Ignacio Tropical

Por Violeta Böhmer

Dibujo por La Redacción

Caen gotitas de transpiración. Están ahí, color caramelo, inmortalizadas, sobre los poros de las galletitas. Hay que caminar un poco para atrás como un cangrejo hasta llegar al punto de partida. Vi Hacer un movimiento, la muestra de Ignacio Tamborenea que cierra el viernes en Galería Komuna y tuve la sensación de que cada obra es un cosmos. Obras hechas con galletitas, obras hechas con cartón. La fantasía detrás de las cajas de las cosas, justamente esa materialidad, porque ahí no se espera ni se especula con que pase algo.

Las obras de Igna imantan personajes flotantes, gravitatorios. A veces –si miran bien– se ve la línea que separa la Tierra del espacio. Igna es un artista que nació y vivió su niñez y adolescencia en Mones Cazón, ese es su hogar dentro del inmenso horizonte pampeano y como tal, imagino que en la muestra esa línea de fondo es el llano. Pero también podría ser el final de la Tierra, que se atraviesa en el despegue y más allá está la capa de ozono. Y estos abstractos ánimos geométricos que vienen hacia mi… ¿son terrícolas? O quizás, es en cambio una de las líneas imaginarias que marcan el trópico, el de Capricornio por ejemplo. ¿Se parecerían así las cajas de cartón a la arena tropicalísima de Río de Janeiro?

Quisiera extenderme un poco más sobre esta flotación, que más allá de toda especulación, es un misterio poético. La insistencia en la incorporación de elementos encontrados (ya sea por obsesión, por azar o por puro trabajar con lo que hay) implica necesariamente un movimiento. Insistir es un procedimiento coreográfico, pero también una forma de unir dimensiones obstinadamente. Desde que me encontré por primera vez con obras de Ignacio, vi cómo en su trabajo las cosas viajan desde lo bidimensional a lo tridimensional, como un fósforo encendido, sin tiempo que perder. 

Así la flotación, se parece a lo transpapelado. Lo que se traspapela se pierde, se encajona, queda olvidado entre papeles oficinescos. En cambio, lo que se transpapela brilla como un pequeño epicentro. Atraviesa la materia, porque viaja desde los restos diurnos, a los sueños, al papel. Ardiendo como flechas prendidas fuego pasando por un aro de mimbre, las cintas de obras pasadas cuelgan como lenguas atascadas entre las galletitas. Las rejas-firuletes que están por toda la ciudad de Buenos Aires y también en pinturas anteriores ahora se posan junto al ángel de las escaleras y las decoran palpables en la galería Komuna. 

Pequeño epicentro esotérico. Así fue como describió Pedro Lemebel a Myrna Uribe, a quien entre otras, dedicó y entregó “con inflamado ardor” su novela Tengo Miedo Torero. Dice Igna que para él la literatura es muy importante. Como personajes de navidades pasadas, el elenco del movimiento que dirige Igna Tamborenea se repite mientras se agranda. Desde adentro del epicentro, el calor va curvando las galletitas de agua que ahora imitan a las cintas en su doblez. Los fósforos quemados a medio camino imprimen un ritmo, un gesto del hacer. De pronto todo eso es pintar. Leer es pintar, incluso recortar la estampa con la que viene la caja de cartón con las malvinas argentinas para pegarla, de vuelta, es una manera de pintar.