Laberintos emocionales
Por Fran Stella
Dibujo por Matías Romano Alemán
Hace unos meses, se presentó al público Intimidad de lo común en el Conti. En medio de la obra, dirigida por Silvio Lang y co-creada junto al grupo de performers*, irrumpió en mi mente la imagen de un laberinto. Escribí una nota que nunca se publicó sólo para descubrir, dos meses más tarde, que la muestra Dendrita de Denise Groesman en Móvil y la muestra ˂´\|˃~~)°{ de Maxi Murad en la galería Moria también harían vibrar el imaginario laberíntico.
Creo que hay muestras que suceden en simultáneo como respuestas a preguntas que nos hacemos colectivamente. Más allá de la casualidad. Es como si constelaran obras, aparentemente sin planearlo, para que podamos elaborar algunas ideas y sensaciones. Tanto en el caso de Murad, como en el de Lang o Groesman esto sucede a través del goce y el juego.
Podríamos pensar esos contenidos que se actualizan como mitos o símbolos colectivos que forman parte de nuestras vidas, moldean nuestros comportamientos y sentires hasta el punto que es difícil discernir entre lo propio y lo que se impone. Carl Jung propone conocerlos y remontar el río arquetípico y acercarnos a la fuente, a ese caldo de cultivo primigenio que nos conforma a todxs por igual para desembarazarnos de las marcas conocidas y encontrar las maneras propias.
No es fácil. En los últimos años se popularizaron muchas herramientas que en última instancia buscan hacer conscientes los condicionamientos heredados y sobre todo formar patrones nuevos: microdosis de hongos, drogas sintéticas, astrología, biodescodificación, meditación y más. No hay garantías.
Me propongo entonces escribir una ecuación que incluya las tres muestras y cuyo denominador común sea el laberinto. Propongo también la idea del arte, sea lo que sea, como otra herramienta colectiva y pragmática para actualizarnos. Como una gran microdosis para todxs.
¿Cómo salir del laberinto?
Antes de preguntarnos por maneras de salir de él, parece importante hacernos la pregunta ¿para qué ingresar? El laberinto es un símbolo complejo de muchas capas. El laberinto nos invita a trazar en la tierra los caminos del cielo. Lo que entre sus paredes puede parecer confuso y sin sentido, desde el cielo se ve como un patrón claro. El movimiento dentro de él combina la línea recta con lo espiralado y en el gesto ritual de caminarlo para llegar al centro se cruza el umbral que conecta reinos distintos. En este sentido, el laberinto es una imagen para el signo zodiacal de Virgo.
Dendrita y ˂´\|˃~~)°{ parecen acurrucarse cerca de esta cara del laberinto. Ambas muestras suceden al recorrer en el único sentido posible el espiral en torno al cual fueron construidas. ¿Cuáles son entonces los planos de la realidad que juntan? Es sobre todo una pregunta para llevar de compañera cuando las visiten.
Ambas encuentran en lo laberíntico un punto de fuga hacia la circularidad temporal.
Las obras de Maxi se vuelven reliquias de un futuro en el que la capacidad del cemento para sostener y las líneas rectas y grises de los cuadrados se nos revelan como la otra cara de la abuela que cocina un guiso. Nos reciben ofreciendo generosamente los colores pasteles que nos deleitan en bandejas de durlock. Ternura y sostén, durabilidad y fragilidad se acercan panza con panza y se vuelven pixeles dignos de ser sometidxs al proceso que Maxi llama calcarización ritual.
Denise, en cambio, nos lleva de paseo al universo espeso y oloroso de la descomposición ritual. Ella también esculpe el tiempo para encontrar cara a cara la aldea ancestral con los desechos plásticos del futuro. Pero entre sus narices se respiran las preguntas ¿es válido seguir pensando en términos de “natural” y “artificial” o de “alimento” y deshecho”? y entonces al trenzar los juncos con la cinta adhesiva, además de construir las paredes del laberinto se acercan la naturaleza y la cultura y se ríen en sus propias caras.
