La guardia sindical
Por Emilia Casiva
dibujo por Antolín
Buenas tardes, compañeras. Estamos hoy aquí, reunidas, viviendo un tiempo particular que nos exige forjar un nuevo trato. Para entendernos, primero les pido que prioricemos el drama, o mejor dicho la dramaturgia del caso. Porque dramatizar es exagerar el sentido, compañeras. Y nosotras sabemos muy bien de qué se trata convertirnos en la imagen y el espectáculo de la exageración: llevamos encima el encanto y el tormento de la condición exagerada. Esa imagen que el mundo hizo de nosotras y con la que nosotras nos hicimos en el mundo, alimenta nuestra materia psíquica y nuestra voluntad plástica. Pero no quiero derivar compañeras, mucho menos al comienzo, porque pienso que tengo algo para decirles aunque no me salga decirlo si no exagero. Sólo quiero hacer esta petición de principios: dramaticemos. Para entendernos y servirnos de la forma hasta convertirla en el colmo de su sentido.
Entonces, lo primero que quería decir se refiere a la época que nos toca. La hora a la que debemos hacer frente se sitúa –nos dicen- en el “después de”. Parece que estaríamos viviendo, compañeras, el “después” de la profesionalización del arte. Habiendo atravesado ya las disputas entre arte y profesión, ya sea porque el arte habría o cedido, o desistido, o resistido a profesionalizarse. Y esa sería una de las condiciones que definen la pista sobre la cual bailan nuestras prácticas hoy. Una pista que no sólo es un campo sociológico con sus fichitas, que no sólo es una definición epistemológica sobre lo que pensamos que el arte es o puede llegar a ser, o un paisaje semiótico donde se mueven los significantes. No, no. Este presente al que algunos llaman “post-profesional”, esta pista es –también- un espacio para la invención. Y he aquí lo que nos compete, porque aquí es donde empieza el trabajo artístico. Cuando nos corremos del diagnóstico pelado y nos preparamos para realizar un salto enunciativo y material. Es decir, cuando nos disponemos a inventar. Es todo lo que tenemos, y no es poco compañeras.
Por eso no quiero repetir lo obvio. No quiero volver a decir que el mandato o las expectativas de profesionalización del arte no se han cumplido ni de forma extendida, ni de manera homogénea, y mucho menos equitativa -pongamos por caso- a lo largo de nuestro país. Pero tampoco da esconder la distancia -o mejor dicho el desvío- que separa unos tiempos y unos territorios de otros en relación a este presente. El desvío entre quienes fueron a la fiesta, quienes no llegaron y quienes saben que nunca existió. Creo que debemos vivir nuestro desvío con más pericia, compañeras. Pero les pido disculpas porque he vuelto a derivar y quiero llegar al punto. Igual ahora que me acuerdo, Ursula K Le Guin decía que todo bien con lo recto, pero que ella era más bien retorcida (porque además la sintaxis corta y clara es “demasiado varonil”). Y también decía que Hemingway “hubiera preferido caerse muerto a tener tanta sintaxis”. Es que derivar es llenarse de sintaxis, compañeras, “de cláusulas subordinadas y de referencias confusas”. Y eso es lo que hacemos nosotras: exagerar, dramatizar la contradicción, desviarnos y tener una sintaxis larga y retorcida.
Estábamos hablando entonces de invención, de forma y de figura, es decir de figuras de artistas y de formas del arte. Porque adoptar un perfil de artista –en el sentido en que eso puede ser interesante – es inventar una hipótesis sobre el arte y empujarla hasta el final. Eso no significa pedirle al arte que dé más de lo que puede dar, si no pedirle más a nuestras hipótesis. Entonces una vez decretada y certificada la defunción del artista profesional, no podemos simplemente volver para atrás y atrincherarnos. Porque la verdadera discusión no pasa aquí por la profesionalización sino por el trabajo, compañeras. Ser trabajadora y ser profesional no son la misma cosa, no caigamos en esa trampa. En primer lugar porque el profesional es el empresario de sí mismo, y la trabajadora sólo existe en relación con otras. El trabajo es eso, compañeras: una forma de darnos al vínculo con las otras.
Pero hay otra cuestión fundamental, vertebral diría: y es que si las artistas son trabajadoras, lo son de una clase bastante peculiar. La peculiaridad de su caso, es decir la particularidad del trabajo artístico, no tiene que ver ni con la “producción intangible”, ni con el “trabajo cognitivo”, ni con el “capital creativo”. Que no nos vendan gato por liebre, compañeras. Esas adjudicaciones, en la discusión que nos concierne, son mero decorado. La peculiaridad del trabajo artístico tiene que ver con otras cuestiones, cuestiones mucho más fundamentales: y es que las artistas producen valor al mismo tiempo que intervienen en el modo de producción de ese valor, abriéndolo de cuajo. Y es la dialéctica entre el arte y el trabajo la que nos permite, compañeras, entender que producción de valor y producción de ganancia no son la misma cosa y que ser trabajadoras no implica responder a la lógica del rédito y del capital, sino precisamente rajarla. Entonces caer en la obligación de responder si el arte es “productivo” o “improductivo”, es caer en la trampa que nos tendieron ellos, compañeras.
