Inicio y fin de la última década analógica

A 20 años de la rave más grande de Latinoamérica

por Lucila Juan

dibujo por Willy Fishman

Penfriend: forma de comunicarse a través de cartas enviadas por correo postal entre alumnes de colegios de habla hispana con alumnes de colegios de habla inglesa.

Así conocí a Nicole, mi penfriend de Pennsylvania, en el invierno de 1991. Ella era mi manera de conocer el mundo desde el escritorio de mi casa en Adrogué que ni siquiera tenía una computadora con el sistema operativo DOS. Tenía una pila de revistas 13/20 impresas en papel prensa, que era de las pocas que llegaban al sur del conurbano: te traía un póster de los Guns o de Attaque 77 y buena data sobre bandas. 

La década del ‘90 transcurrió así, buscando información musical de a pedazos, escapándome en tren hasta Plaza Constitución, en busca de alguna revista que traiga información musical o hablando en la matiné de Temperley con algunos desconocidos que se copaban con algún tema de Green Day y que, tal vez, podían tirarme alguna data.

La última década analógica musicalmente fue tan rica como la de los 70s: el punk encontró su forma en el Grunge Seattle, en un Green Day aún skater y sobre todo en el movimiento Riot Grrrls, que al ser feminista -en una época en que la prensa estadounidense las trataba de dementes- no se supo de ellas hasta bien entrados los 2000 gracias a la llegada de internet a nuestras casas. El pop, defenestrado por “rockeros de cepa vieja”, ganó la batalla cuando te preguntaban: “¿de qué lado estás: de Blur o de Oasis?”. Con pantalones en tela príncipe de gales, remera rayada y converse solo puedo responder que del lado alternativo de los 90s.

Promediando la década y después del retiro de la mejor tenista argentina de la historia como lo fue  Gaby Sabatini, el viaje de egresados a Bariloche de 1993 ya era historia. Sin embargo, fue en la disco By Pass que, con sus shows de láser, bajo el beat del house de Félix y su clásico Don´t you want me, mi cuerpo se movía de manera involuntaria: la electricidad de los hi hats pegaban directo en mi cerebro desparramando serotonina. Los bajos colmaban la disco y ya no estaba más sola. La felicidad era siniestra e imparable. Y yo al natu. Años después experimentaría la danza infinita desde un amor químico y colectivo. Pero esa es otra historia.  

Lo cierto es que el futuro había llegado con más de una década de atraso porque hasta el 2000 todo llegaba 20 años después a nuestro país. Tantos gobiernos militares nos habían dejado suspendidos en un tiempo color sepia. Pero los 90s de “pizza con champagne” y un “uno a uno” mentiroso nos traía una buena: una escena electrónica joven, diversa, un lugar para expresarse libremente donde lo único que importaba era el amor por esta música a la que no le importaba si venías del punk, del reggae, del pop o incluso del rock chabón. Una música que cada sábado unía a un ejército de dancers dispuestos a dejarlo todo en la pista.

Sin embargo, en esos primeros años el dance en nuestro país era denominado de manera peyorativa como “la marcha”.  Los haters de cepa vieja aparecieron y se volvieron locos denigrando a los clubbers como “enfermitos que metieron los dedos en el enchufe para bailar”. Les era demasiado.

Si bien los dinosaurios se extinguieron en la era Mesozoica, hubo varios que sin ser vampiros inmortales sobrevivieron a la hiperinflación de 1989, al doping positivo de Maradona, al Carlo y a los teléfonos celulares con antena. Pero para el final de la década se doblegaron y terminaron por adquirir una frecuencia radial como la 106.3 -el antiguo éter de la radio Rock and Pop- para armar una programación competitiva ¿de qué música? ah sí, electrónica. Les duró poco. Nunca entendieron la escena ni su música  y, a principios de la década del 2000 vendieron la licencia aunque  la radio continuó al aire. La Energy 101.1 dirigida por el dj Diego Cid – pegado a los sonidos del under- continuó liderando el electro dial, al que se le sumó una incipiente Metrodance, de tintes progresivos con el dj Hernan Cattáneo, residente de Clubland en Pachá, un ciclo definitivo en la escena electrónica argentina.

A fines de la década que nos trajo a Los Simpsons, Nicole -mi penfriend- y yo, nos pasamos del correo postal al email, al mismo tiempo que la cultura clubber se expandía por  Buenos Aires. Esta escena que tardó en llegar, una vez que se instaló no paró de copar territorio. Caix, Pachá, New York City eran las discotecas más exclusivas y, clubes como L´Inferno Ave Porco o el Moroco desplegaban make up extremo y locura.

Pero, como siempre que hay un mainstream, existía también en Buenos Aires un under en ebullición que pedía raves. La Argentina una vez más se encontraba con una brecha de 10 años que la separaba del inicio de esta contracultura. A fines de 1989 en el “segundo verano del amor” las fiestas clandestinas de la autopista M25 reunían a miles de jóvenes londinenses que llegaban con cajas de sonido en los baúles de sus autos para okupar los campos ubicados al lado del cemento y rendirle culto a un flashero acid house. La ilegalidad de estas fiestas respondía a la prohibición de pasar música electrónica en las discotecas porque las autoridades inglesas consideraron que esa música de satán llevaba a un descontrol masivo. Sin embargo, en ese mismo 1989 la juventud berlinesa, con el apoyo del Estado alemán, celebró la primera Love Parade en la plaza principal de Berlín Oeste, al aire libre, gratis y en total armonía, como si supieran que meses más tarde el muro finalmente sería derribado.

