Miedos, mujeres, hadas y rockeros 

por Imanol Subiela Salvo y Catalina Berarducci

El mundo está cada día más raro y hostil, al mismo tiempo se siguen escribiendo libros. Es extraña la manera en la que los libros toman protagonismo. Por ejemplo, Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enriquez, fue un libro visible, se contagió, pasó de boca en boca y de mano en mano. Tuvimos la suerte de entrevistar a esta autora: nos enteramos de sus raíces litoraleñas, de su fanatismo por la literatura de género, de que es una declarada fana de las series de terror y fantasía, entendimos la fuerza de sus ideas que trascienden el género y los géneros. Una mirada fresca y potente que vale la pena seguir de cerca. Nos quedamos con la sensación de que tiene sentido seguir escribiendo, sobre todo si la corriente insoslayable nos empuja hacia la costa de la indiferencia, hacia creer que existe algo llamado “literatura del yo” (¿qué literatura no es del yo?), a la canchereada y no sentir nada. Entonces, cuánta falta hacen historias como las de Enríquez, punzantes, escalofriantes y fantasiosas. ¿Es que acaso existe un mejor lugar para el autoconocimiento que la fantasía? ¿Y no es eso lo que nos pasa? Sentimos que nos estamos conociendo, pero solo nos estamos distrayendo.

¿Cómo fue la construcción de los personajes en tus últimos dos libros? Ya que son siempre mujeres y en tus libros anteriores eran hombres.
Fue una cosa que salió en los últimos dos años, de manera muy intuitiva. No fue una cosa buscada políticamente de pensar “le voy a dar la voz a las mujeres”, porque para mí la literatura no tiene nada que ver con eso. Crear esos personajes fue casi una decisión de tratar de resolver un problema: yo no escribía mujeres, o muy poco. Cuando lo hacía eran muy parecidas a mí. Se me ocurrió que una solución era crearlas para un cuento porque iba a tener más control del narrador y después se me ocurrió que fuese en género, es decir, en género de terror porque ahí hay una rienda más corta de lo que se puede hacer: tiene las reglas de género que hacen que el personaje no pueda explayarse de la forma que podría hacer, por ejemplo, en la auto-ficción o el realismo. Con el terror no pasa, acá el personaje puede hacer cosas muy acotadas, sabe cosas muy acotadas y puede accionar con una realidad muy determinada y que en general es muy amenazante. Entonces ahí, al poner esas trabas, fueron saliendo estas chicas.

Te fuiste imponiendo trabas para poder explorar la voz de un personaje femenino.
Sí. Y después cuando salió, salió y me gustó empezar a explorar a ese personaje femenino que es bastante parecido en diferentes épocas y circunstancias. Quería conocer esa voz en un lugar donde irrumpe lo sobrenatural o la violencia. 

Comentábamos que siempre son mujeres que tienen algún problema con un hombre y los cuentos construyen un estereotipo de hombre.
Sí, pero esos tipos no son villanos, son más bien salames. Alguno puede ser mala leche pero más que nada están como desconcertados, o son bobos o no pueden hacer feliz a sus mujeres. No está el punto de vista en ellos, entonces no sabés qué les pasa. Me parecen personajes débiles, mirados desde los ojos de ellas con desprecio pero no están demonizados, eso me parece agotador, binario y antiguo. Quería que no fueran protagonistas, no hacen funcionar la trama pero sí les sirven a ellas para moverla. 

Termina siendo una literatura muy feminista sin tener intención de serla.
Yo no reniego para nada de la lectura feminista de la cuestión, pero me parece que cuando estás laburando en literatura si vos te ponés como objetivo hacer una literatura feminista probablemente llegues a tener un buen panfleto y un mal cuento. Si vos estás más o menos ubicado en lo que pensás, eso difícilmente se mueva mucho. Yo no creo que por ser mujer tenga que hacer una literatura políticamente correcta desde el feminismo. O una literatura femenina, en el sentido de pensar la literatura femenina como la literatura de la intimidad, del yo o de la locura al estilo Lispector. También me parece que eso se convirtió en un nicho y generó que se vuelva predecible pensar sobre lo que tiene que escribir una mina: el hogar, el cuerpo, la intimidad, en conocer lo chiquitito. Loco, yo quiero una mina que escriba Juego de Tronos, que escriba guerra, quilombo y no que escriba cómo mira por la ventana y ve una ardilla. Me pone de mal humor, por más que el texto me parezca lindo. Eso es totalmente machista. El feminismo es otra cosa, no es el texto.

¿Cómo construís estas tramas con personajes femeninos que además tienen situaciones trágicas pero que pasan como si nada?
En Este es el mar, que empieza con la muerte de una adolescente, esa muerte está mirada desde el punto de vista de la protagonista que no es humana y para ella matar a una persona no es importante. Construyo a los personajes de tal manera que no les preocupan esas cosas terribles. Creo que con situaciones de violencia convivimos constantemente y no nos perturbamos tanto, me parece que el efecto ese de que te perturbe al leerlo en un cuento te pone en la cara que lo que habitualmente no te perturba debería hacerlo. Por otro lado me parece medio falsa la empatía sin fin, hay un sentimentalismo hoy en día que me parece muy berreta y muy hipócrita. Me parece muy realista construir personajes y tramas donde la violencia pasa como pasa el resto de la vida.

