La mitad más uno
por Mara Pedrazzoli
dibujos por Lino Divas
Me enteré de la muerte de Maradona mientras pasaba de un chat a otro en WhatsApp, la noticia entró como un mensajito más y era tan breve (“murió el Diego” y un emoticón llorando) que no parecía verdad. Al ratito prendí la tele y me dí cuenta que todo el país estaba hablando de lo mismo y pronto la noticia daría vueltas por todo el planeta Tierra.
La primera sensación que experimenté fue de vacío, ese abismo que deja algo o alguien cuando deja de existir, como un globo cuando se pincha. Y a diferencia de lo que pensé con la partida de seres cercanos, no me invadió la pregunta existencial de cómo fue, qué pasó, qué lx había quitado de mi lado. No quedé petrificada, sino que empecé (empezamos) a recordarlo, eufóricamente, como queriendo retenerlo antes que se haya ido del todo.
En un chat con amigos que se dedican a hacer política citábamos sus frases, con enorme sentido de razón y justicia. “No me dejan entrar a Japón porque consumí drogas pero dejan entrar a los yankies que les tiraron dos bombas atómicas”. Ya empezaban a circular las primeras imágenes: Maradona con Cristina, con Néstor, con Chávez, con Evo Morales y con Fidel Castro. En todas las fotos una sonrisa.
En un video Maradona llega con su familia a una casa de la Paternal que le había alquilado el club Argentinos Jrs para que jugase al futbol. Todos se abrazan y amuchan para que pueda captarlos el lente de una cámara. Están en el patio interno de una casa, que tiene escaleras y mosaicos en el piso, algo que pasaba por primera vez en la familia de Diego.
Una enorme responsabilidad, dice la hermana, y Diego sonríe.
Encauzar el deseo de uno tiene bastante de mágico, encarnarlo a nivel nacional o mundial no tiene explicatoria. Levantar los brazos y que se venga abajo un estadio de fulbol lleno de personas vitoreando es una imagen divina.
Me quedo pensando que si el primer equipo de liga A donde jugó al futbol fue Argentinos Jrs, eso tuvo algo de premonitorio, quizás, de cuál sería su semblante.
Murió el mismo día que Fidel Castro y mientras partía de este planeta, digamos, se cargó a los Pumas… o no?
En esta sociedad no somos todos lo mismo, pero nosotros somos la mitad más uno. Somos la mitad más el diez.
Los que lloramos a Maradona el miércoles 25 de noviembre creo que temimos también por lo representa su falta. Maradona es esa Argentina que se está yendo: Minguito, el Chavo, Landriscina[1], Atahualpa Yupanqui. Moria Casán, Susana Giménez y Tinelli. Menem, Cristina, Palito, Charly García. Gardel. Gardel y Maradona.
Hace unos días miré esta película: Diego, una historia de amores y odios. Sobre el Mundial 1994, cuentan que hubo un ajuste de cuentas entre la FIFA por los dichos de Maradona cuando “le cortaron las piernas”. Maradona incomodaba, porque hacía algo más que jugar al futbol como un Dios.
¿De qué se lo acusa a Maradona? ¿De robar, de codiciar bienes ajenos, de no honrar a su padre y a su madre, de no amar a Dios? De cometer adulterio.
Maradona era un buen cristiano pero morocho. Morocho y honrado es una combinación funesta para las castas medias argentinas. A minutos de su muerte, La Nación publicó un artículo en su memoria ocupado de aclarar que Maradona como jugador sí, pero como persona…
Las horas pasan, hablan de la “complejidad” de la personalidad de Maradona, y yo sigo mirando fotos. De joven, con ese pelo negro semilargo que no termina de caerle sobre las orejas y parece un sombrero de ala blanda cubriendolé sus ojos profundos.
Por el pelo, en Fiorito, le decían pelusita.
Otra foto de Diego con su madre tomando mate, él está recién bañado y sostiene una pequeña pava con la punta de sus dedos. Está un poco inclinado para ver la revista que le enseña su madre. Así pasa el tiempo para los pobres, en familia y con un mate de por medio.
Pasa la tarde y tengo los ojos hinchados. Salgo al balcón cuando el sol se pone, brillante, enorme, fluorescente, e inmediatamente levanto la mano para taparme el reflejo. Así que pensé que lo estaba saludando. En el cielo, los pájaros volaban en distintas direcciones, todavía no se habían juntado para dar esos paseos en bandadas que hacen cuando el cielo se apaga.
A la mañana siguiente me levanto con mal carácter y converso con mi vecina, como todos los días. Ella dice: se murió estando mal de salud y gordo, y yo le contesto quién sos vos para decidir cómo se tiene que morir la gente.
Más tarde, estaba en casa y pensé que uno de mis gatos se había escapado del edificio. Algo que jamás ocurrió, pero bajé las escaleras corriendo y salí a la vereda, y enfrente lo ví a mi vecino Ricardo, a quien quiero mucho. Crucé, me acerqué a él y puse mi mano sobre su hombro y lloré, por mi supuesto gato perdido. Unas horas más tarde conversamos sobre Diego y me dijo: él era más inteligente, mientras los otros pensaban, él ya había agarrado la pelota y salía corriendo, porque había pensado antes, más rápido.
Fueron lindas sus palabras, Ricardo también se crió en un barrio pobre, jugaba al futbol en Campana y era de boca. Hay un poquito de Maradona en todos nosotros. Yo pienso en esa hermosa coincidencia de que mi nombre sea Mara y yo sea una dona. Me río.
[1] cuando digo Argentina me gusta pensar también en América Latina.