La terapia sexual de la historia del arte argentino. El zombi espiritual. El faltante incorregible, la forma irreconocible.
por Santiago Villanueva y Liv Schulman
Una noche en París estábamos en un boliche gay donde vimos un chico a quien le faltaba un brazo. Era muy atractivo, y tenía mucho éxito, resultó que era un bailarín que intervenía en el video de Kader Attia “Reflecting Memory” un video donde se piensa los traumas de la historia como miembros fantasmas, faltantes que siguen picando pero que se reemplazan con silencio y estrés post traumático. El video usa como ejemplos llanos una terapia muy conocida, se coloca un espejo en el lugar del miembro que desapareció y se va intercambiando el miembro por su reflejo, por ausencia, por prótesis, por palabras, por otros objetos, así la persona se va habituando de a poco a una situación doble y singular a la vez y despliega su cuerpo cyborg. Varias terapias salen al encuentro de este síntoma que no es personal sino infeccioso y compartido.
1- Un miembro fantasma es una parte del cuerpo que falta pero que a su manera nos recuerda que está presente. Los miembros fantasmas no están pero siguen picando. Los de la historia mantienen a las sociedades melancólicas, frustradas en la incapacidad de elaborar los duelos de su propia cultura ¿Qué le pasa a la historia del surrealismo/ peronismo en Argentina?
Los miembros fantasmas tienen que ver indirectamente con el deseo y la aspiración. Son los dos términos que más definen la vida de aquel que lleva a cuestas uno o más faltantes. Si hay un miembro amputado también hay un borde poroso que se esconde, el límite entre ese corte abrupto y el comienzo o la proyección imaginaria de formas. Ese borde se oculta porque es el punto de mayor definición, lo que da mayor personalidad a la amputación. Pero también es el borde de lo impresionable a la vista, aquello que tenemos el impulso de ver y a la vez alejar de los ojos.
El deseo en este caso tiene que ver con un objeto preciso que se quiere alcanzar, cuya forma elaborada tiene una claridad casi irreversible. En cambio la aspiración es aquello que cada vez que avanza deforma la imagen que lo motiva. Es en este cruce de dos sentimientos que aparece el surrealismo y el peronismo en Argentina. El surrealismo argentino, surgido en 1939 como parte del programa del grupo Orión, es aquel que autoconsciente del desarrollo de la historia del arte en una geografía determinada, puede distanciarse y tomar decisiones históricas en el presente. Así marcar a futuro redes de contacto e influencia irreversibles, como lo es el surrealismo hasta el día de hoy. Orión ve que el faltante vanguardista es el movimiento que Bretón fundó en Francia hacia 1924, y determina trasladarlo como un gesto, incumpliendo las normas básicas del mismo desde sus obras. Al fin y al cabo no importaba tener personalidad, sino marcar ese momento para poder seguir adelante.
El peronismo, como zombi espiritual, vio en el surrealismo una propuesta de campaña política, y avanzó firmemente construyendo un clima de ensueño social y religioso, laico. Así el faltante se transformó en lo que algunos llaman “cáncer” y otros como un “objeto político no identificado”.
2- Qué hace una prótesis. ¿El arte es una?
La historia del arte en Argentina siempre se pensó como una prótesis pero bajo la dicotomía faltante-reemplazo. Pero pensar la prótesis como un reemplazo es muy limitado, siempre hay que observar con detenimiento aquella forma que sustituye a la original. Esa nueva configuración, muchas veces, cuando se aísla es imposible de reconocerla en relación a su referente. Allí el arte pasa a funcionar como prótesis, y podemos considerar a esos referentes no solo elementos vinculados al arte sino también extra-artísticos.
Esas nuevas formas son funcionales, o merodean la primaria. La rodean con un tono entre la burla y la felicidad, siendo conscientes de su propia invisibilidad y también de su extrañeza.
3- ¿Qué implicaciones políticas tiene interesarse en el estrés postraumático del cual sufre la mitad del mundo para un artista? Si el arte funciona como una suerte de prótesis moral que corregiría lo que quedó trunco una terapia subterránea de orden más sexual y más real opera al mismo tiempo, una terapia sexual para repensar un cuerpo cambiado, dividido y desmembrado.
Hay un autorretrato en acuarela del pintor argentino Jorge Larco del año 1939 que lo muestra con la nariz cubierta por un parche. Es bastante violento, porque es claro que Larco sufrió un golpe que provocó un quiebre o rotura en su nariz. Pero es extraño que eligió retratarse de ese modo, con esta “máscara nasal por fractura” que no deja de obsesionar a quien mira la pintura. ¿Por qué nos llama tanto la atención cualquier proximidad entre el cuerpo y objetos que no tienen que ver con la vestimenta? En este retrato uno no puede dejar de pensar en qué habrá sucedido, cuál habrá sido el accidente, cómo habrá quedado su nariz. Esta obra conecta lo que decíamos al comienzo con algo de esta pregunta. Luego del golpe inicial, el zumbido o “estrés postraumático” persigue a la persona no solo en su dolor físico sino también en su imagen, el stress tiene un elemento visual muy importante. Entonces podemos trasladar esto tanto a momentos históricos como a geografías, también a obras de arte o artistas. En esta línea el surrealismo argentino es un stress postraumático que aún agoniza. Algunas características del arte contemporáneo también.
Con esto quiero decir que el arte puede ser una terapia sobre el estrés para territorios que acaban de salir de una gran crisis, acaban de tener un atentado o un lento vaciamiento por parte del estado. En estas situaciones, donde las reacciones cobran un grado de moralidad insalvable las obras funcionan como el correctivo o la prolongación de lo que no pudo suceder, de procesos truncos. Es así que podemos desviarnos y pensar en el estrés como una forma de emprendedurismo, uno de las adjetivaciones más frecuentes hoy para el arte contemporáneo. La ansiedad, o el intento de cumplir metas inmediatas, no solo se impone como modelo de valor sino como aspiración colectiva. Estas características aluden más a las obras que a los propios productores, son más evidentes en su presentación pública que en un modo de trabajo. Por eso el estrés es un problema formal en la obra, que debe analizarse, estudiarse como una característica que reemplaza al color. La perspectiva ya no es una herramienta para construir un espacio físico, sino la proximidad con la que se aborda el trauma. Así, en un nuevo manual de análisis deberíamos contemplar la aparición de términos que surgen frente a situaciones amenazantes o de demanda incrementada.
El nuevo léxico no reemplazaría un análisis de la forma, sino que pensaría un formalismo que “reacciona a un desafío” (así se define al estrés en wikipedia).
La pregunta sería cómo entran las terapias sexuales en todo esto, trasladando esta idea al momento del placer o la satisfacción en el arte. La vanguardia, con todas sus desviaciones, funcionó en gran parte de Latinoamérica como una terapia: dejó cambios irreversibles en las actitudes y vocaciones. El placer de estimular esta repetición, ante la imposibilidad de hacerlo con las propias manos, o el propio impulso, transformó todo intento de avance y actualización en un tratamiento que no acaba.
Tenemos que pensar las vanguardias como una serie de portales simultáneos, con capacidad de multiplicarse, que no pueden cerrarse fácilmente. Ese eco, casi invisible, que producen está más próximo a una infección que a una influencia, porque la infección es producida por un agente externo que modifica un funcionamiento total, y obliga a un tratamiento.
La vanguardia como terapia sexual es el placer regularizado, más próximo al trabajo, y a desbloquear complejos que se afianzaron en el siglo XIX y se combatieron o combaten desde comienzos del siglo pasado.