La última reserva de incertidumbre
Por Charly Gradín
dibujo por Antolín
Esta charla se pregunta sobre las relaciones entre el arte y el mundo exterior. Es una pregunta más o menos ansiosa, más o menos capciosa, dirigida a los artistas, y a los espacios en donde estos se reúnen ¿Qué tienen para decir acerca del mundo? ¿Cuál es su aporte? ¿Qué le proponen a ese mundo social que los rodea, los alberga, los espera, etc.? Las preguntas asumen una distancia respecto del mundo, entre la incomprensión y el desinterés.
Me parece una inquietud sin motivo. Creo que es al revés, el único sentido que puede tener el arte hoy, es el que adquirió a través de más de un siglo de experiencias de vanguardia. No es nada original. Son los intentos de abandonar de la forma más completa posible las tradiciones, los lenguajes y las prácticas sociales establecidas. Hoy el arte tal vez sea una última reserva de incertidumbre, en un mundo cada vez más explicado; una fuente de curiosidad en un mundo inundado de respuestas.
Desde fines del siglo XX, la expansión de las redes y las computadoras creó un ecosistema global e instantáneo compuesto de informes, mapas, manuales y demás géneros del conocimiento popularizado a través de las computadoras. Una de las experiencias menos observada de las aplicaciones de redes sociales extendidas alrededor del planeta en los últimos años, es su capacidad para transmitir certezas. Junto con el buscador Google, las redes generaron la posibilidad de acceder a volúmenes de información y conocimiento como nunca antes en la historia de la humanidad.
Al mismo tiempo, el género de la literatura de autoayuda creció hasta abarcar casi por completo la cultura. Hoy la terapia es el modelo de casi todas las prácticas sociales: saberes y experiencias aparecen pensados en términos de una mejora posible, y deseable, para quienes los protagonizan. Nada se pierde, todo se pone al servicio de una vida mejor. El credo se extiende al arte y la cultura entendidas como caminos de crecimiento: espiritual, psíquico, político, monetario… El sueño del progreso indefinido sigue siendo uno de los motores más extendidos del mundo contemporáneo, ahora convertido en una causa personal, ni siquiera colectiva.
En este contexto el arte -lo que sea que signifique- resguarda experiencias cada vez más difíciles de encontrar: las de las palabras intraducibles, los lugares imposibles de ubicar en el mapa, las personas sin historia escrita a la vista, más allá de la propia grabada en sus caras, las de las tradiciones sin incorporar en la entrada de ninguna enciclopedia. El sentido del arte, desde este mirada paranoica, podría estar en su destino desconocido, entre el olvido, la duda, la confusión y el maleficio involuntario de los símbolos y las imágenes manipuladas sin que sus autores alcancen nunca a vislumbrar siquiera el resultado de sus acciones.
Los hackers de los primeros tiempos de las computadoras personales a principios de los años ‘70 decían que “La calle encuentra sus propios usos para las cosas”. La consigna depositaba la fe en las capacidades creativas de usuarios que debían luchar para lograr acceder a la tecnología. El cyberpunk los imaginó como un sector marginal, hambriento de dispositivos, que defendía su libertad para hacerlos funcionar según sus propias fantasías, al margen del mercado legal, los intereses corporativos y el sentido común. El arte podría pensarse como el resultado de una interacción similar, una alquimia de garage entre materiales disponibles y la calle, entendida en sentido amplio e imaginario, adonde es necesario salir a buscarlos: CCV, como decían en las tanguerías de barrio, “Calle, Cordón y Vereda”. Pensado desde este lugar, el arte sería el resultado de encuentros azarosos entre habitantes del espacio público y las obras libradas a su suerte en él. ¿A qué mundo le puede hablar el arte contemporáneo? ¿Con quién establece sus diálogos? Quizás un modelo del arte del futuro sean los antiguos graffitis: mensajes semi-incomprensibles sueltos en la calle, puestos a disposición de quien termine por encontrarlos.
Pero el problema con estos objetos librados a su suerte en el mundo, es que corren el riegos de pasar desapercibidos, de no despertar el interés ni la curiosidad de nadie, y de seguir su camino rumbo a la misma degradación natural que le espera al resto de los seres y cosas del mundo.
Y volviendo a la pregunta de la mesa sobre si es posible salvar la distancia que separa el arte del mundo exterior, tal vez siguiendo esta línea, antes que abrirse al mundo el arte debería pasar a la clandestinidad. Y rezar para que alguien se acuerde de ir a buscarlo. Serían fragmentos de sentido incomprensibles, perdidos en el gran bazar que imaginó Burroughs, donde confluyen lenguas, drogas, organizaciones políticas y formas de vida provenientes de épocas y geografías distantes, casi siempre desconocidas, imposibles de ensamblar en ningún tipo de síntesis, mucho menos de describir o mapear de forma coherente. El arte como un intento por acercarse a la extrañeza que transmitía el poeta José Sbarra, según sus palabras grafiteadas en una pared de San Telmo hace unos años, cuando decía que él era “de otra época, de una época que nunca existió”. La pregunta por la desconfianza del público frente a los ámbitos del arte contemporáneo, tal vez se responda asumiendo que estos ámbitos todavía están lejos de ser lo suficientemente distantes, incompensibles y cerrados. Y lejos de ser, por eso mismo, una fuente de inquietud y curiosidad capaz de conmover la mirada del público.
Aunque esto no es un reclamo ni una queja. En realidad, el arte ya tiene un camino recorrido hacia la marginalidad. Buena parte del arte contemporáneo transcurre más allá de las puertas cerradas de las galerías y las colecciones privadas. Y la mismas feria de arte en la que estamos es una especie de burbuja social y financera literalmente separada de la trama urbana y social que la rodea.
El problema, quizás no sea volverse incomprensible, y esquivar las respuestas porque sí. Aguzar las preguntas hasta agotar las respuestas concocidas sería el único camino hacia la incertidumbre.
Conceptos como el antropoceno pueden resultar desmovilizadores, cuando asumen preguntas cuyas respuestas se saben de antemano. Una investigación desde el arte tal vez debería partir de los mismos materiales del mundo, y seguir la curiosidad de quienes se hayan acercado a ellos, sin planes ni programas definidos de antemano, asumidos como parte de una búsqueda siempre al borde de perder la última cuota de sentido.
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