Llevar la palabra
Por Sofía Bohtlingk
Dibujo por Lino Divas
¿Por qué será que siempre nos emociona tanto ver un atardecer o un amanecer? Con esos colores naranjas, rosas, fucsias. ¿Será el paso de un mundo a otro?
La conocí a Mariana López en el taller de Sergio Bazán. Ella pintaba siempre muy cerca de la tela, con un pedazo de papel en la mano. El papel podía ser una impresión a color de alguna imagen, o de alguna National Geographic de los 70, parte de una colección que alguien había donado al taller. Las fotos tenían un trabajo de edición homogenizador que hacía que todas se parecieran un poco. Tenían un color especial, saturado, el azul de las perspectivas tradicionales, el celeste un poco lavanda, el rosa saturado, el negro medio azulado, y la luz, generando aureolas, casi como las primeras fotos que imprimías, directo de internet, con muy poca calidad. Ella pintaba todo, todo era lo mismo, una planta, una calle, un insecto, un policía de Manchester haciendo una inspección anal, un frigorífico, una niña y una cebra. Nada tenía un puesto jerárquico. Mientras tanto, asistía a un taller de poesía.
Años después, en una de sus presentaciones en la Beca Kuitca hizo una performance. Seis voluntarixs se ponían un libro abierto sobre la cabeza. El libro estaba forrado con una tela, en la cual estaba pintada la tapa del libro de López Anaya: Historia del Arte Argentino. El libro iba amarrado con una cinta por debajo del mentón. Lxs seis voluntarixs estaban de rodillas, con el mentón apoyado en el borde de la mesa. Mientras ella sostenía un balde, en altura arriba de la mesa, lxs voluntarixs recitaban un poema. Con las últimas palabras del poema, ñoqui ñoqui ñoqui, ella tiraba de una piola y así caía el contenido del balde, una masa de fideos de tela pintados y mucho pigmento que probablemente se saltaba de la tela por estar doblada, caía en el centro de la mesa, rodeada por las seis personas con sus mentones apoyados. Entre lxs participantxs, sólo las cabezas estaban a la vista, parecían unas cabezas Olmecas, el resto del cuerpo estaba atrás de la mesa, de rodillas sobre el cemento. ¿Era un bautismo? No sé si hay una posición, en la que una esté más entregada, que la de estar de rodillas. Devoción: una mezcla entre magia y fe.
La forma no define
Después aparecieron las 30 pinturas de manteles sobre 30 mesas en un sala, en esa sala no habían sillas. Te tenías que acercar para descubrir que no era un mantel sino que era una pintura sobre tela. En ese momento pensé que iba a ir por ahí, a poner en absurdo el Trompe L’oeil, y a reivindicarlo al mismo tiempo. Sacarlo de su funcionalidad decorativa o del engaño y ponerlo en el lugar sublime de lo inútil, y desde ahí volver a estar en la pintura, ya que su inutilidad es sagrada.
Después apareció la tela pintada con el cielo azul furioso, con nubes centelleantes, motorizada, que se movía como cinta transportadora. Los CDs, el jean doblado, las latas, las puertas, el slip, las cajas de cigarrillos, la sandalia. Mariana pinta como dice ella, lo que tiene a mano. Objetos de su cotidianeidad. Los pinta, después recorta la tela, y a veces les da volúmen. Va transformando, el mundo que tiene alrededor, objeto por objeto.
En El Palacio de Cristal, Ballard nos anticipa un apocalipsis, que no llega mediante un cataclismo, sino mediante una lenta y progresiva homogeneización total de las formas. Imaginemos un mundo donde todo está pintado sobre tela, y cada casa, auto, objeto, es independiente, recortado y plano. El libro y el cd no son la idea de cd o libro; son una imagen plana del cd, libro o puerta que ella tiene a mano. Mariana genera medios para llevar estas cosas de adentro de su casa hacia fuera. Hacerlas circular. Siendo ella la vendedora ambulante, la mantera, motorizando el cielo o poniéndolas dentro de cajones pintados, que finalmente son como vagones de carga. Si no eran la idea, ¿eran la palabra?
En la película Mujercitas, en la versión de Greta Gerwig, Saoirse Ronan interpreta a Jo escribiendo su primera gran novela autobiográfica. En un momento, ella empieza a colocar todas las hojas del libro, una al lado de la otra, ocupando casi todo el piso del altillo de su casa materna para corregir, visualizar y ordenar su novela. William Borroughs creía que el lenguaje era un virus, y por él estábamos condenados a una narrativa, a una linealidad temporal. Es muy difícil representar la simultaneidad con palabras, siempre van a tener un orden temporal, un antes y un después, y por ende, una causa y efecto. Por esto, estamos siempre empujados hacia el futuro (esto no sé, si lo dijo). Cuando Jo pone todas las hojas de su novela en el piso, una al lado de la otra, ocupando toda una habitación, no estará poniéndolas todas en un mismo plano, ¿todos los sucesos y palabras?
Las palabras en una oración están una detrás de otra. Aunque si tirásemos las palabras al piso, desperdigadas, el CD, la puerta, el jean, la lata, la sandalia, las meto en un cajón, las hago circular en un tren, las llevo en mi bandeja de vendedora ambulante, las pongo sobre una manta de mantera. Son todas estas palabras, que tienen pintado un objeto que Mariana tiene a mano. Se mueven unas detrás de otras casi armando un poema, que sucede como suceden las pinturas, todo al mismo tiempo y en un mismo plano.
¿Es por la palabra? ¿quieren llevar la palabra? Llevar la palabra a un mundo donde la narración sea no-lineal, o a un mundo donde no hay nexos coordinantes entonces sólo se nombran sustantivos comunes y es el mundo más concreto posible. Hablamos de, “ésto está entre el límite de la pintura y de la escultura, cómo si fueran mundos tan lejanos. ¿Cómo será el paso del mundo de la palabra al de la imagen? ¿ Y del mundo de la pintura, a un poema? Mariana utiliza una técnica de la poesía aplicada a la pintura. Las pinturas parecen poemas, hechos con imágenes, de cosas del interior, llevadas al exterior, que parecen la palabra, y que se leen en diferente orden, o todas al mismo tiempo, como en la pintura.
Y al terminar este texto, en una obra de Mariana, apareció pintado, en el reflejo de un anteojo, la sombra de una figura humana. Voy a seguir pensando, lo que sea, con tal de seguir pensando en la devoción mientras me lavo los dientes.