Mildred y los miedos

por Sofía Steinbeisser

dibujo por Celina Eceiza

Asesinatos de jóvenes, niños que se mueren de hambre, un mundo de tragedias. De allí partía Mildred Burton para realizar sus obras. Muchos la relacionaban con el surrealismo, pero, en una entrevista con Alejandra Casal en el año 2002, Mildred dijo: “El surrealismo parte de la cosa onírica, de los sueños; yo parto de la realidad”.

Aprender sobre Mildred Burton es un camino surreal en sí mismo, encontrar información objetiva sobre ella es tan difícil que ni siquiera se sabe exactamente el año en el que nació (aunque algunos aseguran que fue en 1942). De Mildred solo se sabe lo que ella quiso mostrar. Completamente multifacética, fue pintora, grabadora, dibujante y música.

De ascendencia alemana e irlandesa, Mildred Burton nació en Entre Ríos y se crió en una casona inglesa en medio de Paraná, rodeada de tradiciones extranjeras, severas y disciplinadas. “No tuvieron en cuenta que nací un 28 de diciembre en América del Sur entre achiras, ceibos, yaguaretés y curiyús, y bajo la advocación de Ajotaj, viento vengador latinoamericano. Bebí la primera leche de aguará-guazú cautiva y me alimente con mandioca, porotos, maíz y charqui”, dijo la propia Mildred en una publicación de Mujeres para el tercer Milenio. No tuvieron en cuenta que ella, años después, se definiría como “Argentinísima”, a pesar de que pudo haberse convertido en “Millie Lee”, una dama aristócrata.

Paranoia, síndrome esquizoide y desdoblamiento de personalidad fueron los diagnósticos que recibió Mildred por su posición confrontativa frente a los mandatos impuestos por su familia. “Debemos encerrarla hasta que sane”, fue lo que pensaron sus parientes al aislarla en un centro de salud mental. Todas sus tentativas resultaron fallidas, por lo que, con tan solo 15 años, decidieron casarla con un militar entrerriano.

“En gran parte la poética o mejor dicho el universo de imágenes de Mildred tiene mucho que ver con el contexto en el cual ella se crió. Es muy vinculante su obra y su vida, fundamentalmente porque ella ha hecho de su vida una especie de gran ficción”, cuenta Marcos Krämer, curador de la muestra de Mildred, “Fauna del País”, del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. En ese hogar victoriano, en el que vivió rodeada de familiares que luego se vieron representados en su obra “La familia Burton Doll”, Mildred descubrió su pasión por la literatura fantástica con los cuentos clásicos ingleses que le contaban cuando era chica. Según Krämer, a partir de estos cuentos, Mildred comienza a desarrollar su capacidad de imaginación, introduciendo los objetos, los animales y las personas que la rodeaban en “Sus pinturas, en sus dibujos y en sus grabados, completamente extraños para la época y muy personales al mismo tiempo”.

“Todos mis cuadros nacen de un relato anterior, que escribí previamente. Siempre me gustó escribir y varias veces voy a buscar ideas para un cuadro en esos apuntes: tengo más relatos que pinturas”, explicó Mildred en una nota para el diario Página 12. A partir de sus propios relatos creó un imaginario fantástico que luego plasmó en su obra. En su primera serie “La familia Burton Doll”, donde retrató a sus parientes cercanos como personajes hipócritas y esquizos, ya demostraba la misma visión crítica con la que luego interpretaría también a la política argentina.

En la década de los 70, luego de abandonar su vida doméstica y mudarse a Buenos Aires, Mildred comenzó la producción de sus obras. Comenzó a explayar en sus cuadros la violencia vivida en aquella época, en la que Argentina se vio sumida bajo la dictadura militar. Una de sus series fue “Frutos del país”, en la que pueden observarse a simple vista grupos de frutas, pero al acercarse más se vislumbran detalles siniestros: ojos arrancados, masa encefálica y mutilaciones. “No fue mi mente corrupta la que inventó esas crueldades. No, esas obras fueron ejecutadas un verano, mientras escuchaba los detalles encontrados en los muertos N.N., desenterrados para tratar de identificarlos y poder darles sepultura definitiva en paz. ¿Qué podía pintar en Buenos Aires ese verano? Ningún artista que se precie de ellos puede ser cómplice con su silencio”, sostuvo Mildred para la publicación Mujeres para el tercer milenio.

Desde los años 70 hasta su muerte en 2008, el trabajo de Mildred nunca descansó y llegó a exponer sus obras en innumerables muestras grupales e individuales, tanto nacional como internacionalmente. “Es una artista muy reconocida y muy querida por sus colegas, la especificidad de las imágenes de Mildred, ese carácter huidizo que tienen sus imágenes, y bastante excéntrico son las que la hicieron un objeto de culto”, sostiene Marcos Krämer.

Sobre las obras que actualmente forman parte de la Colección de Arte Amalia Lacroze de Fortabat, dice Laura Lina, empleada del área de Educación y Acción Cultural de dicha colección: “Los mundos construidos por Mildred Burton interpelan al espectador de manera agobiante: el misterio siempre se develará para el lado contrario al happy ending, sus ficciones distópicas revelarán el lado más perverso inherente a la especie humana. Todo lo aparentemente bello descubre su lado más horroroso, toda promesa de felicidad se desvanece o explota en segundos, la tersa piel de una ovejita puede mancharnos las manos con sangre”.

La vida de Mildred Burton fue un conjunto de fábulas personificadas, donde su forma de ser, tan histriónica por momentos, se vio combinada junto con las particularidades que la envolvían. En Buenos Aires vivió en una casona, según ella terrorífica, en el barrio La Boca, sola, sin otras personas pero con la compañía de todos sus perros. Allí pintó todos sus cuadros, esos que son algo distópicos, esos en los que se vislumbran fragmentos de su vida difuminados, esos en los que los detalles más horrorosos se hacen presentes.

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