Por eso propongo que inventemos otra hipótesis (provisoria y sin garantías, pero llevada hasta sus últimas consecuencias): la hipótesis de una vertiente poética que nos permita desubicar las dimensiones sensibles del arte y del trabajo. Esta vertiente poética no implicaría ni liberar al arte de su magia (exponiendo el trabajo que sostiene el truco artístico), ni exhibir las condiciones de producción que aseguran la ilusión artística. No se trata de eso. O no solamente. Lo que tenemos que rescatar para nosotras, por un rato compañeras (y digo rescatar porque es algo que no sólo viene del futuro) es una vertiente poética que, como dice Diana Aisenberg, pueda sostener la certeza de que “algo que no se juntaba, se puede juntar”. Eso, en el caso del que estamos hablando hoy, sería una vertiente poética que pueda –por ejemplo- figurarse y figurar la ingenuidad, la locura y el amor por lo inútil constitutivos a la experiencia del trabajo. Porque una cosa es la fuerza de trabajo, y otra cosa es trabajar a la fuerza, compañeras.
Yo sé que persiste el temor o la incomodidad a que la sensibilidad artística sea capturada por la noción de trabajo. Que cuando el tema es “el trabajo y el arte”, rara vez la gente se pone contenta (por lo general -más bien- se enoja, patea, vocifera o directamente se aburre). Yo sé que la ecuación entre los significantes arte-trabajo suele estar teñida de un color pardo, prosaico y nostalgioso. Y que persiste la fantasía de suponer que el trabajo carga sobre los hombros con la moral del sacrificio, con la estética de la vocación, o el martirologio del laburante. Sin embargo, si prestásemos más atención a la dimensión imaginal del trabajo yo les puedo asegurar, compañeras, que vamos a presenciar ahí los mayores despropósitos lanzados a la nada. Trabajando he visto mucha más insensatez que vagabundeando. Pongamos por caso, trabajando en la administración pública. Es así, compañeras, yo no he visto más gratuidad, lirismo y sin sentido que en el núcleo de cualquier edificio ministerial de la república argentina. Federico Manuel Peralta Ramos tiene una obra que se llama Misterio de Economía y que nos habla precisamente de eso, del misterio contenido en la médula de los departamentos ejecutivos de nuestro país. Y es que un ministerio ¿no es acaso un lugar indescifrable, un ministerio no es en sí mismo un animal salvaje, una sustancia esotérica, un espacio que funciona precisamente de resistirse a ser del todo apresable por la lógica instrumental?
Entonces para cerrar, lo que me encantaría hacer compañeras, es traer para nuestro lado al gemelo maldito del ministerio, que es el sindicato, y desatar su imaginación. Porque el sindicato, por un lado, es el núcleo de la organización colectiva. Entonces yo me pregunto: ¿pelear juntas, asociarnos, no es lo más amiguero que viene? ¿No es casi del orden del capricho, de la afición, del apego con lo imposible y lo loco, sostener la bolsa de gatas que somos? Y en ese sentido ¿hay algo más ingenuo que la identidad de la trabajadora? Pero tampoco me quiero olvidar que un sindicato es también el núcleo de la traición, su médula y su sustancia. Un sindicato también es eso, ese lugar. Y no va que el trabajo del arte, su potencia es –justamente, compañeras- traicionar. El trabajo del arte es traicionar. Traicionar las formas, traicionar la historia, traicionar las identidades que nos fueron asignadas. El estilo será el modo en que esa traición se cometa cada vez. No hablamos de “tendencias”. Hablamos del estilo que puede cobrar una traición organizada. Podríamos decirlo así: “Después de desmaterializar, nosotras traicionamos”.
Pienso entonces en una artista que no sea ni diletante ni lumpen ni regional ni proletaria, sino una traidora, pero conjugada en plural. Me imagino que los lugares por donde se mueve esta artista son el sindicato, el ministerio y la guarida, y que en esos lugares oscuros, en esos sucuchos, va trabajando las formas de esa traición planeada entre varias.
Lo que quiero decir es que el trabajo, como el arte, no es edificante. El trabajo, como el arte, es lo más inmoral que existe.
Muchas gracias compañeras.