Denominar rave a un evento organizado es un contrasentido según Diego Ro-K, uno de los djs argentinos influyente en el crecimiento de la escena en Buenos Aires. Si bien las raves se daban a conocer desde el boca en boca y eran clandestinas – entre otros atributos – en Argentina el significado quedó instalado como el de “fiestas electrónicas multitudinarias”. Pero ponerse más papista que el papa de nada ayudaba a la urgente escena raver que buscaba su lugar. La década del ‘90 fue dominada por la cultura chabón que despreciaba a la movida electrónica. El mejor ejemplo -que quedó para la historia- fue cuando el roquero Pappo le dijo a dj Deró que “se busque un trabajo digno” en el programa Sábado Bus conducido por Nicolás Repetto.

Ezequiel Deró fue convocado a tocar por primera vez en la Love Parade de Berlín en 1998 para más de dos millones de personas. Camiseta argentina mediante, Ezequiel sentó precedente. Recordemos que Deró fundó el reconocido sello de música electrónica Oíd Mortales. No, no es esto una oda a Deró pero sí un reconocimiento de su aporte fundamental a la cultura dance en nuestro país a la que le costó muchísimo emerger. Carla Tintoré, Dr. Trincado, Miguel Silver, Luis Nieva, Juan Pryor, Carlos Shaw, Romina Cohn, Carlos Alfonsín, Indamix, Megalopsy, Pandy,Javier Zúker, Pepsan, Javier Bússola son algunos de los muchos que también tuvieron que luchar contra el prejuicio de la “cepa vieja”.

Pero resistieron.

En diciembre de 1997 se organizó la Ultimate Rave en Parque Sarmiento donde asistieron 5.000 personas: En marzo de 1998 se llevó a cabo la segunda edición con más de 14.000 ravers.  El 21 de septiembre de 1999 la radio líder en cultura dance organizó la Buenos Aires Energy Parade con una asistencia de 100.000 personas de crestas futuristas, pantalones flúo y máscaras de gas al mejor estilo Chernobyl. O Covid-19.

Estas fiestas fueron acompañadas por diferentes afterhours memorables como el K2, producido por el colectivo de djs nacionales Urban Groove donde durante las mañanas domingueras se gastaba la pista de el Phanteon en Avenida de Mayo 948 – ahora Requiem. Quedó claro que en la Buenos Aires del fin de siglo, algo estaba a punto de estallar.

Recién mudada a la ciudad todo me resultaba excitante y diferente. Caminaba sin miedo a las 3 de la mañana por avenida Santa Fé mientras escuchaba el disco doble de Smashing Pumpkins en mi discman. Le conté esto a Nicole desde algún cyber sucio de esos que abrían las 24 horas. En Adrogué era impensado andar suelta después de la 10 de la noche. Pero en mi nueva vida de adolescente joven adulta, en la que trabajaba en un call center hasta las 12 de la noche, el día para mí comenzaba a la madrugada.

El 21 de septiembre del 2000 salí disparada de la oficina de San Telmo, directo a tomar el 29 que me dejaba en la puerta de la casa de mi nuevo amigo Ulises. Su día también empezaba a las 12 de la noche porque trabajaba de relaciones públicas para algunas discotecas. Nos conocimos trabajando en Movicom -ahora Movistar- durante un largo feriado al que fuimos porque nos pagaban el doble. Ulises era de Salta y había huido de una familia que lo condenaba por ser gay. En Adrogué -pueblo chico infierno grande-  me condenaban por cuestionar lo establecido y no ser conformista, porque quería elegir qué vida tener y porque básicamente, quería coger.

Aquella madrugada del día del estudiante el mundo se vino abajo y un temporal nos dejó guardados en su departamento fumando porro hasta dormirnos. Nunca nos imaginamos que al día siguiente el sol – que no era lo que más nos copaba – nos iba a jugar a favor.

Lucila, despertate que nos vamos a Palermo, me dijo Ulises. Es la única persona en el mundo que me llama por mi nombre completo.

¿mmm dónde?, le respondí.

¡Entro al baño, hacete un café!, me dijo a los lejos.

Ese 21 de septiembre del 2000, después de que cayeran las teorías conspirativas del Y2K, con mis anteojos de vidrio naranja y dos remeras superpuestas, más de 200.000 ravers de todo el país le mostramos los dientes a los “cepa vieja” y con orgullo eléctrico, luciendo nuestras mejores plumas en el orto, nos plantamos en los bosques de Palermo a hacer temblar al mundo. La rave más grande de Latinoamérica  estaba sucediendo. Éramos miles y miles de Ulises y Lucilas que nos sentimos libres de ser quienes éramos. Festejamos el mostrarnos como se nos cantaba y nos sentíamos zarpados por eso. Estábamos siendo partícipes de un evento histórico que nos colmaba el alma.  Y la vibra colectiva de respeto por el mambo del otro nos hizo sentir que el mundo podía ser otro, que había lugar para nosotros, los que queríamos algo distinto, los inconformistas.

Esa tarde en los bosques de Palermo, nosotros, los “X” rezagados nos dimos cuenta que éramos un montón. Y que habíamos cerrado el agujero negro de más de 10 años que nos separaba del resto del mundo. Esa tarde fuimos el futuro.

Querida Nicole,

                      te paso mi nuevo mail: freakeando@hotmail.com. Tengo algo que contarte.

                                                                                                                                            Lucila Juan

Maridaje musical →  Old School Dance Playlist

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