La performance llegó a calle Corrientes

Por Pepo Scioli

Dibujo por Matías Romano Alemán

¿Qué es la performance? Está fue la pregunta que estuvo presente todo el tiempo en la obra Yo soy tu performer de Iván Haidar en el marco de la Bienal de Performance en la sala Casa Cubierta del Teatro San Martín. Una señora de unos cincuenta años que estaba presente sentada en una butaca respondió de la siguiente manera: “Algo que diferencia a la performance de la danza o el teatro es la ausencia de una estructura dramática.” Diego Velazquez que estaba llevando las riendas de la situación le respondió: ¡Ah! Algo leiste.  Ella se había enterado de la obra por la cartelera web del teatro. ¿Qué pasa con los teatros públicos de la Ciudad de Buenos Aires? ¿Cómo es trabajar en uno de ellos? ¿Qué nos resulta interesante hacer en una institución que es de todxs? ¿Para quién se trabaja en un teatro público? Wow wow wow cerebrito, vamos por partes.

¡Ni siquiera un escenario nos merecemos! Yo soy tu performer sucedía en el proscenio, que es la parte del escenario que está más cerca del público. Las malas lenguas comentan que detrás del telón, que siempre se mantuvo cerrado, se escondía la escenografía de Cae la noche tropical. La obra duraba unas cinco horas y se podía entrar y salir cuando se quisiera de la sala. Durante este periodo siete artistas, invitados por Ivan, lo dirigieron a él por unos treinta minutos cada uno. Ellos eran Gustavo Tarrio, Antonio Villa, Camila Malenchini, Ariel Farace, Diego Velazquez, Nayla Pose y Mayra Bonard. 

El dispositivo teatral estaba desarmado. El teatro era un “cabildo abierto”. La actividad en el proscenio y el telón cerrado daban la impresión del teatro tomado.  Los artistas disponían de público para hacer algo que no sabían cómo iba a salir. El público, por su parte, estaba dispuesto a ver estas discusiones a partir de las cuales se llegaba a “algo”. Si bien la obra era siempre en referencia a Ivan, las pruebas diluían la identidad de su persona. El performer estrella, estaba full entregado a lo que sucedía, iba hasta el fondo. Pero antes de entrar parecía un tupper vacío, listo para contener lo que sea. Espectar la obra nos dejó al menos una premisa: cuando no se sabe qué va a pasar el humor es un buen arma. Así fue que vimos dramas de lo más profundos a lo Alfredo Alcón, grandes momentos en los que no pasa absolutamente nada, chequeos de sala, masturbaciones con hachas, parodias a Pina Bausch, bailes espásticos, lecturas de poemas e inclusive todo el público se sacó las ganas de ser performer después de ponerse unas caretas de Ivan que Camila Malenchini trajo a la escena. 

Frente a la incapacidad de responder a las preguntas que hice al comienzo, diré lo siguiente: creo que una idea interesante es mostrar cómo funciona un teatro público. ¿Cómo mostrar los recursos que se disponen para realizar una obra de forma poética? Esta pregunta, más allá de que si fue o no una intención del artista, que dicho sea de paso no me parece relevante, estuvo presente. Y es más, me arriesgo a decir que sí estuvo presente no estuvo presente sólo por Ivan. El formato de la performance, a raíz de las invitaciones, armó entre Ivan y sus colaboradores (al menos mientras duró la obra) una comunidad. Un grupo de personas que comparten un punto de vista sobre una situación desastrosa para trabajar como lo es la escena de artes escénicas en la Ciudad de Buenos Aires. Una ciudad llena de recursos abandonados que no se ponen a disposición. Donde los artistas tienen que ver todo el tiempo como hacer para realizar sus trabajos y encima de eso desde afuera se exotiza su condición de trabajadrxs precarizados. Se exotiza el “estar atado con alambres” como si detrás de las obras no hubieran personas que tienen que comer, pagar un alquiler, una obra social, una jubilación, vacaciones, etc. 

Al final de la obra Diego Velazques le pidió a Ivan que realice un movimiento por cada año de formación en su vida. Antes el público había pedido que la obra terminará en la calle. Salimos de la sala, haciendo un coro de palmas. Iván realizó su solo en la vereda. Saludó a los presentes desde la calle agarrado de la mano de todxs los que participaron. Se ovacionó al elenco y muchos se sacaron las aclamadas selfies para sumar a la colección de artistas en calle corrientes. A todo esto éramos un estorbo para las personas que pasaban por la vereda. En definitiva, más allá del alto grado de mostritud, uno sale a avenida corrientes y es nadie.

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