Es curioso que en la ficción, donde uno sabe que eso no es cierto, uno sienta como si lo fuera.
La ficción tiene se poder, por eso llorás o te asustás con una película. Es un lugar seguro. Vos podés empatizar u horrorizarte con un personaje de un cuento justamente porque no existe. Si lo haces con un personaje de la realidad tenes que tomar acciones, poner el cuerpo y tomar decisiones así que mejor no empatizar y seguir.

En la realidad no te podés permitir ser vulnerable.
Todo el tiempo no. Entonces, en la ficción, podés ser más vulnerable. La función de la ficción siempre fue la catarsis. Es una manera de elaborar el trauma de la vida.

¿Cómo construís la geografía de tus historias? Muchos cuentos no suceden en Buenos Aires y Este es el mar directamente es en otro país.
Me interesan las mitologías locales y la del Litoral porque es una que conozco gracias a una abuela correntina. También pongo historias en lugares que me interesan, como el Noroeste olvidado, pero no lo conozco, entonces muevo los verosímiles hasta ahí. Las cosas del Litoral las conozco y además me cierra estéticamente porque a mí me gusta el gótico sureño de Estados Unidos y es muy parecido geográficamente. Cuando escribís cuentos de terror con una base tan realista es un plus conocer el lugar donde sucede la historia.

En tus cuentos la trama deja muchas cosas sin contar, sobre todo en los finales. ¿Cómo determinás hasta dónde contar?
Muchas veces dejo de contar para dejarte con el miedo. Para el final del cuento vos ya estás identificado con el personaje al cual le pasa algo horroroso, entonces es mucho más inquietante dejarte a vos identificado con el personaje y con el miedo de si te va a pasar la misma cosa terrible que al personaje. Eso se logra con la técnica, en el sentido de que yo te puedo contar cómo se acaba la historia pero si hago eso te resuelvo tu angustia y yo no quiero hacer eso. Yo quiero que te quedes perturbado.

Tampoco seguís la historia en tu cabeza.
En algunos casos no. En la vida en general la mayoría de las cosas emocionales que nos pasan no sabemos por qué pasan, ni podemos distinguir cuando empiezan o terminan. A mí me parece que escribiendo literatura en el presente tiene que estar esa incertidumbre de la vida, no es que quiera generar más capas de inquietud a la vida pero las vidas son así de azarosas y complicadas. Me parece que un narrador contemporáneo tiene que tener contacto con eso y no decir “bueno acá tenes un final, con moño, váyase a casa” porque en verdad no hay finales. Me interesa también no terminar aquellas historias secundarias que suceden al interior del cuento porque en verdad no sabes lo que pasa y esas son decisiones conscientes porque ayudan al clima general de algo extraño que pasa pero no se resuelve. Es importante que el narrador tampoco sepa tanto de lo que pasa.

Se nota que tenes mucha conciencia y control sobre la narración pero sin seguir siempre la misma regla, aunque trabajes con un género muy marcado.
Lo que le saco al género es lo explícito. Yo le saco eso porque no me interesa, prefiero la incertidumbre. Entonces, utilizo un montón de pistas que tienen que ver con el género pero quitando la explicación. Yo respeto muchos arquetipos del terror más clásico pero cambió como funcionan, por ejemplo en el cuento Las cosas que perdimos en el fuego” está claro que esas mujeres son brujas, que las persigue el Estado y demás, pero yo en vez de dejarlas como brujas las convierto en terroristas de género. Mi preocupación cuando decido escribir terror es que sea contemporáneo y en mi idioma, es decir, en argentino. 

¿Tenés alguna teoría sobre qué es el género de terror?
No, pero me parece que es el más difícil de encuadrar. Para mi en el terror entra todo lo que tiene la capacidad de darte miedo, lo que es muy amplio. Lo que le pasa al género es que fue puesto al lado de géneros populares que han sido despreciados porque son solo entretenimiento o shock. Si lo pensás en términos históricos nuestros relatos sobre aparecidos, por ejemplo, nunca entraron a la literatura y fueron considerados como una mersada, como si fueran solo historias de pueblo. Sin embargo el terror es eso, un tipo de narración popular que sale de la vida cotidiana y que sirven para trabajar cuestiones de la diaria que son difíciles de soportar si no son puestas en ficción. Lo que pasa en las literaturas en español, donde no se hace ese salto de la historia popular a la alta literatura, habla de cierto elitismo de las clases que iniciaron la historia de la literatura en América Latina

¿Le tenes miedo algo?
La policía, en serio.

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