En el gesto de incluir los desechos que producimos en los caldos de cultivos bacterianos, se produce el pasaje de escorpio a sagitario y descubrimos que el único sentido posible para nuestro extraño viaje extraterrestre en la tierra es el de reconocernos tanto en el junco como en la botella, en la bacteria como en las amigas. En otras palabras, que amiga es un sinónimo de bacteria, lata y barro y que cada amiga tiene su lugar.
Incluir los desechos es también incluir la muerte en el ritual. Si en ˂´\|˃~~)°{ la muerte aparecía por la tangente haciéndose presente en la parquedad de los grises que se adivinan tiernos y tan salvajes como pinceladas technicolor, en Dendrita la muerte es, como el tiempo, materia prima para la obra.
Pero sólo es posible incluir la muerte como aquello que nos transforma en pleno proceso de despliegue y no como el final del viaje, si descendimos a las profundidades a encontrarnos con lo que tememos. Intimidad de lo común nos lleva por este camino. Para la consciencia identificada con la parte luminosa, es decir con aquello que vemos claramente, el laberinto entraña los peligros de las aguas profundas: el de perdernos y ahogarnos en su interior.
Desde la astrología, podríamos pensar esta cara del laberinto como una fase escorpiana: en él encontraremos al minotauro, el monstruo ancestral que representa nuestras pulsiones animales. Oportunamente negadas en una fase anterior por representar una amenaza para nuestra parte más vulnerable.
Ahí precisamente radica la potencia de la aventura hacia el interior del laberinto: recuperar y reconocernos en aquello que necesariamente tuvimos que dejar afuera antes para insertarnos en una matriz que nos trascienda.
Los peligros: no encontrar el camino de regreso o ser devoradxs.
En el mito griego sobre Teseo, es el hilo la clave para adentrarnos sin perder el camino. Este objeto es capaz de adoptar la forma espiralada y la de los recovecos momentáneamente. En otras palabras, podríamos pensar que la mente racional simula la forma de los misterios profundos para luego volver a la normalidad.
Imagino que Intimidad de lo común también invoca y actualiza las posibilidades de relacionarnos con el laberinto. Lxs performers se vuelven “osteópatas del movimiento restringido” pero en este caso, el hilo y el tacto son prescindibles: se adentran en el laberinto guiándose por la vibración del campo de fuerza de las cosas.
El minotauro
¿Podríamos pensarlo como un monstruo que también convoca la inercia y la resistencia al cambio del toro que cómodo quiere seguir pastando en el mismo lugar por siempre?
Así, pensar que lo que Simondon (en cuyos textos está basada la obra de Silvio Lang) nombra emoción -esa energía-de-más que se estructura y permite a algunos cuerpos pegar un salto de frecuencia para dejar de hacer las cosas como se venían haciendo- es una manera de enfrentarnos al Minotauro sin la espada.
El hilo ahora nos permite tejer nuestrxs cuerpos que, desprovistos del tacto pero juntos, pueden adentrarse en el laberinto a recuperar lo excluido y a vencer esa parte nuestra que desea que todo se estabilice y siga siendo igual.
Entonces, la ecuación será una con infinitas soluciones y tantos factores como nos dé la imaginación. Esta nota es también una invitación a que quienquiera agregue más.
El ejercicio de pensarnos colectivamente con la necesidad de replantear nuestro lugar dentro de un sistema que es más vasto que la humanidad y que incluye otras especies; hacer el esfuerzo de preguntarnos qué lugar ocupamos dentro del gran código de pixeles que es la vida; resignificar el lugar de los deshechos, la muerte y la transformación es difícil pero no sorprende. ¡Gracias a las muestras-tableros-de-juego que nos dan pie para buscar posibles soluciones al acertijo!
* Alan Borsini, Flor Sánchez Elía, Jaguar dorado, Julia Hadida, Julián Dubié, Lucía Amico, Nehuén Zapata, Rodolfo Opazo