vitalizar una foto que salió de la cabeza de Atenea sin aparato circulatorio ni derecho al contraste; las zonas vacías en el lado izquierdo de la foto, que servían de necesario descanso a una composición con muchos elementos (¡siete personas en una democracia mansa!) es obstruida por una ventanita  florida que ay… no hay manera que funcione… ni como perspectiva, ni como agregado que encima no está bien dibujado, ni respeta elementalmente la perspectiva que se intentaba seguir a rajatabla en los sectores preexistentes o sea que… ¡minga de coartada cubista!. Sospéchase que la pintora intenta algo que en realidad no le está saliendo. Se le cae la confiscación. ¿Qué quiere, al fin de cuentas? Mirando ampliaciones de su tela no nos sentimos con derecho a presumir ni transcripción fotorrealista ni teletransporte de agenda temática a colisiones de cromotextura.

5
La fotos que ha hecho Aguiar de Innocenti son profanaciones, esa guitarra aplastando la mesa no va a detenerse hasta romper el piso, si no la hacen sonar a tiempo. Ah, ni hablar de esa crucifixión verdosa de una muñeca de trapo, arriba del teclado, por favor. Pero ¿hacía falta algo así? Tal vez. Como ayuda memoria drástica y sentimental. O alternativa a la sal de plata corporativa.

6
Aunque haya dejado el óleo, es lento. Tardó en entender a Virus, todavía está llegando a Soda Stereo. Se siente con derecho a esperar golpes de platillo. ¿Conseguirá la lente cómplice que su hijo no olvide al comprador de la linterna…como está él, olvidando a siete mansos frente a una mesa redonda?


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